lunes, mayo 30, 2005

Nocturno de Santiago II

La noche otra vez cerrada sobre el camino, las luces distantes, las vidas que no conozco, las muertes que no conozco. Llevo los ojos cerrados y escucho como el camino corre y grita aunque algunos dicen que canta, el camino que pasa a mi alrededor de sombras y siluetas que se dibujan a contraluz en mis párpados. No quiero abrir los ojos. Sé que estoy solo, que el camino esta vacío, que la noche es una herida abierta en mitad de esta ciudad que es como un alarido sordo.
¿Cómo sucedió todo? En algún sitio me he perdido, en algún punto me desvié hasta acá, hasta allá, pues ya estoy en otro sitio, escribiendo esto.
Enderezar un entuerto. Aderezar a un tuerto. Variaciones de música de Bach, la reseña de un disco de Glenn Gould, las obras de Schiller que se han convertido en óperas, una revista de cómics de hace más de diez años, la mirada de una chica que ya no está, que se ha convertido en una estatua de hielo.
Lo que queda es esto: un cadáver, un durmiente, un chico que viaja en sueños.
Lo que queda es esto: un viaje sin espacios, una muralla, el silencio.

Películas

En un sólo fin de semana me despacho tres películas notables, gracias al cable y a la poca vida social que me va quedando.
Primero, cronológicamente y por gusto, Carlito's Way, de Brian de Palma, sin duda una de sus mejores películas. Al Pacino hace de las suyas y la aparición del gordo Porcel no deja de tener su gracia para uno que es sudaca.
Más tarde veo Dangerous Liaisons, de Stephen Frears, quien, para mi gusto, ha ido perdiendo la sordidez que destilaban sus películas antiguas y con esto me refiero a las anteriores a The grifters. Supongo que le ha pasado algo parecido a lo que relata en High fidelity, una crónica para treintones nostálgicos y melómanos que no pueden lidiar con su pasado. Ni hablar de Dirty pretty things que si bien tiene sus momentos y la historia es atractiva, algo tiene en falta que impide que se convierta en un gran trabajo. Pero en Dangerous Liaisons todo brilla eclipsado por la crueldad y la venganza.
Para terminar me encuentro con Heat, de un Michael Mann cada vez más refinado, tanto en la estética de sus filmes como en la profundidad que logra dar a sus personajes. Lo único que no me gusta es el final, con la música de Moby en una escena que no sé bien qué viene a representar, si el honor que se merece un enemigo caído, si la fraternidad entre dos solitarios o una especie de iluminación del personaje de Pacino que se encuentra, sin querer pero buscando, frente a un espejo roto.
Todas tragedias al más puro estilo de la Grecia clásica: todos personajes que, tratando de romperle el rostro al destino, acaban prisioneros de sí mismos. Y muertos, por lo demás.
Veo también un trailer de Crash, una película dirigida por Paul Haggis y que se ve bastante interesante.

sábado, mayo 28, 2005

Un día en la vida del señor K.

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Aviso: Por razones que no viene al caso mencionar, es decir, que más bien son estados de ánimo que razones, inaprensibles veleidosidades (y he aquí lo que podríamos llamar un sintagma cristalizado), he decidido a partir de hoy jubilar la identidad de Silvio Astier, que si bien tenía relación directa con eL JuGueTe RaBioSo por tratarse de su protagonista –me refiero a la novela de Arlt- la verdad no tenía demasiada relación conmigo. La nueva identidad que adopto ahora es la de El señor K., que a quienes me conocen les parecerá absolutamente razonable y a quienes no me conocen les importará un bledo. Ofrezco a continuación una sucinta relación de los hechos acontecidos el día 27 de mayo de 2005 en la vida del señor K.

10:00 - El agua caliente borra los últimos rastros de un sueño rarísimo, donde me encontraba en medio de una calle de adoquines y en un portal se encendía una luz.
11:00 - Una chica apaga un cigarro a medio fumar contra un poste y lo vuelve a poner en la cajetilla antes de subir al bus.
11:26 - Un hombre y una mujer bailan dentro de un automóvil rojo (afuera) y la voz de una chica habla acerca del aumento de aminoácidos en la sangre (adentro).
12:58 - El altísimo, un vagabundo que se viste de mujer y arrastra tres carros de supermercado por la calles del centro, ha instalado su insólito bazar en Lastarria. En un enorme cartel puede leerse: HOY SÓLO ATIENDO MUJERÍSIMAS.
13:05 – Una chica con cara de pocos amigos está parada en la esquina de Rosal y Lastarria. Sobre el hombro carga un maniquí.
13:42 - Minerva Urbina, una chica guapísima de un trabajo donde estuve. Tiene nombre de personaje de García Márquez y una sonrisa como de mariposa. Me da su autorización para usar su nombre en algún relato futuro.
15:12 - Almuerzo en calle Compañía 1255, restaurante La buena mesa. Sentado en el segundo piso de una vieja casona, junto a una ventana con vista a un patio interior que parece abandonado. Un helecho enorme, un limonero y tres árboles más que no puedo identificar, una casucha de madera y al fondo una fachada estilo romano, con columnas y todo y en el friso escrito PARTIDO NACIONAL. Tocan Silvio Rodríguez mientras almuerzo en una mesa cubierta con un sucio mantel a cuadros azules y negros. En la mesa de al lado un tipo conversa con otro sujeto, que dice ser abogado.
- No es posible que reacciones de esa manera.
- Pero es que así soy, hueón. No aguanto.
- Tienes que contar hasta diez. Tienes que aprender a contar hasta diez.
- No puedo, hueón. Así reacciono. Es parte de mi pega.
Y así unos diez minutos.
Derivan luego a comentar lo que parece ser un caso que acaban de ganar o, quizás, un simple careo.
- Es que un actuario, que ve tanto pillo, tanto delincuente, debe poder reconocer a un gallo honesto cuando lo tiene al frente.
- No tiene nada que ver eso, hueón, nada que ver.
- La verdad siempre acaba por imponerse. Eso creo yo.
- Estás loco, hueón. Cuando hay que decir la verdad se dice la verdad y cuando hay que mentir se miente. Esa es mi pega.
Se quedan en silencio un arto, mirándose. Luego intercambian números telefónicos y se van. El abogado se llamaba Gonzalo Vecino.
16:00 - Trabajo.
22:37 – El Bar de René, en Santa Isabel más o menos a la altura de Condell. Un Sucucho de viejos durante el día que se convierto en un hervidero de rock por la noche. Faith no More, Incubus, Pearl Jam, Iron Maiden, los oídos taladrados por la música fuerte, la boca seca por la cerveza y el cigarro. Una chica me cuenta lo feliz que es estudiando Educación Parvularia. Le brillan los ojos cuando habla de niños. Su novio es baterista de un grupo de no sé que estilo, pues no logro escucharlo cuando me habla desde el otro lado de la mesa. Otra chica se dedica a sacar fotos con su cámara digital. El documento de la historia, la prueba de que una vez estuvimos allí reunidos, el recuerdo enjaulado. La prima de esa chica trabaja conmigo y está sentada a mi lado. Cada cierto rato conversamos, de música, de algún compañero de trabajo que nos parece gracioso, de la pega, me cuenta que su ex la golpeó una vez y que desde entonces no soporta el contacto físico. Me dice que los embutidos le dan asco y que su papá tiene fijación con las negras.
- ¿Con la cultura negra? –le pregunto.
- Eso dice él, pero es mula. Es con las negras, le gustan las negras al muy caliente.
Se pone a reír y la miro y pienso que se ve bonita riendo.
02:19 - Borracho y feliz, sentado en el bus de vuelta a casa, mirando por la ventana, tratando de reconocer la ciudad nocturna que va quedando atrás, como retazos de un sueño, como una calle larguísima cubierta de adoquines donde de pronto, en uno de los portales, se enciende una luz.

