miércoles, agosto 16, 2006

Diga treinta y tres

Después de mirarla durante un rato, de observarla como los gatos que en mitad de la noche elevan las oblicuas pupilas hacia la luna; después de mirarla un rato, digo, dejo el vaso sobre el vidrio de la mesa y estiro la mano, aboliendo así la distancia insalvable que casi siempre existe entre dos personas, entre una persona y un objeto, entre una persona y el mundo, estiro la mano buscando el contacto de su piel fría en invierno, el roce que se convierte en caricia y en algo parecido a la felicidad mientras en alguna parte, en muchas partes, en los días y en las noches que nos circundan, niños sonrientes y tristes apagan velas y piden deseos, algunos un auto a control remoto, otros una mirada y otros apenas un pedazo de pan.

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miércoles, agosto 09, 2006

Deja vu

El globo rojo vuela y rebota sobre la vereda, asombrosamente exacto al pasar entre la gente, rebota directo hacia mí, ya dispuesto y pendiente del movimiento del globo y de una niña que estira los brazos ahora vacíos, mirando desde el revés de este espejo que se abre, la niña, el globo y yo dibujando una línea recta, y me inclino lo suficiente para que el globo se pose entre mis manos como un pájaro cansado, la niña callada cuando dejo el globo en el espacio que lo reclama desde sus manos justo un instante antes que comience a llorar.

Globo rojo

martes, agosto 01, 2006

El origen del mundo III

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18 de enero
¿Qué lugar es este, donde los habitantes parecen fantasmas, donde las calles están siempre desiertas? Un sudor frío me cubre la frente y parte de la espalda. Creo que tengo algo de fiebre. Pienso en Leonor, en el aroma de los peumos y los litres. Y Leonor otra vez, desnuda sobre la roca, las gotas de agua de la cascada cubriéndola como nieve transparente, abriendo una ventana a otro sitio, a una pintura imposible.

19 de enero
Paso el día metido en cama, ardiendo en fiebre.
A mediodía Leonor subió a verme y estuvo un rato sentada en el borde de la cama, mirando desde lejos los retratos que ya he pintado de ella y que tengo apoyados en la muralla junto a la puerta. Al principio hizo comentarios graciosos acerca de cómo lucía en las telas, de si acaso no me parecía que tenía la nariz muy grande o los ojos demasiado somnolientos. Me hizo reír. Después se levantó y estuvo un rato contemplando fijamente el desnudo que comenzamos a pintar ayer. Volvió a sentarse en la cama y no dijo nada, sólo acercó su mano a la mía y la apretó con delicadeza, sin mirarme. Así estuvimos algunos minutos. Cuando se fue me besó en la frente.
Para almorzar la patrona me trajo una sopa de pollo que me reconfortó y luego se vino a dormir siesta conmigo. Yo estaba en calzoncillos sobre las sábanas en desorden cuando llegó, agobiado por el calor y una especie de pesadilla de duermevela que no logro recordar. Se desvistió para acostarse y comenzó a besarme el cuello, a acariciarme el pecho. La erección, al sentir sus senos contra mi espalda, no se hizo esperar. Cuando comenzó a buscar en el vientre, ansiosa, le dije que no tenía ganas, que me sentía mal. Al principio pareció desconcertada, pero luego se acurrucó contra mi cuerpo sin decir palabra. Supongo que entonces me dormí. Creo que soñé con Leonor, un sueño tranquilo y luminoso.

