viernes, abril 29, 2005

El país de no me acuerdo (o donde los ciegos viven felices)

Vivo en un país sin memoria, donde poco falta para que las palabras pierdan sentido y quedemos en silencio. Es un país que no tiene historia: se la borraron como se borra una pizarra en el colegio. Es un país sin principio (ni final, ya que estamos).
Dos señoras se someten al escrutinio público en televisión, sin decir nada importante. Ambas quieren ser presidente (¿o presidenta, qué regla de género hay para esta ocupación) de la República y se esfuerzan por no parecer tontas y por no compremeter la imagen de un gobierno del que ambas participaron. Tratan de jugar con fair play y lo único que nos dejan es la sensación de que hemos visto un monstruo bicéfalo e inofensivo. Las señoras en cuestión no representan más que la continuidad de un modelo económico neoliberal que lo único que consigue es hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, perdonando el lugar común. Muchos hablan de la inminencia de tener a la primera mujer presidente en la historia de este pinche país, como si esto fuera la puerta mágica a la modernidad. Nadie habla de las diferencias en la distribución del ingreso. Yo no tengo trabajo: nadie se refiere a mi.
Los periódicos alaban las preguntas de los periodistas, en un especie de defensa gremial, sin importarles que en varias ocasiones preguntaron acerca de cosas que no le importan a nadie en este país. Una mención aparte para Nibaldo Mosciatti, que estuvo a la altura de las circunstancias, como siempre, e incluso tuvo que rebajarse para lo mismo. Todo mal.
Por otro lado tenemos un payaso que es candidato a presidente y del que ni siquiera vale la pena hablar.
Casi se me olvida otra señora que va de paso por estas tierras, enviada por Jorge el borracho para someter a los esclavos latinoamericanos y, de paso, ofrecer algún jugoso acuerdo económico para bajar a Insulza de su candidatura a la OEA que, curiosamente, se vota en unos días más. Recuerdo haber visto alguna vez una película que hablaba de los negros sin alma (black people without soul), adjetivación que al parecer calza con la esmerada Condoleeza.
Ya es tarde, estoy cansado y tengo que hacer algo más productivo que mascar la rabia para después lanzarla con fuerza en el rostro de este país, una gota de saliva y sangre directo desde mi ventana a la calle.