viernes, mayo 27, 2005

Voraz

Todo rápido hoy.
Anoche estuve en lo de mi hermano tomando un ron con coca-cola que ahora me pasa la cuenta y pronto debo irme a trabajar.
Por lo pronto ya he terminado de leer a Fontcuberta a una asombrosa velocidad de casi sesenta páginas por hora. En otro blog lei, hace unos días, algo del tema de la velocidad aplicada a la vida cotidiana y en el comentario, muy poético por lo demás, me declaré abiertamente relajadao en todo. Bueno, pues me corrijo: para leer soy una especie de depredador hambriento. No estoy seguro si eso es ahora o lo fue siempre. Recuerdo haber leido, cuando tenía como doce u once años, El amor en los tiempos del cólera, en un par de días. O quizás fue en una semana. No lo sé, pero de cualquier modo me pareció rápido. Entonces es de antes, me digo. Antes de qué, me pregunto.
Ahora salgo rapidito para trámitaciones varias que ocuparán mi tarde en un trabajo aburrido y sin mucho sentido. Por lo menos hoy entro más tarde.

miércoles, mayo 25, 2005

El cuerpo de la memoria

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Hoy, por dos razones, mi tema es la memoria. Podría incluso decir tres razones si contase Luces no bélicas, la cancioncita de Lucybell que se me pegó por la tarde. Una canción que he escuchado una vez, creo, de un grupo que prefiero no escuchar.
Primero. Estoy leyendo, a propósito de la novela del fotógrafo que mencione unos post atrás, o debajo, o antes, o como quieran; estoy leyendo, decía, El beso de Judas, de Joan Fontcuberta. Cito textual: "Recordar quiere decir seleccionar ciertos capítulos de nuestra experiencia y olvidar el resto. No hay nada tan doloroso como el recuerdo exhaustivo e indiscriminado de cada uno de los detalles de nuestra vida. Jorge Luis Borges, en su relato Funes el memorioso nos habla de la infelicidad a que nos aboca una memoria excesivamente prodigiosa."
Segundo. Mi novia ha entrado en esa especie de torbellino del orden en el que todos entramos alguna vez, esa suerte de revisitación de nosotros mismos que significa revisar viejos papeles, libretas, cuadernos, libros y, en su caso, muchas fotografías. Y revisando con ella los papeles y las fotos me encuentro con imágenes viejísimas, de cuando comenzábamos a salir, y con anotaciones realmente desquiciadas (una lista de carteles callejeros, descripciones de los rostros de los transeúntes, pequeños dibujitos con pancartas donde se lee "Florcita Motuda existe", ese tipo de cosas) en unas pequeñas libretitas que ella usaba para tomar apuntes por esa época.
Entonces la memoria como una especie de componente del cuerpo, como un dedo o como un pie, como la suma de todo el cuerpo, como una lectura posible del cuerpo. No sólo como historia, pues la memoria no es necesariamente eso sino que es una especie de metarelato donde todos los componentes se superponen permanentemente y sólo nos es dado acceder a ellos recurriendo a referencias que parten de este mismo territorio, de la memoria. Lectura de los recuerdos y las memorias como un mapa, entonces, donde nada está antes o después -una convención social- sino donde todo está inter-relacionado, al mismo nivel. Pero las referencias son auto referencias, pues los hitos pertenecen a ese territorio algo desdibujado del recuerdo. ¿Quién puede asegurarnos que los jazmines del patio de infancia eran realmente jazmines y no una especie de acomodaticia mentira para acercarnos a esa imagen que hemos perdido y que es imposible recuperar?
El olvido como parte de este cuerpo, incluyendo cualquier aproximación freudiana al cuerpo físico, aunque no me guste porque no soy muy partidario del doctorcito austriaco. Ya lo enunciaba Fontcuberta, el olvido como parte primordial de la memoria y de la subsistencia como personas. Creo que ya lo había escrito antes, que hablé de una especie de tabla de salvamento.
Después de todo, del tiempo y los viajes, de las muertes y los nacimientos, no nos quedan más que trozos de cadáveres con forma de papel: una carta de amor o la foto de una muchacha que conocimos hace tanto tiempo, enmarcada en calor de un verano que nacía.

martes, mayo 24, 2005

Astrónomos descubren planeta mil veces más grande que la Tierra

(Y así las hormigas cerraron los ojos y comenzaron a rezar, esperando la ira implacable de lo desconocido. Y así estuvieron durante días. Y una a una fueron muriendo, algunas de hambre y otras de desesperación. Y una vez que todas estuvieron muertas, nada pasó)
Lunes 23 de Mayo de 2005
22:56
EFE

SYDNEY.- Un equipo de astrónomos descubrió un nuevo y gigantesco planeta de la Vía Láctea, ubicado a unos 25.000 años luz de la Tierra.
El cuerpo celeste, denominado OB-05-071, es mil veces más grande que la Tierra y se encuentra a medio camino entre este planeta y el centro de la Vía Láctea.
El astrofísico de la Universidad de Tasmania, John Dickey, quien participó en el descubrimiento, manifestó a la emisora local "ABC", que el OB-05-071 "parece un planeta extraordinariamente enorme".
El descubrimiento del planeta se logró mediante una nueva técnica que utiliza la fuerza gravitatoria de las estrellas como lentes gigantes para representar los planetas.
Dickey explicó que la búsqueda de nuevos planetas se hace a través de una especie de yuxtaposición de estrellas lejanas de nuestra galaxia con otra estrella.
Los científicos australianos que participan en el proyecto coordinado por el Instituto de Astrofísica de París, esperan que la nueva técnica contribuya a la identificación de nuevos planetas de grandes dimensiones de la galaxia.
"Hemos luchado con esta técnica para intentar abrir una puerta para detectar planetas como la Tierra y ahora tenemos más esperanzas (de hacerlo)", subrayó Dickey.
El equipo internacional de astrónomos trabaja con dos telescopios ubicados en las ciudades australianas de Hobart y Perth, y otros dos en Sudáfrica y Chile.

lunes, mayo 23, 2005

Agonía

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Me he cambiado de novela, más por una cuestión práctica que nada.
Si quiero tener algo terminado antes del 21 de junio, no puedo quedarme con un texto del que tengo diez páginas escritas, muchas dudas, personajes poco definidos. Además, tengo por lo menos cincuenta sólo de información e investigación no sistematizada aún, lo que en este momento más estorba que ayuda.
Así que sabiamente me cambio de novela: el pintor ingenuo tendrá que esperar un tiempo –de cualquier modo, se supone que es parte de una obra más grande por no decir mayor, un compendio de tres nouvelles que se fusionarían y sumarían y combinarían en una novela de largo aliento acerca de la redención y la búsqueda- y ahora prosigo con la historia de un fotógrafo que ha perdido a su mujer en una accidente y decide viajar al sur como "terapia". Es una historia de silencios, básicamente. Por lo menos de ese texto tengo cuarenta buenas páginas y el tema me parece indicado ahora que me estoy releyendo a Barthes, Benjamin y Sontag. Lo curioso es que, en vista de las lecturas antes mencionadas, no se me haya ocurrido retomar el texto antes. Cosas de la vida, i guess.
Apropiado dentro de este cuadro fue un viaje que hice a San Fernando por el fin de semana, para celebrar el cumpleaños número ochenta de la abuela de mi novia, una profesora que parece no estar dispuesta a tirar la toalla aún. Me entretuve conversando con ella con más libertad y menos aprehensión que el resto de los concurrentes, quizás porque no soy pariente en realidad, sino más bien un intruso al que recuerda sólo cuando lo ve, pues el alzhaimer ya le está pasando la cuenta. Pero la veterana resiste como un árbol inclinado por el viento, las raíces bien firmes en el terruño. Llena de historias sin electricidad, sin lavadoras y sin refrigeradores. El paleolítico mismo, parecía mientras le escuchaba.
Imposible no pensar en la edad, en los años que han pasado desde que la mujer vio la luz por primera vez, en que ha vivido casi todo el siglo veinte que es cuando sucedió todo y dejó de suceder, como alguna vez dijo Fukuyama. Supongo que vivir en la primera mitad del siglo pasado fue como presenciar todo nuevo, una especie de apogeo del progreso y la humanidad, un nuevo nacimiento. Hay que pensar que aparecieron los aviones, los autos, el cine, se masificó el uso del tren, del teléfono y la fotografía, aparecieron los televisores y los antibióticos. Se escribieron los primeros libros de ciencia ficción, un género que antes de eso prácticamente no existía. Y luego vino la bomba y las sombras en las paredes de Hiroshima y nada era tan bueno y volvimos a tener miedo.
Imposible no usarla como espejo, también, como bola de cristal. Intentar pensarse uno a los ochenta años, aunque a mi, personalmente, me parece que después de los cincuenta ya no hay mucho que hacer. Mi idea es conseguirme un auto y estrellarlo contra un muro. Si es que el hígado no me ha matado antes, claro. Y luego que me cremen y arrojen mis cenizas a la basura. Y que todos mis libros sean quemados conmigo. Y hasta entonces escribir, escribir, escribir.
Salimos temprano de Santiago y nos fuimos escuchando Buena Vista Social Club, que en ese instante me pareció la mejor road music que pudimos haber escogido, aunque no fue más que la casualidad de tener el cassette en el auto. Y el paisaje, el sol que aparecía tras la cordillera, el frío de la mañana, el olor de la tierra sembrada con viñas a los costados del camino. Era lo que necesitaba ver para seguir escribiendo acerca del fotógrafo, de la muerte. Suele suceder que las estrellas entran en conjunción sin que uno se de cuenta y de pronto te iluminas como un farolito de árbol de navidad y ya está la mitad del camino recorrido.
Ahora los dejo, pues no me queda hacer otra cosa que escribir, que es como morir de a poco.

