Hoy, aprovechando el sol primaveral, tomé la bicicleta y me fui a cortar el pelo. No es menor el hecho considerando que la última vez fue en el distante mes de marzo o, siendo optimista, en abril. La verdad, es que ir a la peluquería me complica tanto como ir al dentista. Básicamente, y esto se aplica tanto a las peluquerías como a las consultas dentales, se trata de lo siguiente: las hay que parecen confiables y serias pero que cobran tanto que no me animo a entrar en ellas y las hay, por el otro lado, tan baratas que uno las mira desde fuera y da como una desconfianza culposa el entrar.
En marzo, o en abril como ya se ha dicho, encontré una solución a este problema. Recordé una peluquería en mi antiguo barrio donde atendía un tal Mario y algunas otras peluqueras. Mario era un tipo medio afeminado, rubio y chico, que se movía de un lado para otro con una agilidad inexplicable y, al decir de las señoras concurrentes en el local, era un excelente peluquero. No debo haber tenido más de 15 la última vez que me corté el pelo en ese lugar. Luego me convertí en habitué una academia de peluqueros que funcionaba en un departamento en Lastra con Independencia, donde acudía mensualmente a raparme y me entretenía escuchando las conversaciones de las estudiantes, señoras ya pasaditas en años y otras más jóvenes, algunas casi niñas, mezcladas con uno que otro chico/chica. Era realmente, y ahora que lo recuerdo no puedo pensar de un modo distinto, una suerte de comedia de la vida representada en grandes dramas y pequeñas envidias o rencores. Además, era baratísimo: creo que nunca pagué más de $500 por el servicio.
Pero la peluquería de Mario seguía existiendo, y yo la veía cada vez que salía a la avenida a tomar micro. Pero Mario ya no estaba. Recién entonces me enteré de la existencia de la esposa. No sé porque medio -seguramente mi madre, o mis hermanos más pequeños- me llegó la noticia: Mario se había suicidado. El mito del barrio era que se había colgado ahí mismo, en la peluquería, luego de limpiar y cerrar por dentro. De esto no tengo certeza. Entonces apareció la esposa, que seguramente se llamaba Denisse como la peluquería, y se hizo cargo del negocio. Y las viejas siguieron tiñéndose y emperifollándose en las mismas sillas y con las mismas tijeras pero ahora sin Mario sino con la esposa.
Eso fue hace muchos años y desde entonces me fui del barrio y he naufragado de peluquería en peluquería siempre en el momento límite en que el largo del pelo ya es incontrolable y desarrolla voluntad propia.
Y como decía, en marzo (quizás en abril), decidí volver a la vieja peluquería de Mario, sin Mario por supuesto. Sorprendentemente el lugar aún existía y era la esposa, la viuda de Mario quien estaba a cargo. La primera vez, en marzo o abril, casi no hablé con ella. Hoy sí. Hablamos de un montón de cosas: del feriado del 17, de los estilos de peinado actuales, de mi trabajo y del suyo. Le pregunté si vivía cerca y me dijo que antes sí, pero que luego se había cambiado. Agregó que hace mucho se había cambiado de casa y por un momento se detuvo, dejó la tijera quieta en el aire y miró hacia afuera por la gran vitrina que da a la calle. Yo la miraba por el espejo, seguro que ella en ese momento recordaba a Mario, y el momento fue triste y a la vez reconfortante. Fue como un par de extraños que se cruzan en la calle y por un momento, un instante, creen reconocerse.
Volví a mi casa montado en la bicicleta y con el pelo corto, con un dedo de largo en los costados y en la nuca y dos dedos en la parte superior de la cabeza. Volví feliz y renovado.
Había pensado escribir un post acerca de Cortázar, a noventa y tres años y cuatro días de su natalicio, o de Umbral, a pocos días de su muerte, pero terminé hablando de mi infancia y otras muertes.
Debo mencionar que en el MySpace de María Perlita hay un vínculo para el post anterior, por lo que me siento honrado por decirlo de algún modo. Y así las cosas, he aquí la banda sonora para hoy:
En marzo, o en abril como ya se ha dicho, encontré una solución a este problema. Recordé una peluquería en mi antiguo barrio donde atendía un tal Mario y algunas otras peluqueras. Mario era un tipo medio afeminado, rubio y chico, que se movía de un lado para otro con una agilidad inexplicable y, al decir de las señoras concurrentes en el local, era un excelente peluquero. No debo haber tenido más de 15 la última vez que me corté el pelo en ese lugar. Luego me convertí en habitué una academia de peluqueros que funcionaba en un departamento en Lastra con Independencia, donde acudía mensualmente a raparme y me entretenía escuchando las conversaciones de las estudiantes, señoras ya pasaditas en años y otras más jóvenes, algunas casi niñas, mezcladas con uno que otro chico/chica. Era realmente, y ahora que lo recuerdo no puedo pensar de un modo distinto, una suerte de comedia de la vida representada en grandes dramas y pequeñas envidias o rencores. Además, era baratísimo: creo que nunca pagué más de $500 por el servicio.
