No es que Ignacio les tema a los ascensores. Muy por el contrario, le parecen la invención más importante del ser humano después de la rueda y, tal vez, del teléfono. Le encantan los ascensores antiguos, esos en los que él mismo debe correr el enrejado que sirve de puerta, debe soltar el freno y mientras baja -o sube- se pueden ver las losas de concreto que hay entre piso y piso. También le gustan los ascensores más modernos, llenos de brillantes metales de color dorado y alfombra en el piso y un cartel sobre la puerta en que se solicita a los usuarios no quitarse el sombrero para comodidad del resto de los ocupantes y un enorme espejo en la muralla del fondo.
Celeste le dijo, una de las tardes que visitó a Ignacio en su departamento, que esos espejos servían para que los ascensores no parecieran tan pequeños. A Ignacio esa explicación le pareció razonable aunque él tiene su propia teoría, pero no se trataba de contradecir a Celeste en ese momento, cuando una brisa que venía desde el balconcito arremolinaba el vestido violeta entre sus piernas. Ignacio piensa que los espejos sirven para que la gente no se sienta tan sola en los ascensores, que a muchos les parecen tan inhóspitos y a muchos más aún les son indiferentes. Ignacio nunca se siente solo en un ascensor, y no precisamente por el espejo. Ignacio siente que todo está a su alcance, que hay cierta calidez que muy pocas veces puede encontrar en la calle.
Acerca de los ascensores de última generación, Ignacio los encuentra simplemente fantásticos, con todo su despliegue de tableros digitales y botoncitos cromados, sin hablar de unos cilindros que tienen en el techo y que iluminan suavemente el cubículo. Ignacio recuerda los libros de ciencia ficción que leía en su adolescencia y estalla en un júbilo silencioso que la mayoría de las veces lo obliga a bajarse del ascensor uno o dos pisos antes.
Ignacio ama los ascensores, que siempre son tan útiles, sobre todo si uno está cansado de caminar quince cuadras cargado hasta el tope de chucherías y verduras. Ignacio no les teme a los ascensores, pero sí a ese hueco vertical por el que circulan. Ignacio siente pavor sólo al imaginar ese espacio oscuro sin ninguna comunicación con el exterior, pues las puertas de entrada a este lugar son, al mismo tiempo, las puertas del ascensor, y es ahí a donde uno se dirige y de ningún modo al esófago de concreto que recorre de arriba a abajo los edificios. Ignacio puede imaginarse claramente el infierno como uno estos túneles, pues por lo menos noche por medio despierta empapado en sudor después de haber soñado que caía interminablemente a través de un angosto y oscuro pasaje. Ignacio ha escuchado de casos de gente que, accidentalmente, ha sido devorada por estas gargantas infernales. La puerta se abre, pero el ascensor no está. Un paso y adiós. Ignacio lo sabe perfectamente. Por eso muy rara vez utiliza los ascensores y eso lo llena de tristeza porque siempre le han parecido tan bonitos, tan acogedores.
16 comentarios:
Cuando está te suben al cielo, pero cuando no está, ... al infierno!
Curioso que hoy hable usted de ascensores. Justo hoy que he quedado semiatrapada en uno minusculo, azul, triste y con mal olor.
igualmente me ha hecho recordar usted un antiguo ascensor de la plaza italia, uno en que el sonido de los besos se perdía entre crujidos alaracos.
Je. le voy a imprimir tu texto a mis pacientes claustrofóbicos para que se les vaya el pavor a los elevadores, gracias :)
Qué vértigo... pero hay que tomar el riesgo de la caída si se quiere entrar, subir o bajar a cualquier parte. Pobrecito Nacho.
Bien, me encanta leer lo que escribes. bDespués me pongo al día con los felinos, parecía interesante
saludos!
Es lejano, es necesario y extraño.
Feliz año Señor K
atte AVA.
Ignacio es un hombre inteligente. Ama a los ascensores pero su amor es meramente platónico. Un cuento atractivo. Saludos.
aqui los ascensores antiguos son normales de ver. Es como si esa cajita fuera la misma caja del tiempo que nunca podemos encontrar. Un beso, mister.
Adoro a este Ignacio y su capacidad de asombro, como los bebés que descubren recién las maravillas del mundo, como los románticos (que quedan tan pocos) que se encantan hasta con los detalles más superfluos, como los borrachos de dorada locura, o como los locos que llenan de su sabio mirar tantos rincones olvidados por las realidades falaces.
Adoro a este Ignacio y sus ascensores de sueños.
ay. amar lo que no se puede tener.
eso que nos parece tan bonito, tan agradable tan lejos de nuestro alcance a causa de tantos miedos.
a mi me pasa algo similar.
pero no con los ascensores.
beso y abrazo.
saludos a c.
Al igual que a Ignacio, a mi también me gustan los ascensores. Pero más me gusta, como escribe usted. Saludos cordiales pero de alguna parte.
En cuestión de asensores el sexo es un buen reto, más si de historia se trata pudiese ser fantástico transportarse al confin del mundo.
Algo más serio?... dan ansiedad los que están por fuera de todo el edificio.
Uno medicinal, son buenos para los oídos. Saber cuál es el que anda mal.
Genial! de verdad!
Nunca supe si al mio le gustaban los ascensores... me encantó senhor K...
Probablemente Ignacio no sabe que los ascensores son el medio de transporte más seguro del mundo, superando con creces a los aviones, las bicicletas y los pies.
Muy bueno,
Salu2,
Carerraja
Ficción en Pulpa
le gusta pero le asusta como dice la cumbia esa, que los ascensores son tan lindos mientras más viejos mejor así uno ni sabe en qué piso anda puedes pensar que llegaste arriba y si no es por el ruido de la reja sigues de largo,
saludos k,
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