sábado, mayo 21, 2005

Nocturno de Santiago

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La noche se cierra sobre la camioneta que escala el cerro, que dibuja curvas sobre el asfalto casi invisible, que esquiva los fantasmas de otros automóviles que viajan en sentido contrario. La mayoría de los que están al interior de la camioneta duermen: un gordo gay con los dedos aprisionados entre anillos de oro, una chica rubia de crespos salvajes, un muchacho imberbe con camisa blanca y corbata negra a lo Reservoir dogs que sin querer ha ido a posar su cabeza sobre el hombro del gordo, que debe sonreír en sueños. Pobre pajarito, algo hablamos antes y no tiene idea de nada. Por un momento, presa de una ternura inexplicable, pienso que todos fuimos así en algún momento de nuestras vidas, eso que se suele llamar inocencia y que no es más que imbecilidad mal entendida. Me resisto a creer que yo también pasé por eso, que era así de estúpido, que era así de falto de sentido común, y no es que ahora tenga en demasía. El chico duerme acurrucado en el hombro del gordo y al otro lado la rubia se azota suavemente la cabeza contra el vidrio de la ventana. Una señal, supongo.
Yo no duermo, jamás duermo mientras viajo. No duermo ni en automóviles, ni en buses, ni en trenes, ni en aviones. Todo comprobado. Cierta ocasión, en un viaje interminable que hice en tren de Santiago a Puerto Montt y que duró, y sé de antemano que esto va a sonar increíble, treinta y seis horas (con descarrilamiento de por medio), no pude pegar un ojo. Me pasé casi toda la noche sentado entre los vagones y el amanecer me sorprendió suspendido en el vacío, atravesando el viaducto del Malleco. En fin, nunca duermo durante un viaje.
En la oscuridad del interior de la camioneta no se ve casi nada, y apenas se escuchan las tenues respiraciones de los durmientes o las breves interrupciones del radio trasmisor del chofer. Miro hacia fuera, hacia la ladera negra del cerro donde adivino algunos matorrales entre las gigantografías de teléfonos celulares y de ropa interior. Imagino las sombras de hombres que observan, quietos y silenciosos, como los autos pasan en una y otra dirección dejando efímeras estelas de luz roja a su paso. Recuerdo que hay una predisposición cognitiva a reconocer rostros en las formas difusas y azarosas de las nubes o las manchas de humedad, en la corteza de los árboles. No sé porqué recuerdo esto, pero imagino que debe suceder algo parecido con las sombras, una especie de antropomorfismo inconciente.
Mientras pienso en eso escucho una tenue melodía. Hay otra chica en la camioneta, casi junto a mí, apenas separada por un asiento vacío. Va tarareando algo que no puedo distinguir y mira hacia fuera. Por su lado de la ventana hay un barranco y más allá del barranco las luces interminables y amarillas de los barrios del norte de Santiago. Miles de cocuyos eléctricos combatiendo a las sombras, dibujando el recorrido de calles que nunca he conocido. La chica mira hacia fuera y mueve los labios: es pequeña, de piel blanca y pelo largo y negro. Demasiado pequeña, diría. Una imagen de mujer niña, pálida, la muerte transfigurada en súcubo. No puedo evitar sonreír cuando este tipo de imágenes se cruza por mi cabeza. Gajes del oficio, supongo, de tanto jugar con las palabras de pronto ellas juegan con uno y le trastocan un poco la realidad.
Miro el perfil de la chica, los ojos brillantes que siguen las luces de la ciudad distante como queriendo atraparlas, cazadora virtual de manifestaciones eléctricas. No se da por enterada de mi presencia como yo no me daba por enterado de ella anteriormente. Somos invisibles el uno para el otro, incluso ahora que la miro detenidamente: no es para mí más que la imagen fantasma de un ser humano, de lo que parece un ser humano, como todos aquellos otros ocultos bajo las luces distantes del alumbrado público, rostros que no puedo imaginar, vidas que no puedo concebir. Cuando vuelvo a poner atención la chica me está mirando.
- Se ve bonito todo –dice.
Asiento con un movimiento de cabeza, confundido, sacado de mi realidad espectral, imaginando que detrás del rostro de la chica, en las calles distantes, hay chicos que aspiran solvente, mujeres que son violadas o golpeadas, viejos que en noches como esta se mueren de frío en las entradas de las iglesias. Pero sí, tiene razón la chica, es bonito todo, siempre es bonito. Y le brillan los ojos mientras me mira, obligándome a sonreír.

viernes, mayo 20, 2005

I hate the slow songs

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Supongo que a cualquiera le puede pasar. A mí, al menos, me sucede todos los días. Ocurre en mi casa, antes de salir, en la calle, en el bus, en el supermercado. Las canciones se me pegan como ventosas y no puedo sacarlas de mi oído. Desafortunadamente, para mí y para el resto, no tardan en salir por mi boca.
No sería tan terrible si fuese una canción de Radiohead o White Stripes, que a veces lo son, aunque casi nunca. Hoy por ejemplo, he ido alternado entre There there y Apple blossom, lo que es bastante bueno. Pero no siempre es así: si todos los días fuesen como hoy no estaría escribiendo acerca de esto.
La mayoría de las veces las canciones que se aferran a mi tímpano suelen ser, justamente, las canciones que detesto. Mil veces me ha sucedido con No hay nada más difícil que vivir sin ti, canción que califiqué irónicamente de "el hit del verano" hace ya un año y medio atrás y desde entonces se ha vengado obligándome a tararearla cada vez que puede. Alguna vez me pasó también con una canción absurdamente adolescente de Genitálica, o me sigue pasando con Diego Torres y sus autoplagios para Color esperanza. Ni hablar de La oreja de Van Gogh, que me persigue con sus clones acaramelados e indistinguibles unos de otros.
No hay remedio para esto. Las jodidas canciones me asaltan sin que me de cuenta y en lo mejor de una lectura –Auster, por ejemplo, La habitación cerrada- me sorprendo murmurando una melodía de Avril Lavigne o Britney Spears, no sé qué es peor. Y como no puedo escuchar música cuando leo porque me desconcentro, no hay caso. Para el resto del tiempo (los viajes, las caminatas, las esperas) opto por el discman, por algo de Raúl Seixas o quizás de Mahler. Sin embargo me resulta incómodo en ocasiones, pues también sé que la ciudad y cada lugar tienen su propia banda sonora, su propia música. Pero en mitad de esta especie de silencio, de rumor de gente y árboles y automóviles y palomas y perros, llegan arteras las cancioncitas que detesto y se instalan en mi garganta mientras atravieso la mitad de una plaza.
Así son las cosas, y mientras yo me ocupo de esto los habitantes de Bolotnikovo despiertan como todas las mañanas y al asomarse por sus ventanas descubren, con asombro, que el lago que rodea la aldea, el lago completo, ha desaparecido.

