lunes, octubre 24, 2005

Tractatus de Teslae formicus, por Marius Paleologus


"Time past and time presentare both perhaps contained in time future...".
T. S. Eliot.


Index

  1. De las hormigas como género. Donde se trata de la índole de las hormigas en general
  2. Del lugar de las hormigas en la Creación. Donde se las distingue de otras animalias
  3. De las diferencias entre las hormigas. Donde se discute si las hormigas conocen diversidad de especies, o se trata de una, mimetizada
  4. De una hipótesis sobre la existencia en el reino natural de una hormiga hasta hoy no conocida ni descrita por los filósofos
  5. De si esa variante, caso de existir como tal, hubo de salvarse en el arca con Noé necesariamente
  6. De cómo sobrevivió esa hormiga al diluvio. Donde se discute si, al entrar al arca, se ocultó en la pelambre de otras bestias e criaturas
  7. De cómo llegaron dichas hormigas hasta tiempos recientes, salvando incontables peligros
  8. De cómo Maese Nicola Tesla entró en conocimiento de tales hormigas
  9. De si Maese Nicola Tesla enseńó a tales hormigas a alimentarse con su ingenio mecánico o corriente alterna, o se limitó a descubrir que ese ingenio era desde el principio su única y absoluta vianda que se procuraban por algún secreto modo, toda vez que no se suele encontrar en la naturaleza
  10. De cómo el sabio Micer Benjamin Franklin dirimió la disputa entre Micer Edison y Maese Tesla, con ayuda del físico Micer Nero de Dresden y haciendo uso de las extrańas criaturas antes descritas, y lo que sucedió con las hormigas
  11. De cómo han llegado hasta nuestra edad estos prodigios

(Este texto es de autoría de Mario Palou y lo puedes leer completo acá)

martes, octubre 18, 2005

Nocturno de Santiago III

Entonces los ojos y los oidos volcados al silencio, al viaje que se completa en mitad de la oscuridad de centelleantes luces, otra forma de la soledad, otro disfraz del cautiverio. En algún lugar duermes mientras mi viaje comienza, mientras el esperado retorno a la patria -Ítaca, el corazon del exilio, el descentrado vórtice del remolino que nos arrojó a las desconocidas playas de concreto y niebla- comienza a dibujar nuevos mapas, nuevos recorridos para situarnos dentro de nosotros mismos, en el punto en que el equilibrio ya no es más necesario y lo que nos queda son besos húmedos en el quiebre de la cadera, en el nacimiento exhuberante de la vida, en la mínima cosquilla de la espalda. Hay otras letras, un nuevo abecedario que demuele y construye, un monstruo autófago que comienza a escribir esta historia en un lenguaje distinto, signos que parecen rastros de insectos aplastados contra un muro, color sangre no ya bajo las letras sino en ellas mismas, en nosotros, en esta espera que quema y consume, en este mirar por la ventana hacia un paisaje movedizo donde muchas calles se confunden, donde los rostros -no el tuyo, por supuesto, nunca el tuyo- se fusionan en el borrador difuso de un esbozo de carbones, las brasas de los ojos encendidas como faros y el resto un océano de olores y somnolencias, entrecerrar los párpados sin abandonarse al sueño, sin abandonarte. Viajes, silencios, palabras: mi abrazo se alarga en el tiempo para alcanzarte más alla de todo cuerpo. Ventanas, puertas, caminos: el achurado del dibujo, visto de cerca, parece el tejido orgánico de la existencia. No hay pasados, todo eso que llamamos memoria no es más que sarro tras los ojos, no es más que un lastre que nos ancla; no hay pasados en esta ilusión de viaje en que te busco con los ojos tristes pero sin lágrimas, en que tu reflejo me llega desde los rincones oscuros de la ciudad que se desplaza y escabulle. El paso vacilante busca inútilmente hollar el asfalto, trata de calzar el pie sobre el rastro que dejaste, ese hilito de baba trasparente que me desorienta y extravía, que me lanza despiadado a los rincones oscuros del sueño en que no estás y cuando estás me haces daño. La música hará el resto, amor, y en mitad de un desolado camino donde las multitudes invisibles se congreguen las pieles se encontrarán como sin querer y ese silencio que ahora se funde con el sonido de las teclas tendrá por fin sentido y te veré a los ojos y la noche de la ciudad no será más, nunca más amor, y el viaje, si es que hay algo que pueda ser llamado de ese modo, nos devolverá al inicio de todo, cuando sólo estabas tú, sonriendo, y mi respiración te llegaba de lejos como trazando las lineas iniciales de un retrato.

