sábado, junio 28, 2008

Anatomìa de un gato IV

Eran otras las calles que solía recorrer, pero no por eso cejó en empeño a la hora de trazar cartografías -tristes esbozos- de los nuevos territorios: una librería, un trozo de plástico azul sobre la calle, una barbería con butacas de cuero y grandes espejos con los bordes carcomidos. Seguramente habían cucarachas, tal vez ratones. Pero cucarachas, claro, eso seguro. Se levantaba temprano para reconocer las trampas, las posibles salidas de emergencia en el caso. Porque había que ponerse en el caso, era lo más sensato, no siempre las cosas salen como uno quiere, se decía por las mañanas mientras luchaba por despertar del todo.

viernes, mayo 16, 2008

Migraña

Mientras el metro se va desplazando, aéreo, sobre los tejados y las luces y la noche y de algún modo el reflejo del rostro constreñido por el dolor lo sitúa en otro sitio que es en realidad ninguna parte, el señor K. tiene la impresión que en alguna parte, tal como cuenta Borges, las puertas del cielo se abren.
Desfilan frente a sus ojos todos los fantasmas del pasado, rostros indistinguibles y episodios donde los nombres han sido borrados, gastados por la lluvia del tiempo. Esto es lo que tiene, entonces: un pasado de anónimos e imprecisiones. Esto es lo que tiene: anécdotas sin ubicación geográfica clara. Sin coordenadas no hay pasado. Hay metro y hay noche, hay olor a sudor, a suciedad, hay rostros cansados y somnolientos, hay borrachos, hay una especie de espera que no acaba.
Los analgésicos le hierven en el estómago cuando constata que lo que queda es el presente. Elabora listas mentales: películas, libros, música. Piensa en la señorita C. que en su casa está aprendiendo piano de oído no más, en la música de Preisner que ya toca, en la melodía triste de Saint Colombe encerrado en el cuartucho donde compone. Un recuerdo, claro, una transposición del presente recién extinto, una esperanza de futuro.
Metro, noche, luces que parecen moverse hacia atrás de algo, de un telón, de un arbusto oscuro que crece silencioso frente a una ventana de una casa que no conoce. El señor K. presiente, mientras naufraga en las palabras, el dolor que se avecina desde el centro mismo, la onda concéntrica que va a chocar contra las paredes del cráneo una vez, dos veces, treinta, cien. El origen de todo dolor está en el centro, piensa cuando la ola fría arrasa con todo, cuando cierra los ojos y se inclina hacia delante, cuando con la frente se toca la rodilla esperando que pase, que el presente vuelva a ser fugaz como siempre y el pasado retorne del limbo oscuro, del sótano vacío donde al parecer ha quedado atrapado.
Retumban las puertas y el cielo, que vienen a ser la misma cosa, cuando la cabeza estalla y el ser queda, por un instante, extático en la nada.

jueves, mayo 08, 2008

Anatomía de un gato III


Los chinos se habían instalado en la esquina sin ningún aspaviento. Primero llegó el chino alto y se puso a afinar una especie de violín con tres cuerdas. Estuvo durante un rato así, y alguna gente se puso a mirar. Se sentó, fumó un cigarro y luego volvió a la carga con el violín, tocando melodías y sonriendo a la gente que pasaba. Más tarde llegó otro chino, más pequeño y también más gordo. Mientras el chino alto tocaba, el pequeño sacó un flauta de bambú, ensalivó la boquilla y entró en la melodía que el chino alto tocaba desde hace rato como si nada. La gente se amontonó y seguramente ganaron buen dinero.

Ellos lo vieron todo desde el café.