miércoles, mayo 18, 2005

Just because you feel it doesn’t mean it’s there

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Llueve, como siempre, y el agua cae como si fueran ranas sobre las casas, los árboles y las personas. Los lugares cerrados (ascensores, buses, baños públicos) huelen a perro mojado y los niños juegan en las charcas, celebrando antiguos rituales. Desde la ventana, ya seco y caliente al interior de la casa, los observo.
- ¿En qué parte del camino nos olvidamos de eso? –preguntó.
Mi novia está sentada frente al computador, retocando algunas fotografías que debe entregar a algún cliente.
- ¿Eso qué? –dice sin mirarme.
Suspiro.
- De que no hay que tenerle miedo al agua, que es parte de la fiesta.
- Claro, y después la que cuida al enfermo soy yo.
Aparto los ojos de la ventana y le sonrío agradecido. Ella también levanta la cabeza y me mira sonriendo, como si me adivinase. En realidad lo hace, siempre.
- Eres buena –le digo volviendo a los niños y la lluvia al otro lado de la ventana.
- Y tú eres un lobo aullando a la luna, ya me lo advirtió el tarot.
- Ni idea tienes de lo que eso quiere decir.
- No importa, de todos modos. ¿Qué te parece ella? ¿Se ve mejor en esta foto o en esta otra?
Miró la pantalla del computador, las imágenes sucesivas de una mujer con el pelo revuelto y los ojos desorbitados tras los anteojos, primero de perfil y después de frente.
- La primera me gusta más –respondo.
La lluvia no cesa mientras los niños gritan algo que no alcanzo a oír, mientras patean el agua como si fuese arena, mientras corren y chapotean.
- Cuando chico tenía unas botas de agua de color azul, con chiporro –digo.
- Ya me lo has dicho.
- Y corría por los charcos como Hermes sobre las nubes.
Por la mitad de la calle aparece un nuevo niño, montado en una bicicleta, atravesando de lado a lado una suerte de lago que se ha formado gracias a los trabajos que hay calle abajo.
- ¿Cuándo? –digo.
No hay respuestas. Pego la frente al vidrio y siento el frío que me recorre la cabeza y que me eriza los pelos del cuello. Siento también la humedad que se convierte en gota y comienza a correr por un costado de mi nariz hasta llegar al labio. Trato de recordar eso que he olvidado y es inútil.

martes, mayo 17, 2005

Y que los eunucos bufen

A propósito de una entrevista a algunos poetas y escritores nacionales que declaraban no concebir “una vida sólo dedicada a la escritura”, o quizás por estar demasiado tiempo revisando mi biblioteca, buscando algo que releer –porque a esta altura ya no me queda mucho más-, me puse a pensar porqué la existencia de tantos autores de poca calidad por estos días.
Debo aclarar que, de cualquier modo, este fenómeno, a mi parecer, se da con mayor intensidad en países tercermundistas o en vías de desarrollo como el mío. Muy bien sé que en el primer mundo, junto con los best sellers seudohistóricos y seudoesotéricos, también hay autores de valor como Elfriede Jelinek, que con Los excluidos se ha ganado ya un lugar entre los grandes de las letras. Sin embargo en nuestros actuales literaturas nacionales es más difícil encontrar excepciones a la regla y proliferan las novelas de trama sosa, personajes clichés y estilos de fácil lectura.
Como defensa, si es que es posible hablar de tal, las compañías sacan a relucir que todo se debe a criterios editoriales y fomento de la lectura, que finalmente lo importante es que la gente lea. ¿Leer qué? Después de todo, el problema no es que la gente lea menos o más sino la calidad de lo que leen. Y las editoriales, grandes y pequeñas, no terminan de asumir su rol como productores de cultura y no de ingresos para sus propietarios y han terminado por convertirse en factorías de hojas de papel empastado.
No se me malentienda: si alguien quiere leer El código da Vinci o algún libro de Paulo Coelho con la convicción de que está accediendo a las profundidades de una trama intelectual (en el primer caso) o de su propio espíritu (en el segundo caso), es problema de cada cual. Si no son capaces de mirarse al espejo por las mañanas y a través de sus ojos reconocer su propia alma, allá ellos.
Mi problema es que, en conjunto con crear una industria literaria rentable para las grandes corporaciones del libro, en países pequeños no se da el espacio para el surgimiento de nuevas voces. O lo peor: que las nuevas voces que surgen no son más que estereotipos vacíos de estilos copiados y que por lo mismo han perdido fuerza y validez, farandulizando muchas veces el acto sagrado de la escritura. No se permite el surgimiento de disidentes, salvo los pocos que van quedando vivos y sobreviven a la fiebre de los ‘60. ¿Y cuando ellos mueran? El mercado celebrará con fuegos artificiales y matarán tiernos lechones para el banquete.
Nuestro trabajo es, entonces, recuperar los cojones a la hora de escribir y lanzarnos a golpear la mundo con todas nuestras fuerzas.
Mejor dejar la palabra a Roberto Arlt:
“Orgullosamente afirmo que escribir para mí constituye un lujo. No dispongo como otros escritores de tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo, máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a la que la preocupación de buscarse distracciones le produce surmenage… el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un cross en la mandíbula. Sí, un libro tras otro y que los eunucos bufen”.

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Lo que pudiste ser

Quería escribir algo acerca de la muerte, de eso que es como una línea que permanentemente está subrayando eso que llamamos vida. Quería escribir algo que tuviera sentido y que reflejase el estado de ánimo en que ahora me encuentro, que trajese esa experiencia que se llama ausencia y dolor y que de algún modo fuese como un espejo de doble cara, que de algún modo me salvase del vacío y la angustia.
He ensayado algunas frases que no son más que simulacros, signos vacíos de sentido. He buscado recuerdos que me ayudasen, libros, frases escritas por otros. Todo eso lo he encontrado y no me ha parecido suficiente. De pronto uno se ve superado por algo que es como un árbol que comienza a crecer en alguna parte y que sientes que te destroza desde dentro, aunque no se trate más que de una expresión de vida y quizás de amor, sin ponerse melodramáticos.
He buscado y he encontrado.
Y aquí estoy, desnudo y tiritando frente a lo que no puedo decir. Expresar.
Antes me quejaba por la falta de estímulos, del famoso punctum de Barthes. Ya no más, por lo menos hoy.
Por casualidad he visto My life without me y tengo el alma trizada.

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lunes, mayo 16, 2005

Rostro de la angustia ante la muerte

De pronto cualquier cosa se convierte en cuchillo. O en tulipán.
Me doy una vuelta por la exposición retrospectiva de Rodin que por estos días habita las salas inferiores del Museo de Bellas Artes, donde bellas chicas se encargan de aclarar que, antes que nada e independientemente de lo que uno haya preguntado, todas las piezas son originales. Deambulo un rato entre la gente, la gran cantidad de gente que se amontona frente a las figuras de bronce. Este exceso de atención me hace sospechar, me huele a cadáver ilustrado. No puedo evitarlo, esta especie de paranoia se viene germinado desde hace demasiado tiempo. Paranoia con el sistema, con los mecanismos reproductores de la cultura y con los mass media. Pero está Rodin, también, un hecho incuestionable. Supongo que la muestra es excelente y refleja también el interés del primer mundo por hacernos parte de la gran cultura, a nosotros mínimos y pobres indiecitos. Sin más vueltas: la exposición -Rodín, en realidad- es excepcional. Pero me falta algo, el golpe en la cabeza, la piedra que te rompe la cara, el momento en que la muerte se te aparece en medio de un cubito de vidrio iluminado desde arriba. Punctum, lo llamó Barthes en La cámara lúcida. No hay no hay no hay. Me quedo con una figurita casi alienígena de Nijinsky, la serie Movimientos de danza y una torso llamado de la sombra.
Es triste salir de la exposición tal como llegaste, quizás un poco más indiferente que antes.
Pero luego viene el metro, un metro de domingo, casi vacío: algunas parejas que se besan entre risas y uno que otro niño que se asoma con curiosidad a la oscuridad del túnel. Como dije, está casi vacío. No me cuesta encontrar asiento, de espalda a las ventanas. Frente a mi, al otro lado del pasillo, van sentadas dos mujeres. Una madre y su hija, pienso. La primera, la madre, es delgada y guapa, y debe tener algo más de cincuenta años. La chica es aún más guapa que la madre, con un rostro blanco y radiante, los ojos quizás verdes, el pelo corto. Ambas ríen mientras conversan. Murmuran, más bien, y de pronto se lanzan a buscar algo en la cartera de la madre, un bolso de cuero oscuro. En un principio va todo bien: aparecen papeles arrugados, boletas de supermercado, uno que otro estuche para fines misteriosos, un espejito redondo, un set de maquillaje, un paquete de pañuelos desechables. Pero luego.
La primera hoja es de color anaranjado y tiene la forma de un pequeño barco varado. Una linda hoja de árbol, que en realidad no tiene nada de raro si consideramos que es otoño en estas latitudes. La segunda hoja es más grande, parece una hoja de álamo. Las cinco siguientes son pequeñísimas y amarillas, como arrancadas de un jardín japonés. El niño que miraba por la ventana ahora mira hacia las hojas con la boca abierta, babeando. La pareja ya no se besa ni rie y observan asombrados como las hojas siguen saliendo de la cartera y sobrepasan la falda de la madre para caer al piso del vagón. Un poco más lejos, un grupo de cuatro franceses que conversaban animadamente se han quedado en silencio y en sus rostros comienza a dibujarse una mueca de temor. Los pies de las mujeres están completamente cubiertos por un montón de hojas que sigue expandiéndose mientras ellas ríen y murmuran palabras que no alcanzo a entender. El niño se pone a llorar (¿dónde está su madre?), los franceses se alejan con pasos cortos y la muchacha que hace un rato ocupaba los labios en un beso apasionado ahora los abre para dejar escapar un grito de espanto. De un momento a otro tengo la impresión de que el tunel es más largo y oscuro que lo normal, y miro a las mujeres y luego miro las hojas, que ya están tocando la punta de mis zapatos, y me inclino para recojer una que me trae no sé qué recuerdo de infancia.
Cierro los ojos y respiro profundamente el olor del bosque que poco a poco se va cerrando alrededor.

