
Las ventanas de la calle Eyzaguirre se abren sin pudor a la noche poblada de improvisados faroles rojos, ampolletas pintadas con témpera que se descascaran levemente con cada hora que pasa. Es apenas una cuadra –entre San Diego y Nataniel Cox- donde los perfumes dulzones se mezclan con el hedor ácido de los cuerpos y el humo de los cigarros que no cesa hasta el amanecer. Durante el día las ventanas permanecen cerradas como los ojos de las mujeres que descansan en las habitaciones oscuras, soñando con una noche distinta, con una noche sin hombres jadeando como cerdos sobre ellas.
2. Transparencias
La duración del Concierto en mi menor de Van den Budenmayer, en su versión de 1798, coincide con el tiempo en que se recorre caminando, sin prisa, el trozo de Parque Forestal comprendido entre las calles José Miguel de la Barra y Estados Unidos. La voz de la soprano aparecerá en el momento justo en que una pareja se besa sobre el pasto y dejará de cantar ante el escaño donde duerme el mendigo cuyo hedor avinagrado hace retroceder a las palomas. Finalizado el recorrido, apenas quedará el olor a tierra húmeda y el silencio que precede a la lluvia.
La duración del Concierto en mi menor de Van den Budenmayer, en su versión de 1798, coincide con el tiempo en que se recorre caminando, sin prisa, el trozo de Parque Forestal comprendido entre las calles José Miguel de la Barra y Estados Unidos. La voz de la soprano aparecerá en el momento justo en que una pareja se besa sobre el pasto y dejará de cantar ante el escaño donde duerme el mendigo cuyo hedor avinagrado hace retroceder a las palomas. Finalizado el recorrido, apenas quedará el olor a tierra húmeda y el silencio que precede a la lluvia.
3. Corregidor Zañartu
Vivo en una calle de nombre horrible. Antes no: la nombraban como se nombra el pasado luminoso, época de sífilis y esclavos, cuellos almidonados y genocidios. La llamaban de otro modo, como un viejo señor maestro de putas y borrachos, improvisado lecho de adoquines entre los charcos y el orín de los caballos. Nada queda ya de aquella hermosa calle: quizás el olor de los borrachos, quizás el cadáver de una vieja puta. Nada queda ya. Un nombre horrible, palabras devoradas por los hongos. Vivo en una calle abandonada por la historia, criadero de piojos y libros viejos.
Vivo en una calle de nombre horrible. Antes no: la nombraban como se nombra el pasado luminoso, época de sífilis y esclavos, cuellos almidonados y genocidios. La llamaban de otro modo, como un viejo señor maestro de putas y borrachos, improvisado lecho de adoquines entre los charcos y el orín de los caballos. Nada queda ya de aquella hermosa calle: quizás el olor de los borrachos, quizás el cadáver de una vieja puta. Nada queda ya. Un nombre horrible, palabras devoradas por los hongos. Vivo en una calle abandonada por la historia, criadero de piojos y libros viejos.
4. Pesadillas
Hay plazas ocultas entre las callejuelas de Santiago, esparcidas sin propósito ni orden entre céntricos edificios de espejos o viejos cités que se descascaran por el lado de San Pablo. Son plazoletas mal iluminadas, amobladas por excéntricos paisajistas que mezclan faroles de bronce a la usanza clásica con escaños híbridos en los que resulta difícil diferenciar la madera del concreto. Es un territorio que por las noches se puebla de monstruos, andrajos que se arrastran, desperdicios que la ciudad vomita; monstruos que llegan para dormir protegidos por la sombra, protegidos por el sueño de esa otra pesadilla que llamamos vida.
Hay plazas ocultas entre las callejuelas de Santiago, esparcidas sin propósito ni orden entre céntricos edificios de espejos o viejos cités que se descascaran por el lado de San Pablo. Son plazoletas mal iluminadas, amobladas por excéntricos paisajistas que mezclan faroles de bronce a la usanza clásica con escaños híbridos en los que resulta difícil diferenciar la madera del concreto. Es un territorio que por las noches se puebla de monstruos, andrajos que se arrastran, desperdicios que la ciudad vomita; monstruos que llegan para dormir protegidos por la sombra, protegidos por el sueño de esa otra pesadilla que llamamos vida.