miércoles, marzo 22, 2006

Rastros de humo


El hombre estaba sentado en un escaño de madera y fierro, bajo un farol del parque. Fumaba. Lucía pasó junto a él y lo miró de reojo. Le pareció que sonreía. No le dio importancia y siguió su camino. Cruzó el parque y salió justo en la intersección que formaba una punta de diamante. Siguió por la calle que estaba más hacia el sur y al cabo de una cuadra dobló hacia la izquierda. En la esquina había una librería. Se detuvo un momento para mirar la vitrina. Sobre la portada de un libro de poemas reconoció un cuadro de Mordecai Ardon titulado Unborn. A la cuadra siguiente dobló hacia la derecha y entró al bar.
No era muy tarde y el lugar estaba casi vacío. Pidió una cerveza en la barra. Estuvo de pie durante un rato, mirando la puerta después de cada trago. Entró una mujer que miró hacia el interior del bar y luego salió. También un sujeto que reía muy fuerte. No era muy alto, pero sí bastante corpulento, y hablaba en inglés. Lo acompañaba una muchacha pequeña de piel bronceada y pelo muy corto. Hablaba español e inglés y le servía de intérprete. Lucía los siguió con la mirada mientras se instalaban en una de las mesas cercanas a la cocina. Luego volvió a mirar hacia la puerta. Nadie entró por espacio de unos quince minutos. Lucía terminó de beber la cerveza y pidió una botella de vino blanco. El barman la miró extrañado. Ella no dijo nada más. Esperó que le entregaran la botella, descorchada, y la tomó por el cuello con la mano izquierda. Con la otra mano cogió una copa que el barman dejó sobre la barra y ocupó una mesa cerca de la puerta. Una corriente de aire frío se colaba cada vez que entraba alguien. Lucía miraba hacia la puerta y tomaba vino.
Estuvo allí sentada durante más de una hora. Se había bebido la mitad de la botella de vino cuando llamó al mozo y le pidió la cuenta. Jugaba con la copa sobre la mesa. La puerta se abrió un par de veces mientras esperaba para pagar. No puso atención a las personas que entraron. El mozo llegó hasta su mesa con una bandejita metálica y la boleta. Lucía ni siquiera la miró. Abrió su bolso y puso el dinero sobre la bandeja. Le preguntó al mozo si había algún problema con que se llevara la botella de vino. Él le dijo que no, pero que esperara un momento. El mozo fue hasta la barra y Lucía aprovechó para mirar hacia el interior del bar. Ahora apenas quedaba sitio para sentarse y la barra estaba llena. En la mesa con el sujeto que hablaba inglés y la muchacha de pelo corto estaban sentadas otras personas. Le pareció que eran tres, pero no estaba segura. El mozo volvió junto a su mesa. Tapó la botella con un corcho que traía en la mano.
- Para que no se derrame -dijo.
Lucía se lo agradeció con una sonrisa y salió con la botella en una mano. La noche estaba fresca. Apretó el bolso contra su cuerpo y recorrió el mismo camino por el que había llegado. La vitrina de la librería estaba apagada. Un poco antes de la punta de diamante había un par de teléfonos públicos. Buscó monedas en el bolso. Descolgó uno y se lo acercó al oído. No tenía tono. Probó con el otro teléfono. Esperó el tono, puso la moneda y marcó un número. Miró su reloj para estar segura de la hora. Tardaron un poco en contestar.
- Aló -dijo alguien de pronto.
Ella no contestó.
- ¿Aló? -insistió la voz.
Alejó el auricular de la oreja y lo puso frente a su rostro. Lo miró como si pudiese ver a través de él. Colgó y se quedó en esa posición durante unos minutos: una mano sobre el auricular, la cabeza inclinada hacia adelante y la botella de vino en la otra mano. Luego dio media vuelta y caminó hacia el parque.
El hombre continuaba sentado bajo el farol, en el mismo escaño de madera. Fumaba. Lucía se detuvo y le preguntó si tenía otro cigarro. El hombre buscó entre los bolsillos de su chaqueta hasta que sacó una cajetilla y se la entregó. Miró a Lucía de arriba a abajo mientras ella sacaba un cigarro. Cuando le devolvió la cajetilla, el sujeto le entregó un encendedor. Lucía lo miró. Era un encendedor azul, de plástico. Se sentó junto al hombre y puso el bolso sobre las piernas. Al tercer intentó consiguió que el encendedor soltara fuego. Se acomodó en el asiento, colocó la botella en el espacio que había entre ella y el hombre, y aspiró profundamente. El cigarro estaba algo fuerte. Tosió. Miró al hombre, pero éste no le prestaba atención. Le tocó el brazo para devolverle el encendedor. No dijeron nada por un tiempo. El hombre fumaba tranquilamente y Lucía no tosió más.
- Una vez nevó por aquí -dijo el hombre de pronto.
Lucía botó una bocanada de humo y miró al hombre. No le pareció muy viejo. Tenía el pelo corto, casi rapado, y miraba fijamente hacia adelante. Durante un segundo creyó ver que el color de sus ojos era café oscuro. Luego miró hacia el borde del parque, hacia la calle y los automóviles. Al otro lado de la calle pudo adivinar la balaustrada que anunciaba el borde del río.
