El gordo volvió con un café negro y humeante y al mismo tiempo, en la vereda de enfrente, apareció un hombre vestido con un traje parecido al que Martín llevaba. El hombre caminaba rápidamente, con un andar nervioso, y era largo y triste como una pintura de El Greco.
Martín lo vio acercarse, lo vio detenerse mirando repetidamente hacia el balcón, hasta que estuvo frente al edificio. Al parecer dudaba, pero finalmente, con un ademán particularmente dramático, atravesó las puertas con los vitrales y despareció en la sombra. Martín, sorbiendo el café, decidió esperar a que saliera.
El espacio del café era tan pequeño que parecía que las mesas estaban amontonadas unas contra otras, con los respaldos de las sillas sobresaliendo entre las superficies de melamina como si fueran aletas de tiburones. Martín se acomodó en el asiento llevándose la taza de café a los labios, satisfecho de tener suficiente espacio para moverse. Detrás de la barra, el hombre gordo lo miraba de vez en cuando mientras tarareaba lo que le pareció una canción de Frank Sinatra.
Observó el edificio de enfrente, fijando la mirada en el balcón del tercer piso, con su ventanal abierto. No tardó en aparecer allí el hombre delgado, afirmándose casi con desesperación de la baranda y mirando hacia la calle en ambos sentidos. Desde la distancia parecía nervioso y abatido. Martín lo vio meterse nuevamente al departamento y, notando una leve agitación en las cortinas de la ventana contigua al balcón, supuso que ahora revisaba el cuarto donde él había despertado. Estará echando de menos la corbata, pensó, y han matado a un hombre por menos.
Absorto en la adivinación de los movimientos del sujeto dentro del departamento –ahora revisa los cajones, primero con calma, luego con creciente angustia, arrancándolos de sus nicho de madera, lanzándolos a través del espacio limitado, estrellándolos contra el muro opuesto; ahora revuelve la ropa de la cama, se la lleva a la cara y la huele, contiene un sollozo desesperado, la rasga, se enjuga las lágrimas que involuntariamente le rasgan las mejillas; ahora sale del cuarto, llega al vacío iluminado por la luz que entra por el balcón, mira las paredes desnudas, no puede evitar imaginar una pintura de Hopper, busca con las manos la silueta de los cuadros ausentes, se aferra con las uñas a los clavos que apenas sobresalen, se cuelga de ellos hasta que un hilo de sangre corre por los muros, antes tan blancos-, Martín olvidó el café y la taza y cuando volvió por ellos el líquido ya estaba frío y amargo.
El hombre gordo estaba junto a él antes de llamarlo.
- ¿Otro café? –preguntó.
- Sí -dijo Martín mirando alternadamente al gordo y al balcón.
Durante lo que le pareció que era un cuarto de hora no sucedió nada. El nuevo café estaba más sabroso que el anterior, aunque Martín lo atribuyó a que de alguna manera las imágenes del hombre delgado arrastrándose dentro del departamento ya no eran tan claras. Primero era mi sueño, se dijo, ahora casi se convierte en el sueño de otro. Respiró aliviado mientras sentía el café caliente deslizarse hacia adentro, generando un núcleo de calor interno que poco a poco lo fue ganando en una especie de modorra. En la puerta del edificio de enfrente apareció el hombre delgado. Desde la lejanía pudo notar que había llorado largamente y parecía más tranquilo que a su llegada. La tristeza que antes se podía intuir ahora se había personificado en él mismo.
Martín buscó al hombre gordo tras la barra e hizo el ademán de escribir algo en el aire. Miró por la ventana para asegurarse que el sujeto en la otra acera seguía ahí, y efectivamente estaba. Parecía buscar algo en sus bolsillos, de donde sacaba gran cantidad de papeles que iba dejando caer descuidadamente a sus pies. De pronto se detuvo, mirando fijamente un papel que fue desplegando y en el que leyó algo que lo volvió al estado inicial de alteración. Se tomó la cabeza con las manos, arrugó el papel y lo arrojó contra el piso. Empezó a caminar rápidamente en la dirección contraria a la que había llegado.