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sábado, mayo 14, 2005

Silencios

Vino la lluvia como una bendición sobre la ciudad, arrastrando en su camino la basura y la podredumbre.
Y nos quedamos desnudos con nosotros mismos, de pie delante del espejo de la noche.
Y hubo frío y silencio.
La muerte nos esperaba como una puerta abierta

viernes, mayo 13, 2005

Todos los nombres

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Para la época de la fotografía que precede (una vista de nuestra Alameda de las Delicias en el año de nuestro señor Jesucristo 1989), y desde hacía varios años antes, solían llamarme Pablo. Era por razones de seguridad, claro, para protegerme de los aparatos de represión de la dictadura que solían arremeter en contra de los militantes de partidos políticos de izquierda. Y arremetían. Era un crío, de cualquier modo. Me llamaba así porque todos los otros -curiosamente nunca supe sus nombre reales- se ponían Vladimir, Ilich o Andrei, nombres por lo demás bastantes sospechosos. Quiero decir, si ibas por la calle y alguien te llamaba a gritos ¡Vladimir!, a los policías ya les parecía sospechoso, al menos. Suma a eso una indumentaria propia de joven de izquierda, algo así como hippie algo modernizado para esa época. Un asunto muy estúpido, ahora que lo pienso. Pero yo me llamaba, me hacía llamar, Pablo. Ahora, en ese mismo caso, hubiese preferido Raskolnikov o Fedor. Qué importa, en realidad.
Por esa misma línea entre simple e ingenua me autoproclamé luego Pablo Reyes, un homenaje a Pablo Neruda (recordad que en realidad se llamaba Neftalí Reyes), homenaje en el que ahora no incurriría pues el filtro nerudiano ya ha pasado por mi vida y poco o nada dejó en pie. Quizás las Residencias, no sé. En fin, llamándome Pablo Reyes gané mi primer concurso literario. El premio era un libro de Dostoievsky (El jugador, creo) y un bolígrafo de color blanco con aplicaciones en verde. Era plástico, por supuesto, y el cuento era un relato bien idiota de una princesa que besa a una rana encantada y se convierte ella misma en rana.
Desde entonces -y hasta hoy, que me llamo Silvio Astier en homenaje al maestro Roberto Arlt- mis nombres han venido cargados de tinta, de letras y de papel envejecido.
La lectura temprana de las Narraciones extraordinarias me trajo el nombre de Metzengerstein, pero sin el influjo fatídico que esperaba. Aunque, si no mal recuerdo, mis relatos de aquellos días trataban habitualmente temas como la locura y el suicidio, temas por lo demás habituales en la literatura adolescente.
Luego caí en una especie de clasicismo dramático y, recurriendo a la galería interminable de personajes del Bardo, me convertí en Rosencrantz, cínico y descreído, capaz de traicionar al amigo por un par de monedas (que en mi caso se tradujo más bien a un extremismo en la forma de ver las cosas y ponderar a las gentes).
¿Entonces? Hubo un después a todo esto que tuvo que ver con la lectura ávida de todo cuanto caía en mis manos: Cortázar, Sábato, Borges, García Márquez (del que ahora reniego), Carpentier, Onetti, Joyce, Tolkien, Camus, Artaud, Jarry, Sartre, Teillier, Lihn, Rodrigo Lira (el último de los malditos), Carver, Droguett, Bukowsky, Stendhal y un larguísimo etcétera. Fue una época de humildad, olvidado de mi mismo, donde comencé a escribir seriamente y terminé llamándome, luego de mucho tiempo, Casimiro Peña, nombre que se convirtió en el autor de mi primera novela. Y única, se puede decir si no se cuenta la media docena que tengo avanzando en paralelo desde hace unos cuatro o cinco años.
No fueron buenos años, recuerdo. Confuso, triste, oscuro. Me arrastraba bajo la lluvia de inviernos sucesivos o proyectando una sombra difusa a la luz plateada del sol de septiembre.
Pero volví, con la fuerza de un lanzallamas, de un juguete enloquecido que durante años permanece en el baúl de los recuerdos, de un poeta que desaparece en mitad de un desierto mexicano y por fin es libre y arde de vida y creación. Coincidió todo esto con la llegada de los dos Robertos: Arlt y Bolaño. Me llamé, primero, Silvio Astier y luego Remo Erdosain, célebres locos y anarquistas, señores del caos y el absurdo.
Nunca tuve el coraje de llamarme Horacio o Ulises. Quizás algún día, en el futuro.
¿Ahora? No tengo nombre aún y no importa.
¿Mañana? Bueno, ya veremos.

jueves, mayo 12, 2005

La otra ciudad

No hay caso con el frío, parece.
Anoche, antes de soñar que viajaba a New York, un tipo me detiene en la calle y me pregunta si conozco a una tal Pili. En un gesto un poco idiota de mi parte miro hacia ambos lados de la calle desierta -verdaderamente desierta- y luego me encojo de hombros, negando al mismo tiempo con la cabeza. El tipo me sonríe, agradecido o quizás indiferente, qué importa, sonríe y luego sigue caminando hacia el poniente por la mitad de la calle.
Luego pensaba yo cómo es posible, que estúpido venirse a buscar a alguien sin conocer siquiera alguna seña de la dirección. Y de noche, además, combatiendo frío y una estela misteriosa de humo que cubría parte de la calle donde encontré al tipo. Pero la memoria es frágil y nos juega malas pasadas. Hacemos el esfuerzo de estar siempre del lado del sentido común pero olvidamos que en realidad estamos al otro lado del espejo, en una ciudad donde siempre es de noche y siempre hay que buscar a alguien y no sabemos cómo y hace frío. Otra noche, hace muchos años, yo era ese hombre buscando a una chica sin saber dónde, siguiendo pistas vagas durante horas, recorriendo una y otra vez las calles donde sospechaba podía encontrarla, siempre ocupando como centro del mapa imaginario una enorme plaza con tres araucarias gigantes y una iglesia de estilo andino por el lado sur. A diferencia de anoche, en esa ocasión, después de mucho caminar, cuando en el reloj de la esperanza empieza a terminarse la arena, al momento de preguntar encontré a la persona correcta.
De aquí deduzco, además, que no soy la persona correcta, que soy una especie de nómade contemplando el paisaje a través de los vidrios de un tren.