- Era una locura -dijo el hombre-. El parque se llenó de niños que se lanzaban bolas de nieve, como en las películas. No sé de dónde salió tanta gente. Llegaban hasta aquí y abrían los brazos en cruz. Levantaban la cara con los ojos cerrados hasta que la nieve y el frío eran insoportables. Entonces sacudían la cabeza y se restregaban frenéticamente con las manos. Era una locura.
El hombre hizo una pausa para fumar. Lucía esperó a que dijera algo más, pero no lo hizo. Siguió fumando. Ni siquiera la miró. Entonces ella tomó la botella y con un poco de esfuerzo quitó el corcho que había puesto el mozo. Acercó el gollete a su boca y bebió un largo trago. El vino estaba frío. Le entregó la botella al hombre. Él bebió un trago y se la devolvió. Lucía miró en todas direcciones y no vio a nadie. Entre las sombras de una escultura le pareció que algo se movía. El hombre lanzó la colilla casi apagada al piso y de inmediato sacó otro cigarro. Lo encendió al primer intento.
- Yo estaba en el balcón y miraba -dijo el hombre-, no podía creerlo. Y la gente aquí abajo, en medio de la nieve. Duró apenas un par de horas, lo suficiente como para que todo esto se cubriese de blanco. Era una locura, nunca he visto algo igual. Todo blanco. Después se puso a llover y la nieve se derritió y se convirtió en barro. La gente se fue antes, claro. Nadie vio cómo el color blanco desaparecía. Un barro espeso, desteñido. Yo estaba en el balcón todo el tiempo. Mirando. Primero vi la nieve y luego el barro.
Lucía miraba hacia la escultura. Era una estructura de fierro, una especie de hemisferio armado con retazos de metal, de color rojo, pero bien podía ser que estuviese oxidada. Otra vez le pareció que algo se movía. Un par de siluetas salieron de detrás de la escultura. Caminaron un rato separados y luego se acercaron. Cuando llegaron a la luz Lucía vio que era un muchacho joven y una mujer. Respiraban con agitación. La mujer vestía un abrigo largo. Tenía el pelo desordenado. Cuando pasaron frente a ellos, abrazados, Lucía notó que el muchacho era mucho menor que la mujer. Ambos sonreían y caminaban mirando hacia el piso, como si algo se les hubiese perdido. También hablaban, pero en voz tan baja que Lucía no pudo oír nada. Pasaron frente a ellos sin mirarlos y se alejaron. Lucía tomó un trago de vino. Sostuvo la botella entre las manos por un rato.
- Creo que nunca podré ver algo parecido -dijo el hombre mirando la brasa de su cigarro-, la nieve, los niños, la gente con los brazos abiertos. Estaba en el balcón, aquí mismo, cruzando la calle. Vivía con mi esposa. Teníamos un Peugeot 404 de color azul y el techo se le hundió un poco con el peso de la nieve. Mi esposa y yo estábamos en el balcón, de pie, mirando hacia el parque. Mi mujer se reía. Ella estaba cerca de la baranda, yo más atrás. Le miraba el pelo y adivinaba cuando estaba riendo. Entonces ella se daba vuelta y me decía cosas como qué increíble o se ve tan bonito, no estoy muy seguro. En algún momento puso su mano sobre la baranda del balcón y la apartó enseguida. Está frío, dijo. Eso lo recuerdo perfectamente. Fue hace tanto tiempo y recuerdo esa frase como si hubiese ocurrido ayer. Está frío.
El hombre echó la cabeza hacia atrás y miró a Lucía.
- ¿Me daría un trago más de vino?
Lucía conservaba la botella entre las manos. Miró al hombre y se la entregó. Le pareció que sonreía. El hombre bebió brevemente y dejó la botella sobre el escaño. Se puso de pie. Miró a Lucía entre el humo del cigarro e hizo un movimiento de despedida con la cabeza. Lucía no dijo nada, lo miró alejarse con paso lento, las manos en los bolsillos y una estela de humo que cada cierta distancia se hacía más espesa. El hombre atravesó el parque y luego dobló por la calle del costado. Un poco más allá se detuvo y entró en uno de los edificios, una fachada de ladrillos con balcones rectangulares, de fierro. Lucía levantó la mirada y esperó. Ninguna ventana se encendió. Suspiró, tomó la botella y bebió lo que quedaba de vino. Jugó un rato con la botella. Luego la dejó sobre el escaño y se levantó.
Mientras caminaba por el parque comenzó a sentir frío. No había nadie cerca. De vez en cuando un automóvil pasaba por la calle. Le pareció escuchar el sonido del río. Iba mirando el piso, los brazos cruzados sobre el pecho. Al llegar al borde del parque levantó la cabeza en dirección al edificio con la fachada de ladrillos. En uno de los balcones distinguió una hilera de jardineras de las que colgaban flores. Estaba oscuro y no pudo ver nada más. Siguió por la vereda que bordeaba el parque hasta llegar a la punta de diamante. Siguió por el brazo de la calle que estaba más al sur. Buscó monedas en su bolso. Descolgó el teléfono que funcionaba y esperó a que diera el tono. Introdujo la moneda, miró durante un momento hacia la librería que estaba al cruzar la calle y marcó un número.

