martes, septiembre 19, 2006

Pasajero en tránsito

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Entonces, después observar por un rato las vibraciones del ala a través de la ventanilla redonda del avión, vuleve un poco a sí mismo tratando de precisar las coordenadas exactas que motivaron la huída, el pasaje one way en clase turista, la noche de borrachera y la silueta difusa de la puta que en la oscura esquina le bajó el cierre y buscó con mano torpe el pene lánguido para metérselo en la boca. Pero de esto ya duda un poco, de la puta y la esquina, de la borrachera no, claro, pues el dolor que perfora el lado izquierdo de su cabeza es la huella y testimonio de su verdad, y de la huída tampoco, pues tiene una ventanita redonda junto a él que le muestra un trozo azul y sereno de cielo y al otro lado tres hileras de asientos vacíos y cada seis o siete minutos la aeromoza que aparece con su cara sonriente para ofrecerle alguna cosa y de ahí los tres Jack Daniels que nuevamente le han puesto en la cuerda floja del recuerdo y la imprecision de los hechos que le preceden e incluso los que le depara el futuro, si es que existe un espacio o un tiempo determinado que se pueda llamar de esa manera.
Lo concreto: el pasaje en avión y el avión mismo. La esquina y la puta, verdades probables justamente por lo absurdas.
Quedaba como hecho fehaciente la noche previa al viaje, lanzado a una ciudad a la que daba la espalda y había olvidado desde antes de partir, una ciudad que no existía sino en la memoria y en la mentira del pasado ficcionado, una ciudad en que las calles ya no tenían nombres reconocibles, que los perdieron desde el momento mismo en que la empleada de la aerolínea había emitido el ticket al compás del ruido de la impresora, en que las párticulas de tinta se fueron adhiriendo al papel para darle un nuevo nombre y un nuevo propósito, más allá de la simple negación o la oscura melancolía, del corazón roto en pedazos que dicha sea la verdad era y sería por un buen tiempo la única motivación de sus actos.
El cuarto Jack Daniels enfriaba la palma de su mano aparecido de quién sabía dónde, y como acto reflejo se llevó el vaso a la boca hasta sentir el líquido también frío pero que de alguna manera le quemaba el esófago. Volvió a inclinarse sobre la ventanilla, entrecerrando los ojos ante la luz del sol e intentando distinguir algo en la distancia. Esto es el océano, pensó, esto es el cielo o esto es la suma del océano y el cielo y eso significa que esto es la eternidad y el infinito. En alguna parte, se dijo, más allá de todo, este avión va aterrizar y mi nombre ya no tendrá importancia alguna y todo no será más que una especie de sueño, una rueda para ratones imparable y vertiginosa.
Se acomodó en el asiento mullido del avión y trató de dormir, invadida su cabeza por las imágenes de vasos que chocaban o sencillamente se quebraban en su mano, de mujeres silenciosas que desde los oscuros callejones le llamaban con señales luminosas emitidas por sus ojos, del olor penetrante del alcohol que desde algún lugar entraba en una habitación pequeña, con una ventana sin vidrios franqueada por postigos de madera y no muy lejos el horizonte del desierto dibujado como el lomo amarillo de un monstruo dormido.
Entonces estoy soñando, pensó, y muchas horas después la azafata sonriente y bilingüe lo despertaría para avisarle que tenía que abrocharse el cinturón porque iban a hacer tierra y él la miraría sin despertar del todo y le diría: Qué linda manera de decir las cosas tiene usted.

4 comentarios:

Siempre dijo...

Ni me acuerdo desde donde llegué acá. Me encantaron las narraciones, pasaré con más calma a curiosear.
Ssaludos.

Indianguman dijo...

Ay esos espacios intermedios, suspendidos, iluminados, lúcidos, ebrios, solos, tristes. A menudo se trata de eso con tus historias. Y de una ternura inexplicable.

fgiucich dijo...

Esa inexplicable visiòn que tenemos entre el sueño y el trago. Hubiera preferido un Glennfish para el aterrizaje. Abrazos.

Enigma dijo...

Los sueños pueden ser parasitos...

Saludos, he vuelto.

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra