Desde distintos ángulos de la habitación se buscan con la mirada y a la vez se esquivan como gatas anhelando el cobijo de las sombras. No hay movimientos perceptibles, apenas un subir y bajar los párpados, apenas la flecha que nace de las pupilas idénticas y oscuras y va a clavarse en el quiebre de la nuca, en algún lugar del muslo apenas cubierto por la toalla.
- No me mires -dice Goretti en un susurro.
Tiene el pelo corto y castaño, aún mojado por la lluvia que la sorprendió de vuelta a casa, los ojos amarillos como soles en mitad de una silenciosa implosión. Se afirma la toalla sobre el pecho mientras en el reflejo adivina el brillo malicioso de los ojos negros de Leticia.
- Nadie te mira, pajarito. No seas paranoica -le responde.
Gira la cabeza al decir esto, le muestra el perfil recortado contra la luz que entra por la ventana, dejando que el humo del cigarro escape entre sus labios dibujando efímeros dragones en el aire frente a su rostro. El cabello lacio y oscuro como sus ojos cae como una cascada de noche sobre los hombros y la camisa blanca a medio abotonar, sobre los senos caídos que apenas se adivinan bajo la tela.
- Eres tan tonta, a veces -dice.
- Y tú tan mala.
Leticia lanza una fingida carcajada al aire. Suena como una docena de copas de cristal estrellándose contra el piso de madera.
- A quién más se le ocurre salir con este diluvio.
- Eres una amargada.
- Pobre pajarito, qué indefensa te ves.
- No me mires, he dicho.
Leticia comienza a caminar junto a la ventana, dejando que la ceniza del cigarro caiga al piso sin el menor cuidado.
- Tú vas a limpiar eso -dice Goretti.
- Cómo usted diga.
- Hablo en serio.
- Lo sé.
Un silencio espeso como las nubes que cubren el cielo de la ciudad, al otro lado de la ventana, se instala en la habitación. Leticia lanza una bocanada de humo contra el vidrio, empañándola. Goretti la vigila a través del espejo mientras acomoda el desordenado cabello que no acaba de secarse. La ve dibujar un corazón roto sobre el vidrio, la ve borrarlo con la palma de la mano delgada de afilados dedos.
- Tienes manos de bruja -dice Goretti.
Leticia deja a medio borrar el dibujo y le sonríe sinceramente.
- Estás aprendiendo, pajarito.
- No. Nunca voy a aprender.
- Eres tan linda.
Goretti siente que un escalofrío le recorre la espalda, siente que los pasos sigilosos de Leticia se acercan por detrás, siente el contacto frío de sus dedos en el cuello. Cuando la busca en el espejo se da cuenta que sigue junto a la ventana, ahora recostada contra el muro y jugando con la cortina.
- Cierra las cortinas. Quiero vestirme -pide.
- No.
- Cierra las cortinas, por favor.
- Muéstrame.
- Tengo frío.
- Muéstrame.
Goretti rezonga emitiendo suaves gruñidos, casi ronroneos. Espera un minuto, dos, sintiendo la mirada de Leticia fija en ella. Entonces se pone de pie y deja que la toalla se deslice sobre su cuerpo hasta quedar tirada como un cachorro muerto a sus pies. Siente el aire frío contra la piel, contra la redondez perfecta del pecho coronado con negros pezones.
- Eres linda -dice Leticia, sonriendo.
Goretti se ruboriza mientras la otra, mientras Leticia parece flotar sobre el piso juntando las cortinas, cubriendo la habitación con una cálida oscuridad.
Afuera de la habitación llueve, y el sonido de la lluvia golpeando contra los vidrios acalla todos los ruidos.