Pero vamos al sueño.
Soñé que viajaba a New York. Que tenía mil dólares y eso era suficiente para el pasaje y nada más. Viajaba y lo siguiente que recuerdo es haber estado en el mirador de Statue of Liberty, que no era en la corona sino en la antorcha, rodeando la llama, y había una niña que jugaba colgándose de la baranda y que en cualquier momento se caía y su madre conversaba con otra mujer muy cerca, las dos vestidas como de los años cincuenta. Yo estaba de lo más bien hasta que por la niña comencé a sentir vértigo y debo haber bajado, supongo, porque luego estaba en una especie de mercado al aire libre desde donde se podía ver la bahía de New York y a lo lejos la estatua, gris y oxidada. Lo ridículo es que en el sueño trataba de hacerme entender con mi inglés autodidacta. Ahora recuerdo que había una revista, un especial de La Bicicleta con un cancionero de Víctor Jara que creo haber tenido alguna vez en mi poder. Estaba la revista esa en uno de los puestos del mercado y yo malamente preguntaba por el valor. Costaba novecientos dólares, y yo no tenía nada. Pero resultó que el hombre del puesto era francés y hablaba español y me invitó a comer detrás de su tienda. Más tarde me encontraba con una mujer que me decía que amaba a Nabokov. Era húngara y hablaba un español medio primitivo pero bastante más decente que su inglés. Tenía un libro de Carlos Droguett en ese momento y comenzó a hablarme de Chile, de Pinochet encerrado en una jaula del zoológico y cosas por el estilo. Estábamos sentados en un parquecito que ya conozco de otro sueño y por una boca calle podía ver el sol poniéndose en el mar, bien cliché.
Y ese era el sueño, el camino recorrido en la ciudad escondida que todos llevamos metida en los ojos.

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miércoles, mayo 11, 2005

Manifiesto

Escribo para calentar las manos de este frío que se mete por los resquicios del alma.
Escribo para saldar una deuda que adquirí hace mucho y casi no recuerdo.
Escribo para que el espejo que llevo en el bolsillo no se caiga a pedazos.
Escribo para no sentir hambre.
Escribo porque tengo un animal en el pecho que exige respuestas que no tengo.
Escribo porque es de noche y silencio y olor a humedad.
Escribo porque es otoño y en otros lados invierno o primavera o verano.
Escribo porque es una manera de saber que no estoy muerto.
Escribo para evitar que el mendigo que duerme en la escala de la iglesia se sienta solo.
Escribo cuando estoy borracho y cuando no.
Escribo porque las letras me abrigan el corazon y los pies.
Escribo porque me da la gana.

martes, mayo 10, 2005

Acerca de mentiras y lluvias varias

Como cualquiera puede imaginar por el título del post, llueve. O casi. Por lo menos hace un rato, enfundado en el abrigo mientras volvía a casa, las gotas rasgaban verticalmente el paisaje. Ahora no sé, la verdad. Pero hagamos que sí, que llueve y es otoño y alguien, lejos, muy lejos, intenta descifrar estas palabras que no le están destinadas.
Veo en TV a Joaquín Lavín, colaborador y permanente asesor de la dictadura, respondiendo a una entrevista de un canal regional y confesando muy campante, sin siquiera arrugar un poco la frente, que de haber conocido las violaciones a los derechos humanos y las cuentas secretas de Augusto Pinochet en el banco Riggs, hubiera votado por el NO en el plebiscito de 1988. Ahora ya lo he visto todo, como dicen los viejos. ¿Es posible tanta desfachatez? ¿Esta es la nueva técnica de la derecha para instalar el olvido como eje de las relaciones políticas y sociales en Chile?
Un poco después de publicado el informe Valech acerca de Tortura y Prisión Política, Jorge Hevia, animador de TV, se muestra consternado y declara que pecamos de ingenuos. Supongo que se refería a los televidentes, pues él lo más bien trabajó en Dinacos (Dirección Nacional de Comunicación Social) durante la dictadura, aunque en un cargo no muy cercano a los censores oficilaes, según se desprende de la carta enviada el 23.10.04 al semanario Plan B por el General (r) Hernán Núñez Manríquez, Ex-Director de Organizaciones Civiles de la dictadura. Algo debía saber el bobito -para usar una palabra de moda- de Jorge.
Vuelvo a Lavín, quien además declaró en la entrevista antes citada que sentía una profunda desafección por el general Pinochet. ¿Qué mierda significa desafección?
Desafección: f. Desafecto / adj. Que no siente estima por una cosa. /Opuesto. / Malquerencia. (fuente: Diccionario enciclopédico Océano)
Así las cosas, el eterno candidato no es capaz de decir las cosas como son y prefiere ciertos rebuscados eufemismos. Pero lo más importante es precisar si es posible que sea tan caradura como para creer que nos vamos a tragar el cuento de que nada sabía. Recordemos que Lavín fue un cercanísimo colaborador de Jaime Guzmán, quien personalmente declara, el día 24 de octubre de 1989 (un año después del plebiscito), en el 4° juzgado del Crimen de San Miguel, lo siguiente:
"Pregunta 4. ¿Cómo es efectivo que estaba en conocimiento que durante este gobierno militar se hizo “desaparecer” personas?
"J.G.: (...) Frecuentemente, recibía el llamado de personas que me denunciaban que familiares suyos o personas vinculadas a ellos habían sido detenidos, por los organismos de seguridad, sin que ellos tuviesen conocimientos del paradero de los afectados, muchas de esas personas en que recurrieron a mí no me conocían, ni tampoco yo a ellas.
"(...) Ni entonces ni hoy me consta que ninguna de ellas haya sido efectivamente detenida por organismo dependiente del Gobierno. Sin embargo, una presunción personal y progresiva del cuadro que se iba presentando en la materia me hacía y me hace presumir que ello puede haber sido posible. La circunstancias de que algunos centenares de personas permanezcan hasta hoy sin que se sepa exactamente si están o no con vida y donde (murieron) están sus restos, si han fallecido, completa el contexto del juicio o apreciación que tanto la opinión pública como yo nos hemos formado en esta materia.
"Pregunta 5. ¿Cómo es efectivo que estas “desapariciones” las llevó a cabo la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, bajo el mando del General Contreras?
"J.G.: (...) En relación al termino “Desapariciones”, al que aparezco reacio a aceptar según lo dicho por el Juez, puedo señalar que ello se debe a que la realidad de que, rectifico a que dicha realidad se ha ido configurando como una evidencia pública de modo progresivo en el tiempo, pero no tenía un carácter igualmente claro desde el inicio, cuando me fueron solicitadas las gestiones a antes aludí.
"(...) Sólo el paso del tiempo y el hecho de que transcurrieran varios años sin que otras de esas personas aparecieran con o sin vida, fue configurando gradualmente la evidencia que hoy resulta nítida en cuanto a la existencia de personas desaparecidas.
"Pregunta 26. ¿Villa Grimaldi, Londres 38, José Domingo Cañas, los conoció como recintos secretos de la DINA?
"J.G.: Al Punto N° 26, respondo que nunca conocí ni estuve en ninguno de esos Recintos, oí hablar mucho y adquirí convicción de la existencia de “Villa Grimaldi” y del de calle Londres. No recuerdo haber escuchado acerca del José Domingo Cañas"
¿Puede entonces decir Lavin que no supo nada hasta ahora de violaciones a DDHH, cuando su mentor y maestro reconoce -aunque a medias- que sí estaba al tanto de tales actividades, o por lo menos las sospechaba?
Sin mencionar el caso de lo tres profesionales degollados por funcionarios de carabineros, que ocurrió el 30 de marzo de 1985, al que el mismo Guzmán se refiere en una entrevista que le hiciera Juan Pablo Illanes en el marco del seminario Líderes políticos de cara al futuro, del Centro de Estudios Públicos. Guzmán dice: "El caso de los tres dirigentes comunistas degollados es uno de los más agudos en la materia. Porque allí hay constancia fehaciente de participación de personal uniformado en el inicio de los hechos que condujeron a que estas personas fueran finalmente asesinadas y degolladas". Era el 22 de enero de 1987. De esa misma época data la fotografía que he colgado más abajo.
O el asesinato de Rodrigo Rojas y el intento de asesinato contra Carmen Gloria Quintana, que terminó con su cuerpo completamente quemado, víctimas de una patrulla militar el 2 de julio de 1986. Al parecer Lavín no se enteró de estos hechos, a pesar de haber ocurrido apenas dos años antes del plebiscito.
De las platas del Riggs mejor ni hablar: recordemos que Lavín es economista y perfectamente puede sumar 2+2 sin usar una calculadora.

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La pura mala leche hoy. Quería escribir de libros y había seleccionado un par de ellos de mi biblioteca. Además encontré Lo que Bob Dylan se llevó, de Desiderio Arenas, que es un libro interesante y me prestaron hace tiempo y creí perdido.
Para otro día entonces, para el día en que no maten a cantantes por no tener música country en su repertorio.
Si la cosa sigue así, cuídate Britney.
Además, la lluvia siempre lava la sangre de las calles. Como ahora.

lunes, mayo 09, 2005

Efemérides

1975. Tras ocho años de estar atrapado en el Lago Amargo, del canal de Suez, el barco alemán Nordwind pudo salir de esa vía de agua al ser reabierta.