- Esta ciudad está cada vez más extraña -dijo Alicia.

jueves, mayo 01, 2008

Sacco y Vanzetti

La noche anterior había caído una lluvia torrencial sobre Buenos Aires, con relámpagos que atravesaban el cielo porteño y recortaban las siluetas de los edificios contra el cielo como un antiguo decorado de set hollywoodense.
El señor K. y la señorita C. venían de una larga caminata por el parque 3 de febrero, donde se encontraron sin saber cómo con un busto de Borges, y de una frustrada visita al Jardín Japonés que tuvieron que abortar a causa de la peste de mosquitos que no dejaban de devorarlos con sus piquetes arteros e invisibles. Se desviaron hacia el MALBA, que recorrieron casi completo sin pagar la entrada, despistados como siempre. En un supermercado de Palermo terminaron comprando un malbec de Norton que los acompañó el resto de la tarde.
Puede que al hotel hayan vuelto caminando, puede que en colectivo o quizás en taxi. El asunto es que volvieron al hotel casi de noche y se detuvieron en la esquina de Irigoyen y Zeballos para fumar y sentarse a mirar un pequeño tíovivo quieto, silencioso, evidente contraste con el hormigueo de autos y personas que recorrían las calles desde y hacia el Congreso Nacional.
Había anochecido ya y no hacía frío. El cielo despejado, azul intenso, de la tarde se había ido cubriendo, poco a poco, con dramáticos nimbocúmulos que ahora se apretaban en una densidad gris y homogénea. Se levantaron, satisfechos y cansados, cruzaron la calle, entraron al hotel y en el bar pidieron un par de vasos y que les descorcharan el malbec. La chica del bar, sonriente, extrajo el corcho en cinco hábiles movimientos y les preguntó si no preferían copas.
Entonces estalló el aguacero. Imprevista y cálida, la lluvia cayó como una tromba desde el cielo. Fue la señorita C. la primera en salir a la calle. Sin pensarlo dos veces, atravesó el lobby del hotel, las puertas de vidrio y se instaló en mitad de la acera, con la cara hacia arriba, mientras el agua le rebotaba con fuerza en las mejillas, se le metía por el cuello y no tardó más que un par de minutos en quedar hecha una sopa. El señor K. dejó las copas y el vino en el bar, bajo la custodia de la chica, y fue tras ella, con el paso tranquilo que lo caracteriza. En la calle sintió, primero, la embestida del viento y luego todo no fue más que lluvia, una cortina transparente y sólida que apenas ofrecía resistencia.
Los relámpagos los sorprendieron en eso, riendo como locos, felices. En el estrépito se abrazaron y el señor K. habló de otra lluvia, distante en el tiempo y el espacio, de un primero de mayo en La Habana, también de noche, luego de haber marchado, por la mañana, junto con millones de personas frente al monumento a Martí y al mismísimo Fidel Castro.
La tormenta de Buenos Aires duró hasta entrada la madrugada. Al otro día la mitad de la ciudad estaba sin electricidad y sin agua potable y un par de edificios, contiguos a construcciones en obra, se habían derrumbado y dejado a todos sus habitantes en la calle. El aire de la ciudad estaba limpio como nunca y el viento volaba los paraguas de los caminantes.
Junto al hotel estaba el café de las madres de la Plaza de Mayo. Fueron temprano y compraron un par de libros. El señor K. encontró una polera estampada con una serigrafía de Sacco y Vanzetti, ejecutados en agosto de 1927 luego de un juicio oscuro y corrupto, y que se convirtieron en los Mártires de Chicago. Es en honor de ellos que se conmemora, cada primero de mayo, el Día Internacional de los Trabajadores.
El señor K. se compró la polera, como una especie de recuerdo que le gatilla muchos otros recuerdos, como una llave maestra para infinidad de puertas, y cada cierto tiempo la usa y la muestra orgulloso por las calles de este Santiago ignorante y sin memoria al que volvieron, si no recuerda mal, esa misma tarde ventosa que lloviznaba sobre Buenos Aires.