Pero la peluquería de Mario seguía existiendo, y yo la veía cada vez que salía a la avenida a tomar micro. Pero Mario ya no estaba. Recién entonces me enteré de la existencia de la esposa. No sé porque medio -seguramente mi madre, o mis hermanos más pequeños- me llegó la noticia: Mario se había suicidado. El mito del barrio era que se había colgado ahí mismo, en la peluquería, luego de limpiar y cerrar por dentro. De esto no tengo certeza. Entonces apareció la esposa, que seguramente se llamaba Denisse como la peluquería, y se hizo cargo del negocio. Y las viejas siguieron tiñéndose y emperifollándose en las mismas sillas y con las mismas tijeras pero ahora sin Mario sino con la esposa.
Eso fue hace muchos años y desde entonces me fui del barrio y he naufragado de peluquería en peluquería siempre en el momento límite en que el largo del pelo ya es incontrolable y desarrolla voluntad propia.
Y como decía, en marzo (quizás en abril), decidí volver a la vieja peluquería de Mario, sin Mario por supuesto. Sorprendentemente el lugar aún existía y era la esposa, la viuda de Mario quien estaba a cargo. La primera vez, en marzo o abril, casi no hablé con ella. Hoy sí. Hablamos de un montón de cosas: del feriado del 17, de los estilos de peinado actuales, de mi trabajo y del suyo. Le pregunté si vivía cerca y me dijo que antes sí, pero que luego se había cambiado. Agregó que hace mucho se había cambiado de casa y por un momento se detuvo, dejó la tijera quieta en el aire y miró hacia afuera por la gran vitrina que da a la calle. Yo la miraba por el espejo, seguro que ella en ese momento recordaba a Mario, y el momento fue triste y a la vez reconfortante. Fue como un par de extraños que se cruzan en la calle y por un momento, un instante, creen reconocerse.
Volví a mi casa montado en la bicicleta y con el pelo corto, con un dedo de largo en los costados y en la nuca y dos dedos en la parte superior de la cabeza. Volví feliz y renovado.
Había pensado escribir un post acerca de Cortázar, a noventa y tres años y cuatro días de su natalicio, o de Umbral, a pocos días de su muerte, pero terminé hablando de mi infancia y otras muertes.
Debo mencionar que en el MySpace de María Perlita hay un vínculo para el post anterior, por lo que me siento honrado por decirlo de algún modo. Y así las cosas, he aquí la banda sonora para hoy:
3 comentarios:
Pobre Mario... puf!... en cambio tu servidor como seguro ya sabes, se rapa a si mismo desde hace algunos años (desde que la alopecia era irremediable), y la plata que me ahorro del corte la invierto en un buen par de cervezas, (ha que no), ya ni recuerdo mi ex-cabellera, pero ... que huevada mas cómoda, rico pelarse... en fin esto quedo casi como una declaración de principios pero bue, es lo que hay.
un abrazo mi viejo
Tu blog está buenísimo, y menos mal que no escribiste sobre Cortázar, como que desbordó mucho el tema últimamente: yo me harté después de ver 3 documentales seguidos sobre el en TV. En cambio, leer la historia de Mario y Denisse, fue más gratificante.
Saludos.
dmr.rojas@gmail.com
www.damebola.blogspot.com
"(...)Mejor buenos recuerdos que un pasado perdido
por eso Matilde un buen dia acabo por tirarse en el rio
lo que fue tan hermoso que no caiga al olvido
te estare recordando por siempre Matilde que tu no te has ido(...)" - Pedro Guerra
"El marido de la peluquera", bella pelicula, fresca, salipcada de pasiones, dolorosa...
Como la historia de Mario, de Denisse, de ese joven de 15 años que volvio a deshacerse de viejos cabellos que lo abrumaban, lo aburrian, le crecian sin una misma direccion ...
Soy Flor, de Argentina, Santa Fe, ciudad de Rosario, y he llegado aqui de una manera extraña, por suerte me encontre en estas lineas...las tuyas
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