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1955. Confusión existe en Estados Unidos por los resultados de la vacuna Salk contra la poliomelitis, al regsitrarse casos de niños vacunados que han contraído la enfermedad.

1905. Un coche fue destrozado en Valparaíso por dos tranvías que iban en sentidos opuestos.

1855. Guillermo Tinsly, junto a la Bolsa, acaba de recibir un gran surtido de ropas de goma.

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"Soy Chaika. En la primera escotilla veo el horizonte. A través de las nubes distingo una franja celeste. Veo la Tierra, todo marcha bien..." fueron las primeras palabras que dijo una vez en el espacio la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova, luego de haber sido lanzada en la Vostok 6 el 16 de junio de 1963, poco después de mediodía.
Fue la primera mujer en el espacio. Sus ojos sólo estuvieron separados por cristales de la inmensidad cósmica y del vacío. Linda ella, hija de rusia, con cara innegable de rusa ingenua y comunista, que son un poco sinónimos ya esta altura del partido. ¿Qué hay afuera? Miles y miles de kilómetros de nada. No puedo imaginar la sensación de ver la Tierra desde afuera, desde ese patio insondable que es el infinito -aunque esto no sea más que un decir-, desde el techo del mundo y entonces la certeza que sí, que pobres hormiguitas llamadas humanos, que no somos más que un lunar en el culo del universo.
Una vez soñé que volaba hacia el espacio, pero que al faltarme el aire y comenzar a sentir que me congelaba intentaba volver. Un sueño de lo más pragmático, como ven. Pero en el sueño no podía volar de vuelta y caía y caía y me iba directo al mar, a un charco que se iba agrandando y agrandando hasta que pude ver las olas y entonces desperté.
Un amigo que está de paso por Lisboa se extraña de la higiene extrema de cierto barrio de la capital lusitana. Edificios de cristal y acero por todos lados, un paisaje que se repite en el mundo desde Dubai hasta Santiago. En La Habana no hay ese tipo de edificio, porque seguramente no tienen plata para hacerlos. O quizás porque no quieren no más, porque saben que no son más que monumentos al capitalismo que nos devora las entrañas.
¿Y la buena de Valentina? Terminó dedicada a la política y miembro del Polit Buró.
Del cielo al suelo, dirán.

viernes, mayo 06, 2005

La posibilidad de otra mirada

¿Qué fue lo primero que vio Odiseo de vuelta a Ítaca? ¿Cómo lo vio?
Existe de pronto una especie de espejo que se nos viene encima con todo, que sale de la nada como los famosos conejitos de Cortázar, un espejo con forma de un ojo que no es el nuestro y nos devuelve algo, triste, terrible o alegre, no importa, nos devuelve algo que creemos haber perdido o que hemos olvidado y es quizás la manera en que la vida nos saca la lengua o simplemente nos deja KO sobre la cuneta, con el labio hinchado y sangrante.

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Hoy despierto con mucho rock, quizás porque hacía un frío de mierda o quizás porque ya lo venía necesitando después de tanto escuchar jazz y electrónico. No Code, de Pearl Jam, primero -don't it make you smile?don't it make you smile?when the sun don't shine? (shine at all), canta Vedder con una tristeza profunda, en esa que se mezclan las lágrimas una pequeña sonrisa-, y luego un intensivo de REM, gracias a un viejo casette que encuentro, grabado de un especial de la Rock & Pop si no me equivoco, donde Stipes se manda un cover de One, de U2, que casi deja por los suelos a Bono.
La inyección de adrenalina funciona bien, pues me despacho diez páginas que me tenían atragantado hace rato, para la dichosa novelita que mencioné antes. Luego apliqué algo de inspiración al comic y ya pude sentirme satisfecho, como si el día se hubiese completado, como si en África los niños ya no se murieran de hambre ni de SIDA ni de guerra civil.
Suele suceder que uno se vuelve autocondescendiente cuando esta feliz, y quizás es una de las prerrogativas de ese estado: una suerte de inconsciencia. Pero, como dije antes, siempre está el conejito agazapado y esperando, ansioso por salir de su escondite.
Por la tarde voy con mi sobrina por la línea cinco del metro a reunirnos con mi hermano -su padre- en Plaza Baquedano. La chica tiene ocho años -los cumplió hace poco- y va callada, casi triste diría yo. Supongo que pensé lo mismo en ese momento y le pregunté si tenía sueño.
- Estoy pensando -respondió mirándome.
No hubo en el silencio que siguió a esa frase espacio para una respuesta. Y sus ojos abiertamente tristes me dejaron sin habla. Levanto la mirada y me encuentro con la constelación de luces amarillas de las calles de Santiago, inmóviles ante el paso del tren, y en mi garganta se empieza a formar un nudo y aprieto con fuerza los labios y los dientes y voy sintiendo como el nudo se agranda y me niego a que suceda, me niego rotundamente a dejar escapar al conejo que ya se agita en mi boca. Conozco el cuento y sé muy bien que nunca vienen solos.

jueves, mayo 05, 2005

Reciclaje

La noche callada. La ciudad abierta como una herida en mitad de la noche del mundo.
Intento terminar -o comenzar, que es lo mismo en este caso- una novela acerca de un pintor ingenuo. Escribo además un guión para un comic que quizás nunca lea nadie y que, de pronto, descubro tiene demasiadas influencias de Grant Morrison. Todo es surrealista y descabellado: un hombre que descubre que un suicida era el mismo, condenado para siempre al círculo de la muerte por salvar al mundo.
Tarareo mentalmente Les feuilles mort, de Miles. Retumba su trompeta en mi cabeza.
En algún lugar del vacío mi novia sueña con un campo de tulipanes que se mecen al viento.
¿Quién soy, quién pretendo ser?
Las palabras se estancan en la yema de mis dedos y el teclado tactactactactactac.
En el hueco oscuro de mi cabeza retumban las ideas como el minotauro que choca contra las paredes del laberinto.
Jorge Cáceres escribió, allá por los años 40, que la poesía era un revólver sin balas, sin cañon y sin mango, al cual falta el gatillo, disparando frenéticamente en el vacío.
Leo en El Mercurio:
"VIÑA DEL MAR.- Un indigente identificado como Josué Espinoza Silva (23) estuvo a punto se morir triturado por la compactadora de un camión recolector de basura cuando dormía dentro de un contenedor de desechos domiciliarios, en avenida Perú con Los Héroes, Viña del Mar.
Cerca de las 4 de la madrugada el contenedor fue cogido por el mecanismo elevador de un camión de aseo municipal, sin percatarse de la presencia de Espinoza en su interior.
Los gritos desesperados alertaron al personal de aseo en momentos en que comenzaba a funcionar la máquina trituradora. Bomberos lo rescató gravemente herido y lo trasladó al hospital Gustavo Fricke, donde se le diagnosticaron fracturas en la pelvis y el peroné y la tibia de una de sus piernas.
En los últimos meses se encontraron en la Quinta Región dos cuerpos de indigentes que habrían muerto triturados".
Así van las cosas por este lado del mundo.

miércoles, mayo 04, 2005

After life

¿Qué es en realidad un recuerdo? ¿Qué lo compone, qué lo vuelve lo que es? La mayoría de las veces lo que llamamos recuerdos no son más que el recuerdo del recuerdo mismo, impresiones vagas, nada más. Lo confirma la frase hay cosas de las que no quiero acordarme, lo que, por contradicción, demuestra que nos acordamos de todo, y que existe una suerte de velo, de película traslúcida que nos separa de la memoria en su expresión más pura. El recuerdo, o la memoria, hay trabajarla, no es simplemente un reflejo gatillado por un olor o por la lluvia que cae sobre la calle. Hay algo más detrás de eso, todo lo demás. La memoria es una tabla de salvamento para eso que Hegel dijo hace tanto y que es la explicación quizás más certera para la condición humana: sólo somos presente. Vivir con esa premisa sólo nos puede llevar al borde del abismo. Por eso la memoria, por eso la importancia de la memoria.