- Su cuenta –escuchó Martín tras él, y al volverse se encontró con la mirada bovina del gordo.
- Gracias –respondió, más tranquilo de lo que esperaba.
Buscó en el bolsillo interior de la chaqueta y extrajo, sin asombro, un par de billetes color sangre que puso sobre la mesa.
- Es por una mujer –dijo el gordo.
Martín lo miró y se encogió de hombros.
- Una vez yo quise a una mujer –dijo el gordo mecánicamente-, una mujer hermosa que me regaló parte de su vida. Pero no me bastaba y tuve que tomarla toda.
Martín se levantó en silencio y esquivó la corpulencia inmóvil del hombre, que permaneció junto a la mesa hasta mucho después que nadie quedó en la calle y en las inmediaciones del café, la mirada extraviada en un paisaje del recuerdo.
El espacio del café era tan pequeño que parecía que las mesas estaban amontonadas unas contra otras, con los respaldos de las sillas sobresaliendo entre las superficies de melamina como si fueran aletas de tiburones. Martín se acomodó en el asiento llevándose la taza de café a los labios, satisfecho de tener suficiente espacio para moverse. Detrás de la barra, el hombre gordo lo miraba de vez en cuando mientras tarareaba lo que le pareció una canción de Frank Sinatra.
Observó el edificio de enfrente, fijando la mirada en el balcón del tercer piso, con su ventanal abierto. No tardó en aparecer allí el hombre delgado, afirmándose casi con desesperación de la baranda y mirando hacia la calle en ambos sentidos. Desde la distancia parecía nervioso y abatido. Martín lo vio meterse nuevamente al departamento y, notando una leve agitación en las cortinas de la ventana contigua al balcón, supuso que ahora revisaba el cuarto donde él había despertado. Estará echando de menos la corbata, pensó, y han matado a un hombre por menos.
Absorto en la adivinación de los movimientos del sujeto dentro del departamento –ahora revisa los cajones, primero con calma, luego con creciente angustia, arrancándolos de sus nicho de madera, lanzándolos a través del espacio limitado, estrellándolos contra el muro opuesto; ahora revuelve la ropa de la cama, se la lleva a la cara y la huele, contiene un sollozo desesperado, la rasga, se enjuga las lágrimas que involuntariamente le rasgan las mejillas; ahora sale del cuarto, llega al vacío iluminado por la luz que entra por el balcón, mira las paredes desnudas, no puede evitar imaginar una pintura de Hopper, busca con las manos la silueta de los cuadros ausentes, se aferra con las uñas a los clavos que apenas sobresalen, se cuelga de ellos hasta que un hilo de sangre corre por los muros, antes tan blancos-, Martín olvidó el café y la taza y cuando volvió por ellos el líquido ya estaba frío y amargo.
El hombre gordo estaba junto a él antes de llamarlo.
- ¿Otro café? –preguntó.
- Sí -dijo Martín mirando alternadamente al gordo y al balcón.
Durante lo que le pareció que era un cuarto de hora no sucedió nada. El nuevo café estaba más sabroso que el anterior, aunque Martín lo atribuyó a que de alguna manera las imágenes del hombre delgado arrastrándose dentro del departamento ya no eran tan claras. Primero era mi sueño, se dijo, ahora casi se convierte en el sueño de otro. Respiró aliviado mientras sentía el café caliente deslizarse hacia adentro, generando un núcleo de calor interno que poco a poco lo fue ganando en una especie de modorra. En la puerta del edificio de enfrente apareció el hombre delgado. Desde la lejanía pudo notar que había llorado largamente y parecía más tranquilo que a su llegada. La tristeza que antes se podía intuir ahora se había personificado en él mismo.
Martín buscó al hombre gordo tras la barra e hizo el ademán de escribir algo en el aire. Miró por la ventana para asegurarse que el sujeto en la otra acera seguía ahí, y efectivamente estaba. Parecía buscar algo en sus bolsillos, de donde sacaba gran cantidad de papeles que iba dejando caer descuidadamente a sus pies. De pronto se detuvo, mirando fijamente un papel que fue desplegando y en el que leyó algo que lo volvió al estado inicial de alteración. Se tomó la cabeza con las manos, arrugó el papel y lo arrojó contra el piso. Empezó a caminar rápidamente en la dirección contraria a la que había llegado.
- Su cuenta –escuchó Martín tras él, y al volverse se encontró con la mirada bovina del gordo.
- Gracias –respondió, más tranquilo de lo que esperaba.
Buscó en el bolsillo interior de la chaqueta y extrajo, sin asombro, un par de billetes color sangre que puso sobre la mesa.
- Es por una mujer –dijo el gordo.
Martín lo miró y se encogió de hombros.
- Una vez yo quise a una mujer –dijo el gordo mecánicamente-, una mujer hermosa que me regaló parte de su vida. Pero no me bastaba y tuve que tomarla toda.
Martín se levantó en silencio y esquivó la corpulencia inmóvil del hombre, que permaneció junto a la mesa hasta mucho después que nadie quedó en la calle y en las inmediaciones del café, la mirada extraviada en un paisaje del recuerdo.
Por su parte, Martín salió tranquilamente del café y cruzó la calle. Miró en la dirección hacia donde había partido el hombre delgado, aún sabiendo que era inútil y sin sorpresa se encontró con la calle vacía, iluminada por el sol de la mañana. Parece domingo, pensó Martín, mientras recogía el papel arrugado que yacía quieto como un armadillo asustado junto al muro. Lo abrió y leyó las letras negras sobre la superficie amarilla:
Diógenes el Cínico
Taxidermista
Avenida Kulczewski N° 941
9 comentarios:
No sé por qué, pero coincido con los minutos en que publicas. Me ha gustado más que los otros. Es cierto, no hay mayor acción del personaje, sólo lo que su mente divaga sentado en el café mirando al otro lado de la calle. Pero hay más introspección no poética (si es que eso se puede dar). Más cabeza. Menos imágenes laberínticas que conducen al mismo punto del principio.
Entonces surge un elemento que antes no estaba. Un elemento que ni el lector ni el protagonista podíamos adivinar.
Espero el número cinco.
bebo mi café y obsrvo al vecino del frente, agrando el tamaño del texto, leo y luego bajo al jardín donde el café se enfría.
tal vez,haga como el hombre gordo, porque hoy es domingo (sólo por eso) ,
gracias por el guiño
C.
Me encanta ese Hopper.
Me encanta como escribes. Acabo de encontrarte y creo que estare muy seguido. Saludos desde Mexico.
Y es ciertamente cuando nos incluyes en la trama, porque nos va interesando.
Wuooo!
Bien y un saludo!
Nos dejas en el misterio. Necesitamos con urgencia el sig. capítulo.
Saludos!
El café, el hombre triste, el sujeto que tomó toda la vida de una bella...me gusta tu historia, pero me veo vencida por la curiosidad y la ambición, quiero lo que sigue. Un abrazo con olor a café de grano recién servido.
Más tarde leeré atentamente lo que, a considerar por los anteriores comentarios, es un muy buen cuento. Por ahora solamente pasaba a decirle que lo voy a linkear desde mi humilde morada.
Que la fuerza lo acompañe.
mmm no lo sé de mis dibujos..jajaja quizás se desprendan palabras, aunque lo dudo. los colores chocan con cada letra y hasta pueden, en alguna de esas, perforar el alma. pero recuerde todo esto en un no lo sé.
www.fotolog.net/pequenha_ava
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