lunes, abril 09, 2007

La ciudad y las ciudades

Dentro de cada uno de nosotros hay una ciudad.
No me refiero a una metáfora del cuerpo, con sus arterias, órganos y tejidos. Digo: dentro de cada uno de nosotros hay una ciudad, con sus calles, edificios, parques, ríos, perros vagos y personas. Hay una ciudad hecha de costumbres, de códigos, de silencios y soledades, de esquinas peligrosas, de paranoias -unas más acentuadas que otras, por supuesto-, de sonidos y de olores. Tenemos nuestras propias líneas de metro -subte, le dirían allende la cordillera-, nuestras autopistas, nuestras formas de conducir, nuestros automóviles y nuestras bicicletas. Insisto: no es una alegoría.
Es como una especie de sello de agua, como parte integrante de eso que llamamos identidad. Es parte de la forma que tenemos para concebir la realidad que nos rodea, de relacionarnos con ella, de reproducirla e incluso de crearla, si viniese al caso; es el filtro a través del que casi siempre vemos, medimos y juzgamos al mundo, el conocido y el por conocer. Es nuestra propia privada ventanita que nos cobija y proteje y, casi siempre, aisla.
No digo que sea malo, de ningún modo. Uno debe estar parado en algún sitio para poder caminar, para dar un primer paso hacia eso otro que se nos ofrece o que nos llama. Y por parado me refiero a geográficamente situado, mas no encerrado. Hay que saber mirar hacia dentro, a nuestra propia ciudad, para lanzarse hacia el exterior.
En Buenos Aires, por ejemplo, los automovilistas dejan mucho que desear. Sin ofender, claro, pero ¿quién puede concebir manejar con las luces apagadas por la ciudad? Este hecho, que es sin duda peligroso -tanto para el que maneja como para el potencial atropellado, sea en Rodriguez Peña o en la Nueve de julio-, es, también, parte del discurso o del ser porteño. En Santiago no podríamos concebirlo y si vemos a alguien sin luces por la calle le hacemos señas desde la vereda para que las encienda. En Buenos Aires, las manos se nos acalambrarían de tanto hacer agitarlas.
No hay ciudades buenas ni malas. Lo que hay es una gran cantidad de ciudades distintas: ciudades con el olor del smog y la asepsia de la modernidad, ciudades con olor a corbatas y maletines, ciudades con olor a petróleo y puerto, ciudades con olor a tierra y animales, ciudades con olor a árboles y alegría. Ciudades con música tecno, ciudades con rock & roll, ciudades con ritmo de salsa o meregue, ciudades donde no se escucha nada, apenas la respiración de los que duermen.
Eso no más.
Ahora mismo me voy a dar una vuelta por mi ciudad, mi ciudad querida, envuelta por la noche y el frío, silenciosa bajo el murmullo de los televisores, cegada por las luces del consumismo, acotada por la pobreza disfrazada.
Voy y vuelvo.

5 comentarios:

fgiucich dijo...

Buenos Aires, San Pablo, Bogotá, Ciudad de Mèxico, son ciudades muy complicadas en el trànsito y en otras cosas, tambièn. Abrazos.

Clementina dijo...

Señor K, cada vez que vengo a leerlo tengo una sensación de hallazgo que me llena. O usted para de escribir o yo exploto.

Besos, desde una ciudad con viento y con olor a un río que nunca será mar.

Manuela Fernández dijo...

Interesante, muy interesante.

Viddeara dijo...

Me da temor cuando voy por esos callejones oscuros. Me voy zigzageando para no tener la mala suerte de encontrarme con alguien indeseable.
De pronto me topo con la luz que emite un solitario poste (o palo poste como en Antof.) Ahí me detengo. Y espero.

Saludos!

Claudia Castora dijo...

Vi tu "Otoño" en Santiago en 100 palabras, la verdad, estaba segura que te encontraría en ese libro ayer cuando me lo dieron.
Un abrazo K de la ciudad, de noche, de fríos y silencios.