lunes, junio 06, 2005

Estaba en llamas cuando desperté

Ardo por dentro.
Sin fuego, sin humo, como una luciérnaga, como un hierro blanco, incandescente, ardo.
Despierto temprano, mucho más de lo normal, inquieto, abrumado por imágenes del pasado inmediato, por tantas posibilidades que de pronto se abren, perdido en medio de un jardín donde los senderos se bifurcan. Mientras escribo escucho un disco de Miles acompañado por Barney Wilen, René Urtreger, Pierre Michelot y Kenny Clarke, Ascenseur pour l'echafaud, banda sonora para la película del mismo nombre que el 57 dirigió Louis Malle y que, si no me equivoco, fue su primera película. Cuenta la leyenda -en realidad me lo ha contado el bengalés, pero para el caso es lo mismo- que Miles improviso todos los temas mientras veía el copión del filme. Una imagen de antología: el perfil inconfundible del trompetista recortado por la luz que viene de la pantalla donde se proyecta la película.
Ayer estuve en el cumpleaños de Hugo, un amigo al que solíamos llamar guatón por razones obvias. Es curioso que a pesar del tiempo, de los kilos de menos y del estilo cool que ahora cultiva le sigamos llamando del mismo modo. Hoy es el cumpleaños del guatón, me dijo mi cuñada por teléfono en la mañana, te doy la dirección y nos encontramos allá. El ex-guatón trabaja de cobrador de entradas en la Maestra Vida. Es una especie de anfitrión, supongo, y le complica un poco el no saber casi nada de inglés aunque, por el contrario, es versadísimo en los procedimientos de la alquimia marxista. Tiene una pieza llena de libros de todo tipo, comics y ahora ha sumado una videoteca respetable.
Fui a su cumpleaños por la tarde, un poco para capear el frío y también para oxigenarme luego de escribir toda la tarde. Las letras intoxican, niños, manténganse alejados de ellas. Es como un solvente fuerte, supongo. Mientras iba en el bus con las manos bien metidas en los bolsillos del abrigo trataba de imaginar a la concurrencia de la reunión. A Hugo no lo veo casi nunca, y siempre que lo paso a saludar al trabajo es porque ya estoy bastante borracho y es bastante tarde. Además, ya hace un rato que cambié Bellavista por el barrio Brasil, o por una itinerancia por diferentes lugares, y no tengo la más mínima afinidad con la música tropical. Quizás me gusta Buena Vista Social Club y esa vieja música orquestal cubana pero nada más. Lo mío es más el beat (léase también bit) o la guitarra eléctrica bien fuerte.
Volviendo al tema, creo que la última vez que vi a Hugo fue en octubre pasado, cuando andaba con mi hermano celebrando un premio que me gané en la Municipalidad de Santiago por un cuento. Hugo nos acompañó en la celebración en la puerta de la Maestra Vida y le ayudé un poco con la comunicación bilingüe. Como premio nos regaló un par de stolich con tónica. Y ayer, oscuro ya todo, la ciudad dormida como un gran animal, mirando por la ventanilla del bus, trataba de imaginar los rostros del pasado que podría encontrar en casa de Hugo. En algún momento, sobrepasado por la posibilidad de un retroceso temporal, traté de acordarme de la mayor cantidad de personas de mi último curso en el colegio. Apenas llegué a cuatro, lo que no me dejó de parecer amargo.
Pero las cosas siempre son distintas a como uno se las imagina, simpre hay una flor en lugar de un cuchillo o, mejor aún, ceci n'est pas une pipe. En casa de Hugo no conocía a nadie. Ningún familiar, ningún conocido o conocida de nuestro pasado común. Borrón y cuenta nueva: además de mi hermano, su esposa e hija, estaban tres sujetos que en una esquina de la mesa se reían de todo, un tipo más viejo con su hija, otro tipo con cara de borracho y un par de chicas bastante lindas que de rato en rato se ponían a hablar en alemán y, estoy seguro, en algún momento de la noche se dieron un beso. No sé si respiré tranquilo al ver tanto desconocido o me entristecí más.
Mucho más tarde, luego de la torta, las velas, el vino y el ron Varadero (ayer me enteré que se fabrica en una localidad llamada Ciego de Ávila y no pude evitar pensar en El lazarillo de Tormes) con ginger ale y cuando todos se disponían a partir y seguir la fiesta en la salsoteca antes mencionada me di cuenta que una de las chicas, que usaba un abrigo verde muy cool, llevaba unos zapatos extrañísimos. Como la bruja mala del oeste, creo, no sé. Era como esa pizca de mentira que necesitamos para darnos cuenta de que lo que sucede es verdad, que no es un sueño. Una especie de pellizco al inconsciente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los tiempos se mueven, la gente cambia, cosas dan permanencia y otras diferencia :)

Enigma dijo...

Solo hay una cuestion que es absoluta en este mundo retorico, el tiempo siempre cambia todo lo que hay bajo su mando.

Saludos

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

Cpunto dijo...

la pizca de mentira que a veces te agarra una tarde, un par de días, y luego vas y te olvidas hasta que una nueva pizca cae del cielo o del infierno, y ardemos, oh sí,

C.