miércoles, octubre 12, 2005

Wentru Dew Pewman

En medio de la noche cálida, mientras el viento acaricia el follaje de los árboles, el hombre dormido en la ruka abre los ojos hacia dentro y sueña. Sueña con pirámides de piedra que nunca ha visto elevándose hacia las nubes, con selvas verdes y húmedas, distintas a las que recorre a diario, con hombres de piel color mate que abren los pechos y devoran corazones. Sueña con un hombre de largas orejas vestido con un traje negro y brillante, miles de alas de murciélago que se agitan con rumor de hojas secas, un rey entre los hombres. Sueña con tierras áridas como la palma de la mano, con lagunas azules que reflejan el cielo, con extraños pájaros rosados de largas y frágiles patas, con serpientes de plata que ruidosas recorren los bosques, que se precipitan sobre las rocas con sonido de truenos que remece los oídos. Luego el silencio de un mar sin fin, de un horizonte que se mece en la distancia. Sueña con árboles huecos que transportan hombres de pecho plateado y duro, las cabezas coronadas con penachos de colores. Sueña con fuegos mágicos que destrozan a los hombres desnudos, con bestias que transportan a otros hombres con pelo en la cara y los ojos de colores como piedras de río. Sueña con sangre, con muerte, con hambre, los árboles huecos ahora volviendo a sus puertos cargados con piedras doradas que se transformarán en medallas doradas, con ciudades pestilentes allende las aguas donde los ratones trasportan muerte en oscuros laberintos. Sueña con el silencio del tiempo, con el dormir de años, con palabras en un idioma desconocido que cantan No las damas, amor; no gentilezas / de caballeros canto enamorados, / ni las muestras, regalos y ternezas / de amorosos, afectos y cuidados; / mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados / que la cerviz de Arauco no domada / pusieron duro yugo por la espada. Sueña las selvas devastadas, los ríos secos, el canto de los pájaros silenciados. Sueña con animales que rugen sin boca y que se mueven sin patas. Sueña con ciudades brillantes como estrellas, con paredes de aire que impiden el paso, con muros de agua que devuelven el reflejo a los hombres y los multiplican. Sueña con las montañas cubiertas por el humo, la memoria de los hombres quebrada, los ojos vacíos y como ciegos.
Despierta agitado al amanecer, solo en la ruka. Abre los ojos de golpe, como sin un sonido terrible hubiera rasgado el aire. Se levanta y sale de la ruka con paso firme, respirando profundamente el aire ligero de la mañana. La mujer, arrodillada junto al fuego, se desenreda el pelo con las manos. Mira al hombre desnudo y erguido que se ha detenido a unos pasos de la ruka y observa los primeros rayos de sol que asoman tras la montaña.
El hombre siente en la nuca el peso suave de los ojos de la mujer y vuelve la cabeza. Lee en la mirada la pregunta implícita.
- Mùln huaiki, acun hueicha –dice el hombre mientras comienza a caminar hacia el bosque.
La mujer lo ve alejarse lentamente, la espalada ancha y el pelo largo que cae como una cascada negra.
- Acun hualichu –dice el hombre antes de desaparecer en la sombra de los árboles.