miércoles, abril 30, 2008

El patio olvidado

De pronto, el señor K. se asoma por la ventana del patio y descubre que está invadido de malezas.
Invadido no, piensa, poblado quizás.
La salvedad está dada en que todo lo ajeno al orden regular tiende a pensarse como anomalía. Todo lo que está fuera de nuestro control nos está vulnerando.
Y mientras sobre Santiago la lluvia se cierne amenazante y purificadora, el patio se muestra en jirones de luz y sombra, revelando tonos de verde y pequeñas florecitas que como cocuyos de noche tropical se desvelan mostrando otras posibilidades de belleza.
El señor K. ha encendido un cigarro, no sabe bien si por encontrarse satisfecho con sus reflexiones o simplemente por costumbre. Y mientras contempla esta nueva maravilla que es el patio olvidado -está demás decir que el señor K. se refiere a este patio, aunque por la dudas mejor evidenciarlo- se pone a pensar en un episodio que vivió por la tarde, cuando bebía café en la terraza del edificio donde trabaja. Había un charquito donde se reflejaba el cielo y parte de otro edificio, un paralelepípedo de vidrio que a su vez iba reflejando otro ángulo del cielo. Y mientras bebía su esspreso de máquina, el señor K. observaba, absorto, la evolución de las nubes que en el charquito, abajo, se amontonaban y desintegraban al compás del viento.
Arriba, en el cielo, sucedía lo mismo, pero eso el señor K. apenas podía intuirlo.
Nubes+cielo+charco= espejos.
Todo eso sucedía y a la vez no, puesto que se reproducía a si mismo en lo efímero de una partícula de agua dispuesta a evaporarse y otra vez todo, otro día y con otro café.
Piensa el señor K.: eso fue hoy. Y luego se corrige: a lo mejor fue ayer.
Finalmente se encoge de hombros y exhala el último humo del cigarro, que se eleva dibujando piruetas.
Hay tantas cosas que contar, dice en un susurro que apenas se escucha y que se convierte en vapor que se convierte en conejo, en flor, en tortuga, en nada.
Queda la noche y el recuerdo.
Otra vez nada, piensa el señor K., y cierra los ojos y se duerme.

sábado, febrero 16, 2008

Notas a una posible existencia

claro, entonces aparecer por la puerta como si nada, la cara limpia por la lluvia y tal vez la luz de algún farol por ahí. y decir limpia era también decir clara, y con esto el mapa quedaba al descubierto y podía leerse como quién dice como un libro abierto aunque sin duda la cosa no es tan fácil y sin duda también hay que tener ciertas aptitudes cartográficas. el sujeto de pie en la puerta, de eso se trata; también de la lluvia que va quedando adherida a sus pasos, una huella invisible pero táctil, una especie de cicatriz escurridiza. el tipo entra y se queda de pie justo en el umbral, línea imaginaria como tantas, con una maleta en una mano y un paraguas en la otra y parece que espera. hay tantas cosas que esto puede decir, el simple hecho de escoger una maleta y no un girasol, un paraguas y no un cuchillo, que el sujeto entre y no salga, que sea una puerta y no una chimenea. pero a pesar de todo la elección no es excluyente sino que hace evidentes todas las posibilidades que no fueron, la lectura va siempre más allá, se mira con la esperanza de distinguir algo del mundo que sin duda hay más alla de la línea -y ya ves, uno ni se da cuenta y se le empiezan a colar, los límites como parte de la memoria universal- del horizonte.

y está también la espera de la lluvia, el mirar al cielo con una expectativa culpable. mirar ya implica ventana y vidrio y en caso primero implica ojos memoria recuerdos.

sentarse a veces a mirar las palabras dibujar espesos bosques sobre el papel.

no siempre lo que sabemos es verdad, y es mucho más posible que la verdad sea justamente eso que no sabemos.

la forma en que las ideas aparecen: un olor a damascos, la fachada de una casa, un viaje en bus. Primero aparece una especie de bolita en el cerebro, un coágulo indefinido que a veces tiene un ojo y a veces un ojo y una oreja.

primero el coágulo, luego una especie de definición vaga, como enfocar el objeto, entender sus direcciones, las líneas que se dibujan con más fuerza, los rincones ocultos. De ahí para adelante se puede deformar a antojo, eso da lo mismo: el coágulo es una cosa distinta a lo que tenemos después en la mano, un objeto no tan preciso pero sin duda más acotado, los límites más definidos pero inevitablemente uno que otro detalle inesperado, producto del azar o de una feliz causalidad.