9 comentarios:

Claudia Castora dijo...

Sucumbo despacio a su atmósfera que describe tan detallisticamente como solo saben hacerlo usted y Cortázar.
Sigo su relato con atención, como siempre

Mis cariños.

MOCHIQUI dijo...

Estamos tan insimismados que resulta difícil ver más allá de nuestra realidad. Sin embargo, cuando somos parte en una intersección con las ideas, emociones, experiencias de otro, podemos observar lo que nos rodea y lo que nos compone desde otra perspectiva y entonces estamos más cerca de llegar a conocernos cabalmente.
Saludos.
Pau.

Marga dijo...

La nieve al derretirse siempre me produjo un conato de tristeza, algo parecido me pasó con tu escrito. Por lo demás... maravilloso texto!

fgiucich dijo...

Es un relato fantasmagórico que hace sentir una profunda sensación de soledad. Muy buen texto. Abrazos.

Dra. Kleine dijo...

Tras la ausencia mi presencia.

He de tomar aire para seguir y seguir que ando atrasada!


heme aquí. Fiel a la causa.

Vanessa Alanís dijo...

todos estamos solos

pomelo dijo...

ay. me llene de nostalgia.
abrazo.
pd. enviele mis cariños a c.

Anónimo dijo...

Best regards from NY! » »

Anónimo dijo...

Enjoyed a lot! Fleet visa cards Cytogel ophthalmology cataract surgery Infiniti bodykit homes Caloric intake 2c fat loss free perfume sample Maine laptops for students http://www.web-cam-26.info rhinoplasty surgeons in michigan