viernes, octubre 07, 2005

Verificación de la palabra


Sentado frente a la pantalla luminosa del computador voy dejando que mis dedos salten de una lado para otro, voy armando una coreografía de palabras de significado ignoto, de lecturas impredecibles. El dolor de cabeza y lo boca seca, recuerdo del vino de la noche pasada, me obligan a cerrar de vez en cuando los ojos. Por la ventana abierta -la ventana siempre está abierta- llegan los sonidos de otra calle que no es mia, los rugidos de los motores, los gritos de los vendedores ambulantes, la risa de un niño que juega bajo la ventana.
Escribo y fumo y bebo café hasta que el estómago se resiste pateando con fuerza. Entonces me levanto y voy hasta le ventana y dejo que el humo escape por mi nariz y se deshaga en el viento como delicados filigranas de mercurio. Miro hacia el patio que hay bajo la ventana y veo a la vieja que saca a jugar al niño siempre a esta hora, siempre a mediodía. Instalan un pequeño tobogan de plástico con chillones colores y el niño se dedica a escarbar la tierra y sacar lombrices que se retuercen bajo el sol y la mirada cruel del pequeño. La vieja habla sola, mirando hacia la calle. Distancias insalvables y espacios mínimos. Estoy apenas a cinco metros de la vieja y nos separa una vida, un mundo.
Vuelvo a la escritura, a la construcción de un cuerpo etéreo en la sumatoria de signos y significados y silencios. Las teclas del computador crujen bajo el golpe certero y lanzan el impulso electrico que se transforma en imagen ante mis ojos. Procesos orgánicos casi: creación de pensamiento, visión, oído, todo funciona de un modo más o menos similar. Escribo, creo, miento. El capítulo doce de Martín en las ciudades comienza a tomar forma de la nada. Es casi escritura automática, nunca sé que va a pasarle en la siguiente línea. Todo parte de un detalle o una palabre que me ronda en el momento de ponerme a escribir. Todo parte, entonces, de la nada. Y completa el círculo efímero y veloz de la escritura. Idea, letra, olvido. No hay más. Ni trascendencia ni patrañas metafísicas. Quizás necesidades, pero eso casi no cuenta.
Borges y los laberintos, Borges y la ciudad pensada como laberinto, como juego de espejos, pienso echándome para atrás en la silla. Es el tema de un artículo que escribo y que podría ser publicado en una revista. Me gusta un versito de Borges que dice: No habrá nunca una puerta. Estás adentro / y el alcázar abarca el universo / y no tiene anverso ni reverso / ni externo muro ni secreto centro. Cuando abro La nueva antología personal del ciego de Palermo, editada por Bruguera en 1980, para copiar el verso me encuentro con un trébol de cuatro hojas marcando la página.
Coincidencia, fárrago de recuerdos: un resumen de todo. Otra vez la bolita negra, sentir que la piel se convierte en una fina película que no proteje del dolor.
Las teclas vuelven a sonar y la ciudad queda atrás, muy atrás, mientras espero el beso tibio que me arranque del infierno.

miércoles, octubre 05, 2005

Viaje sin banda sonora

Entre las costumbres del señor K., que son muchas (aprenderse de memoria los actores y directores de cada película que ve, leer siempre el final del libro antes de decidir si lo va a leer completo, comer yogur con papas fritas, buscar su reflejo deformado en las manillas metálicas de las puertas y dormir mirando hacia la pared son algunas), una de las primeras del día, luego del aseo matutino y el café negro negro de rigor, es alistar el discman para el largo trayecto en bus que lo separa de su trabajo. Para ello tiene un bolsito negro que cobija y protege el aparato y los discos que varían diariamente desde la novena de Mahler y Yo-Yo Ma interpretando las suites para cello de Bach hasta Pearl Jam en un concierto en Lisboa o Hail to the thief de Radiohead. Entonces se cuelga el bolsito al hombro y sale a la calle tarareando sus músicas como Glenn Gould sentado frente al piano.
Pero el señor K. también es reticente a convertirse en un animal de costumbres por lo que de vez en cuando se hace una zancadilla a sí mismo y abandona los rituales conocidos, cambia el café por leche o se lanza sin paracaídas a libros de autores desconocidos. Hay días, por ejemplo, que abandona el bolsito y el discman y los discos sobre el escritorio y se lanza a las calles ruidosas de su capital tercermundista.
Lo primero son las bocinas, el ronroneo variable de los motores, un par de gritos de mujer llamando a –supone él- sus hijos, el sol que quema la piel con la suave caricia de la primavera sin consolidar. Luego viene el sonido del motor del bus, mirar por la ventana buscando sin buscar, dejar que los rostros recortados por la luz lo impacten durante un breve instante, quedarse con una boca, con un ojo, con un brillo en el pelo de una chica. Y los ruidos del bus, las conversaciones por celular, el chico que llora encaramado en el asiento, aquel otro que sí lleva su música propia y canta en voz alta a Roberto Carlos.
La ciudad, sucia y gris, a medio camino de la ruina, pasa como un paisaje borroso frente a sus ojos mientras el señor K. recuerda un arcoiris que nunca apareció en el puro cielo azulado y para el que malgastó (esto lo sabe ahora, claro) buena parte de su entusiasmo adolescente, piensa en un par de historias para escribir más tarde, piensa en un muchacho perdido en una ciudad imposible, quizás un retrato inconsciente (pero a quién quiere engañar) de lo que le pasa cada vez que vagabundea por Santiago, de lo que le sucede mientras va mirando caras y colores, mientras busca oscuros pasajes escondidos, esquiva borrachos que duermen rodeados de perros y las negras puertas se abren sólo con pedírselo.
El señor K., sentado incómodo en el asiento del bus, el rostro vuelto hacia el sol del mediodía, sabe que lo que sigue a continuación es el crecimiento de una pelotita negra en la boca del estómago. Resignado suspira, insultándose en silencio por su negación de las costumbres, por las zancadillas voluntarias, abandonado a la ciudad que no deja de transcurrir y desdibujarse, extrañando la banda sonora que habitualmente le ayuda a esquivar sus pensamientos.
Entonces voltea la cabeza y mira al tipo que sigue cantando a Roberto Carlos (tú eres mi amigo del alma, realmente el amigo…) casi vociferando y la envidia le corroe el alma.