20 de enero
Hoy me siento mejor y bajé temprano al comedor. La muchacha que me sirvió el desayuno me miró preocupada. Le sonreí y ella respondió de la misma manera, por lo que pude ver que le faltaban varios dientes. Por la mañana la patrona no apareció por ningún sitio y cuando pregunté por ella no me pudieron dar noticias. El comedor estuvo vacío durante todo el tiempo que tardé en tomar una taza de café y engullir tres tostadas con mermelada.
Leonor llegó un poco antes de la hora convenida, radiante y parlanchina. Decidimos repetir el paseo al salto de agua, lo que le provocó una explosión de risa y se ofreció a ayudarme cargando la maleta con pinturas y pinceles. Durante el camino me preguntó si la encontraba demasiado pequeña. La abracé enternecido, besándole la cabeza.
Volvimos tarde, casi de noche. Leonor estaba callada y no quiso acompañarme hasta la pensión. La vi alejarse lentamente, perdiéndose en la penumbra que comenzaba a cubrir las calles de tierra. Respiré profundo, tratando de atrapar un último vestigio de Leonor en el aire, intentando devorarla con los sentidos a pesar de su ausencia. No quedaba nada, de cualquier modo, sólo el polvo que la brisa levantaba para luego depositar sobre los árboles y los techos.
Nuevamente el comedor de la pensión estaba vacío, aunque por el sonido de pasos en la planta superior supuse que los pensionistas estaban en sus cuartos, preparándose para la cena. Me sentía particularmente feliz y subí la escalera saltando algunos peldaños. La puerta de mi habitación estaba abierta y la luz apagada. Me detuve en el umbral y distinguí una silueta sentada en la cama. La luz que venía del pasillo no me permitía ver demasiado, pero deduje que era la patrona.
Comenzó a decir cosas, frases sin sentido acerca de la soledad, de la infancia. También dijo que el aroma del dolor debía ser como el aroma del solvente para pinturas, que se quedaba en la nariz durante mucho tiempo, incluso después que ya no había ningún olor en realidad, como un espejismo. De vez en cuando hacía algún comentario acerca de los dibujos y pinturas que estaban apoyadas contra el muro. Hablaba como si pudiera verlos, a pesar de la oscuridad del cuarto. Alababa una línea en la nariz de Leonor, un brillo particular en sus ojos o lo desarrollada que podía ser una chica a esa edad. Varias veces repitió algo acerca de la belleza que no pude entender del todo, pues hablaba casi en susurros, con la voz cansada, como si hubiese llorado durante mucho tiempo. Yo la escuchaba sin moverme del umbral. Luego de un rato se levantó y pasó por mi lado sin decir nada, apenas rozando mi brazo con su mano. Pasó por mi lado como un fantasma que atraviesa un muro.
Más tarde, durante la cena, esa sensación de irrealidad volvió a hacerse presente. El silencio que llenaba el comedor era tan denso que sólo se oía el ruido de los cubiertos al chocar contra el fondo de los platos. Finalmente esa ausencia de vida que había sentido al recorrer las calles del pueblo se había instalado en la pensión. La única señal de humanidad que pude percibir provino de una de las muchachas del aseo. La descubrí mirándome fijamente, las cejas altas y los ojos bovinos cargados de odio.

21 de enero
Leonor no vino hoy y nadie en la pensión me dirige la palabra. La patrona no está por ningún sitio y la cocinera gorda subió para pedirme que por favor comiera en mi cuarto y que por ningún motivo saliera a la calle. No sé de qué se trata todo esto, pero me pareció que la mujer tenía miedo.
He estado todo el día encerrado, pintando, terminado el desnudo de Leonor que comenzamos en un nuestra primera expedición al salto de agua. Tengo la certeza de haber memorizado cada rincón del cuerpo de la chica. Tengo también la impresión que durante la tarde ella estuvo en mi cuarto, de pie junto a la cama, desnuda, con la piel blanca estremecida por la brisa fría, el cabello lacio y los pezones erectos. Acercó su mano a la mía, invitándome a tocarla, a recorrerla desde el arco del cuello hacia abajo, dibujando la redondez ya desarrollada de su pecho, sintiendo la estática de los invisibles vellos de su vientre. Me parece que cerré los ojos, no lo sé, cuando mi mano bajó hasta su otra sonrisa, cuando la habitación se llenó de luz, de fuego que consumía sus imágenes y me dejaba desnudo y postrado frente a ella. Quizás todo fue un sueño. Siento la cabeza caliente, hirviendo en imágenes. Creo que tengo fiebre, porque al despertar (¿entonces sí fue un sueño?) estaba completamente vestido sobre la cama y tenía la ropa pegada al cuerpo.
De inmediato he cogido la libreta para escribir esto, a oscuras, mientras un gran alboroto se forma en la calle, o en la planta baja, o en la pieza contigua. No sé, no importa. Miro de reojo el libro de Courbet y lo abro donde seguramente tú lo abriste, donde tus ojos se abrieron como estrellas y luego te callaste y te reíste. El comienzo de todo: L’origine du monde. Oigo los pasos que se acercan, en desorden, muchos pasos que parecen subir por una escalera interminable. Junto a los pasos vienen las voces, los gritos, el sonido de la barbarie, de los animales enloquecidos. Luego, detrás de todo esto, vendrá el fuego, Leonor, como en el principio de todo, ahora lo comprendo.