domingo, junio 05, 2005

Martín en las ciudades I

El despertar siempre le resultaba terrible.
La primera impresión era el desarraigo, el exilio del mundo del sueño que era tan acogedor y tibio, el retorno a un cuerpo cansado, lento y pesado. No podía abrir de inmediato los ojos: tenía, primero que nada, que estar seguro de que había despertado, que no era una continuación del sueño, que no era una ilusión de la duermevela. Con los ojos cerrados comenzaba a respirar, a buscar olores conocidos, subía y bajaba el pecho concentradamente mientras con el oído intentaba reconocer los sonidos, el ajetreo en el piso de arriba, el ladrido de un perro que todas las mañanas le servía de despertador.
Sintió que algo no funcionaba. Entreabrió los ojos con desgano y en la penumbra del cuarto estiró el brazo, buscando el reloj en el velador. La mano sólo encontró un trozo de sábana que no debería estar ahí. Pensó que quizás, durante la noche y a causa del frío, se había refugiado en el rincón de la cama que daba a la pared. Intentó entonces un amago de giro que terminó por dejarlo tendido de espalda en la cama, con ambos brazos completamente extendidos.
Esta no es mi cama, pensó Martín sin atreverse a abrir los ojos, y este no es mi cuarto. Se replegó sobre sí mismo, formando un ovillo y volvió a tantear alrededor sin encontrar nada que pudiese servirle para orientarse. Respiró profundo y exhaló sonoramente. Al parecer estaba solo, pues nadie respondió a su señal. Vamos a ver, se dijo, esto debe ser un sueño. Desistió del pellizco de rigor para evitar el cliché y se cubrió la cabeza con la sábana.
Abrió un ojo. Como había supuesto, el lugar estaba a oscuras. La sábana era delgadísima, por lo que de haber luz tendría que distinguir alguna forma, o al menos un foco luminoso. ¿Era de día o de noche? Resolvió que finalmente no importaba, que lo central del asunto era determinar dónde estaba.
Súbitamente atemorizado se palpó el cuerpo con la mano derecha. Estaba desnudo. La erección que acompañaba cada uno de sus despertares se manifestaba tímidamente, por lo menos un signo de normalidad para tranquilizarse. Martín cerró el ojo que tenía abierto y luego de unos minutos se sentó en la cama y abrió ambos ojos.
La habitación era amplia y en la pared frente a la cama pudo adivinar la silueta de un ropero y lo que podría ser una puerta. La oscuridad no era completa y al girar la cabeza hacia la izquierda descubrió una ventana cubierta con gruesas cortinas que dejaban pasar algo de luz. Aguzando la mirada distinguió una mesa junto a la ventana.
- ¿Qué es este lugar? –preguntó en voz alta, en parte para exorcizar sus temores y en parte para no sentirse solo.
Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, asomándose con cuidado entre las cortinas. Afuera era de día y el trozo de calle que pudo ver estaba vacío. Tomó nota mentalmente que justo frente a la ventana, tres o cuatro piso más abajo, al otro lado de la calle, un hombre gordo vestido de blanco abría la puerta de un café.
- Es temprano todavía –dijo Martín.
El sonido del teléfono lo sobresaltó, haciéndole perder el equilibrio. Se agarró de una de las cortinas para evitar la caída pero terminó junto con ella en el suelo al tiempo que el teléfono sonaba por segunda vez. Se demoró un timbre más en habituarse a la intempestiva oleada de luz que había invadido el cuarto y descubrir que el teléfono, un aparato viejo de color negro y con disco, estaba sobre la mesa junto a la ventana.
Cogió el auricular al cuarto timbre.
- ¿Aló? –dijo.

4 comentarios:

Cpunto dijo...

creo que por la foto de sellers llegué acá,
me gustó, amanecí martin en esto de las habitaciones cerradas,
te leo,

C.

Carolina Moro dijo...

Otra más, coincidencia digo. Algo de tu relato con algo de uno mío, uno que no está en mi blog. Algo acerca de despertar en una parte diferente de lo que se suponía, o era la costumbre.

La señora G, como decirlo, partió por una foto que alguien me mostró, la imagen de la señora G haciendo algo. Después vinieron mis inventos o cómo yo quería que terminaran los personajes de la historia.

saludos

crisis dijo...

buen relato, falocéntrica referencia a la normalidad incluida (morning glory, en palabras de oasis). es parte de algo más largo o fue una improvisación blogger?

El señor K. dijo...

Esto es el principio de algo que anda tú a saber, el principio es como el hilito de Ariadna, al final el minotauro o la muerte.