domingo, octubre 02, 2005

Leticia & Goretti


Desde distintos ángulos de la habitación se buscan con la mirada y a la vez se esquivan como gatas anhelando el cobijo de las sombras. No hay movimientos perceptibles, apenas un subir y bajar los párpados, apenas la flecha que nace de las pupilas idénticas y oscuras y va a clavarse en el quiebre de la nuca, en algún lugar del muslo apenas cubierto por la toalla.
- No me mires -dice Goretti en un susurro.
Tiene el pelo corto y castaño, aún mojado por la lluvia que la sorprendió de vuelta a casa, los ojos amarillos como soles en mitad de una silenciosa implosión. Se afirma la toalla sobre el pecho mientras en el reflejo adivina el brillo malicioso de los ojos negros de Leticia.
- Nadie te mira, pajarito. No seas paranoica -le responde.
Gira la cabeza al decir esto, le muestra el perfil recortado contra la luz que entra por la ventana, dejando que el humo del cigarro escape entre sus labios dibujando efímeros dragones en el aire frente a su rostro. El cabello lacio y oscuro como sus ojos cae como una cascada de noche sobre los hombros y la camisa blanca a medio abotonar, sobre los senos caídos que apenas se adivinan bajo la tela.
- Eres tan tonta, a veces -dice.
- Y tú tan mala.
Leticia lanza una fingida carcajada al aire. Suena como una docena de copas de cristal estrellándose contra el piso de madera.
- A quién más se le ocurre salir con este diluvio.
- Eres una amargada.
- Pobre pajarito, qué indefensa te ves.
- No me mires, he dicho.
Leticia comienza a caminar junto a la ventana, dejando que la ceniza del cigarro caiga al piso sin el menor cuidado.
- Tú vas a limpiar eso -dice Goretti.
- Cómo usted diga.
- Hablo en serio.
- Lo sé.
Un silencio espeso como las nubes que cubren el cielo de la ciudad, al otro lado de la ventana, se instala en la habitación. Leticia lanza una bocanada de humo contra el vidrio, empañándola. Goretti la vigila a través del espejo mientras acomoda el desordenado cabello que no acaba de secarse. La ve dibujar un corazón roto sobre el vidrio, la ve borrarlo con la palma de la mano delgada de afilados dedos.
- Tienes manos de bruja -dice Goretti.
Leticia deja a medio borrar el dibujo y le sonríe sinceramente.
- Estás aprendiendo, pajarito.
- No. Nunca voy a aprender.
- Eres tan linda.
Goretti siente que un escalofrío le recorre la espalda, siente que los pasos sigilosos de Leticia se acercan por detrás, siente el contacto frío de sus dedos en el cuello. Cuando la busca en el espejo se da cuenta que sigue junto a la ventana, ahora recostada contra el muro y jugando con la cortina.
- Cierra las cortinas. Quiero vestirme -pide.
- No.
- Cierra las cortinas, por favor.
- Muéstrame.
- Tengo frío.
- Muéstrame.
Goretti rezonga emitiendo suaves gruñidos, casi ronroneos. Espera un minuto, dos, sintiendo la mirada de Leticia fija en ella. Entonces se pone de pie y deja que la toalla se deslice sobre su cuerpo hasta quedar tirada como un cachorro muerto a sus pies. Siente el aire frío contra la piel, contra la redondez perfecta del pecho coronado con negros pezones.
- Eres linda -dice Leticia, sonriendo.
Goretti se ruboriza mientras la otra, mientras Leticia parece flotar sobre el piso juntando las cortinas, cubriendo la habitación con una cálida oscuridad.
Afuera de la habitación llueve, y el sonido de la lluvia golpeando contra los vidrios acalla todos los ruidos.