Por casualidad me encuentro ayer con After Life, que estaban pasado por I-Sat en mitad de una madrugada lluviosa y fría. La dirige Hirokazu Kore-eda y su título original es Wandafuru Raifu (1998), que significa algo parecido a Vida Maravillosa. Trata, en resumen, de un sitio al que llegan los muertos y donde tienen tres días para escoger un recuerdo de su vida que se llevarán consigo a la eternidad. Todo el resto lo olvidarán. El lugar al que llegan es un viejo edificio que a ratos parece una escuela o un internado abandonado y allí cuentan con la ayuda de funcionarios muy acomedidos que los orientan y asesoran para escoger el recuerdo. Es una película de tiempo pausado -no diría lenta- que mezcla actores profesionales con personas comunes y corrientes, con una fotografía hermosísima y un guión demasiado bien escrito, más cercano al documental que al cine de ficción.
Kore-eda, el director, ya había incursionado en el tema de la memoria como parte de la construcción del individuo en Maborosi (Maboroshi no hikari, 1995), que cuenta la historia de Yumiko, una joven mujer cuyo esposo se suicida sin razón aparente, abandonándola a ella y a su pequeño hijo. Yumiko voverá a casarse y dejará la ciudad de Osaka para trasladarse a una aldea de pescadores, sin poder librarse de la sensación de soledad permanente que se ha apoderado de ella.
En Sin memoria (Kioku ga ushinawareta toki) , una serie para TV de 1996, Koreeda sigue los pasos de un sujeto que pierde la memoria después de un accidente.
En el 2001 estrena Distance, que narra la historia de cuatro familiares de miembros de un culto suicida que intentan comprender las motivaciones que llevaron a sus seres queridos a unirse al culto, primero, y luego dañar a otros y terminar con sus propias vidas.
Por casualidad me entero de una nueva película, Nobody knows (Daremo shiranai), que se estrenó en varios festivales con muy buena crítica el año pasado (ganó el Prix d'interprétation masculine en Cannes 2004 para Yuya Yaguira, que interpreta a Akira, el mayor de los hermanos). Se trata de cuatro niños de padres diferentes que viven sólo con su madre, la que de un día para otro los abandona dejando una nota y algo de dinero. La película sigue la vida de los niños durante un año (cuatro capítulos: otoño, invierno, primavera y verano) y está basada en un hecho real, que en la prensa nipona fue bautizado como el suceso de los cuatro niños abandonados en Nishi-Sugamo (1988). Vamos a ver que tal, aunque ya el afiche parece prometer una buena película. De pasadita, aquí se puede ver el trailer de la película.

martes, mayo 03, 2005

Hey little apple blossom canta Jack White en alguna parte

Ayer mi novia y yo cumplimos 76 meses desde que nos besamos por primera vez.
Estábamos en el Café Barroco de la Plaza Brasil y recuerdo claramente que le dije que iba a hacer algo que no sabía si le iba a gustar y me estiré por sobre la mesa y la botella de vino y las dos copas medio vacías y cuando vi su cara acercarse también a mi, con sus lindos ojitos cerrados, supe que todo estaba bien, que ya podía morir tranquilo.
Antes del beso y el vino fuimos la teatro a ver Santa Juana de los Mataderos, una obra de Brecht que tenía en el protagónico a Paulina Urrutia.
Antes del teatro, varios días antes, nos juntamos en la plaza Pedro de Valdivia para ir a ver El entusiasmo, que resultó ser una pésima película, llena de lugares comunes y conflictos no resueltos aunque la presencia de Maribel Verdú podía hacerlo olvidar a uno todo el resto. Nos juntamos en la plaza antes de entrar al cine (fue la última vez que usé lentes) y le regalé un libro que me había editado la Biblioteca Nacional para la Feria Internacional del Libro de 1998.
Antes del libro y del cine y de Maribel Verdú doblada (?) por Javiera Contador nos vimos en una plaza que está cerca del Liguria, un poco más arriba de Manuel Montt, y ella llegó tarde como lo hace hasta ahora y nos fuimos a fumar un porro a la orilla del Mapocho, sentados en la hierba del parque Uruguay, mirando desde lejos como se iban prendiendo una a a una las ventanas del Hotel Sheraton y luego me tomó la mano para cruzar la calle y yo la miré y no pude creer que era tan linda y le sonreí como un idiota.
Antes del porro y el río y la sonrisa idiota, el 19 de diciembre de 1998, la vi entrar por la puerta del Altazor con una amiga mientras yo tomaba vino en una mesa justo frente a la puerta. Ella miraba todo como despistada (después supe que se había fumado un porro) y tenía el cabello largo (ahora lo tiene corto) y luego de un momento de vacilación fueron con su amiga directo a mi mesa, pues uno de los que compartía el vino conmigo tenía no sé que asunto inconcluso con su amiga y así estuvimos hasta las cinco de la mañana y fuimos a dejar a la otra chica a Maipú y luego yo me fui a casa de unos amigos con su teléfono cuidadosamente anotado en un papel que quedó guardado en el bolsillo del pantalón hasta cerca de las tres de la tarde, que fue cuando por fin me animé a llamarla
Han pasado, desde entonces, un poco más de 76 fantásticos meses .
A kiss for you, dear tangerine.


Mientras escribo esto escucho Guerra de Mundos, un programa de radio online que pone jazz (del bueno) y rock progresivo.

lunes, mayo 02, 2005

Espejo retrovisor

Ayer fui a un asado en la casa de un ex compañero de universidad. Estaba celebrando por haber recibido el primer pago de la pensión que el Estado de Chile entrega a las víctimas de tortura acreditadas en el informe Valech. Hay gente que no lo recuerda, pero en Chile hubo una cruenta dictadura y ejecutaron gente y desaparecieron gente y torturaron gente y finalmente al dictador lo procesan no por asesino sino por ladrón. Bueno, estaba mi amigo el del asado. Tenía como quince años cuando lo detuvieron -él recuerda que había salido de clases y vestía aún el uniforme del colegio- y lo llevaron a la Escuela de la Policía de Investigaciones y le pegaron más que la cresta. Cuando estábamos en la universidad él contó esta historia y nosotros nos burlamos durante años. Curiosamente ya no lo hacemos.
El asado estuvo increible. Eramos apenas seis (el dueño de casa con su esposa, otro amigo con su esposa y mi novia y yo) para cerca de tres kilos de carne. Empezamos con pisco sour para después pasar al vino y luego al ron o al whisky. Recuerdo haber leido no hace mucho que en Chile ha aumentado considerablemente el consumo de ron. ¿Tropicalización vía alcohólica? Quién sabe y a quién le importa, en realidad. También hubo algo de coca, gentileza también del Estado de Chile, auspiciador oficial del encuentro. No es difícil imaginar que con esa mezcla de sustancias la lengua no paró hasta las tantas de la madrugada.
Antes de postear me puse a pensar en los temas de conversación por los que pasamos anoche y pude describir una curva que es constante en nuestras últimas reuniones. Hay una primera etapa ágil y risueña marcada por los saludos y abrazos de rigor, por ponerse al día con las vidas y los chistes. Luego viene la comida, donde en general se tratan temas de interés general y política contingente, más algunas noticias curiosas del último mes. La etapa tres es ya más sentimental -además hay que considerar que a esas alturas han desaprecido tres o cuatro botellas de vino en nuestras copas- y tiene que ver con la importancia y/o dificultad de criar hijos, las diferencias entre la vida de solteros y casados, la importancia de la confianza en una relación, etcétera. Luego viene la conversación de libros, cine y música para terminar, invariablemente, en los recuerdos. Recuerdos compartidos o individuales, no importa, cada uno quiere contar una historia o una parte de la historia. Cuando uno es niño las inventa, miente descaradamente para quedar bien con los amigos, pero nosotros ya estamos viejos para eso y, quizás por lo mismo, no hay que inventar nada. Es algo triste, ahora que lo pienso, terminar hablando siempre de algo que ya pasó. ¿Será un síntoma de vejez anunciada o simplemente parte del proceso natural de la sique, es decir, asumir que es más lo caminado que lo que queda por caminar?
Con mi novia no fuimos tarde, pero por suerte ella iba en su auto y eso nos salvó del frío. Dormí como un lirón y hoy ella me despertó a besos y tuve una erección de aquellas y estuvimos follando cerca de tres horas, gracias al consumo de coca anoche. Quedamos exahustos y no hicimos nada más que ver TV por el resto de la tarde.
No pensaba escribir nada hoy, pero aquí estoy. O estaba. Hasta cualquier día.