lunes, diciembre 19, 2005

Los amigos de Ignacio

A veces Ignacio decide dar una recepción en su departamento, que es pequeño y siempre está el inconveniente de tener el refrigerador en el living.
Ignacio elabora la lista de invitados con esmero, tratando de incluir sólo a los amigos más cercanos, que no son pocos. Tras efectuar las correspondientes llamadas telefónicas, se lanza de lleno a la elaboración del menú para la recepción, consistente en varias ensaladas y un asado de vacuno al horno. Acto seguido, Ignacio debe salir a hacer las compras, que no sólo abarcan los comestibles sino que también considera un reabastecimiento de platos y vasos para la ocasión. Esta vez Ignacio opta por productos mexicanos, muy a la moda, y adquiere dos docenas de platos amarillos de cerámica e igual cantidad de vasos de un hermoso color azul. Para variar, Ignacio no lleva suficiente dinero y debe sacrificar un par de ensaladas y el taxi de vuelta porque los vasos le han encantado.
De vuelta en casa, Ignacio se pone a preparar la cena, posponiendo el baño tan necesario después de caminar quince cuadras cargando varios kilos de carne y verduras, sin contar los platos y los vasos, cuyo peso no hay que desestimar. A mitad de la ensalada de choclo el timbre de la puerta se deja oír y Andrés se apodera de la sala con su torbellino de historias que nunca dejan de ser entretenidas pero son tantas e Ignacio está tan cansado. Andrés anuncia su aporte, consistente en dos botellas de tequila, gentileza de una hermosa cajera de supermercado con quién mantiene cierta clase de relación íntima. Ignacio vuelve a la cocina, donde el calor es considerable y la pequeña ventana no es suficiente para dejar circular el aire. Ignacio descubre que algunos desagradables olores están emanando de sus axilas.
El timbre suena otra vez y Andrés, que está por terminar un largo elogio a la vista que Ignacio tiene desde su ventana, abre la puerta para encontrarse con Silvia, Cacho, Horacio y un trío de polacos que se encontraron la noche anterior en un bar de Avenida Portales. Ignacio puede oír la mezcla de inglés, polaco y es-pa-ñol-mo-du-la-do que se desgaja en el living mientras confirma que el asado está en su punto y todo está listo y el baño -que en las actuales condiciones deberá ser en extremo rápido y no todo lo relajante que él había imaginado mientras caminaba las quince cuadras de vuelta a casa- es el paso siguiente para el exitoso desarrollo de la reunión. Cuando con paso veloz atraviesa el living, saludando a la pasada a Silvia, Cacho, Horacio y los polacos cómodamente instalados en los numerosos cojines que hay esparcidos por el piso, el timbre anuncia a nuevos asistentes y esta vez son Marcelo, Mariano, Celeste -siempre tan bonita, envuelta en esos levitantes vestidos orientales-, Constanza, Ernestina y unos amigos de Valdivia que están de visita en casa de Pablo que no pudo venir por resfrío pero te envía todos sus saludos. Los recién llegados se manifiestan conformes con la asistencia y a su vez aportan dos cajas de cerveza que quién sabe dónde traía escondidas Mariano, que por su corpulencia podría esconder hasta a un hipopótamo. Ignacio no alcanza a llegar al baño pues uno de los polacos se le adelanta, con el estómago revuelto por el tequila.
El siguiente en llegar a la reunión es Franz, siempre tan correcto y formal, con su novia, que es concertista de cello y viene llegando de una gira por EEUU. Así las cosas, el living casi no da abasto para tanta gente y al arribo de un nuevo grupo, constituido por Carmen, Manuel, Milenka y el otro Manuel, la concurrencia comienza a expandirse hacia el pasillo que da al dormitorio y el balconcito con vista al parque. Ignacio ya ni oye el timbre cuando a través del humo de los cigarros distingue a Francisca, Raúl, Víctor, Ema y Margarita que ya vienen un poco borrachos y, como no traían ningún aporte, pasaron al almacén que está cruzando la calle y que asombrosamente estaba abierto y se trajeron una considerable provisión de vinos y, de pasada, a Giovanni, tan amable y buen mozo que Francisca no se le descolgó del brazo.
Ignacio pulula así toda la noche de grupo en grupo, alternando todo tipo de conversaciones, siempre con su agua mineral en la mano -a la sazón, Ignacio no bebe-, hasta que por fin llega al balcón y a Celeste que mira a las estrellas con esa cara que le es tan propia y le recuerda siempre a esas actrices de película francesa con tristeza en la mirada. La saluda como si nada y sin asombro nota que ella es la única que no ensalza la vista que desde el departamento se tiene del parque y eso le llena a Ignacio el corazón de flores. Pero nada es perfecto, como siempre ha pensado Ignacio, y comienza a sentir el cabello pegoteado, le duelen los pies y el olor a transpiración se le hace casi insoportable. Para colmo de males desde la cocina le llega el ruido de platos rotos y es la novia de Franz, que es esquizofrénica pero él no le había querido contar a nadie para no prejuiciarlos. Giovanni, que le estaba cantando a Francisca en un rincón, entró justo cuando la novia de Franz lanzaba el tercer vaso mexicano hacia la pared. Tal vez debido a su sangre italiana Giovanni es tan práctico y le dio una cachetada a la novia de Franz. La cachetada surtió un milagroso efecto que fue inversamente proporcional en Franz, que se lanzó como un energúmeno sobre el sonriente almacenero, derribando de pasada las ensaladas, precariamente equilibradas en el lavaplatos, y la mayoría de los platos mexicanos.
El resto se le escapó a Ignacio y recién recobró el control cuando se fueron todos y se encontró solo en el living mirando los trozos de cerámica amarilla y cristal azul desparramados por el piso. Los tres polacos, que habían pasado toda la noche sufriendo en el baño los efectos del tequila, se encontraban ahora en plena posesión de la cama de Ignacio. Pero eso distaba de preocuparle, pues Ignacio pensaba en que no se había despedido de Celeste, siempre tan hermosa y distante.
Por eso lloraba Ignacio, pues ni los platos ni los vasos azules le importaban.

9 comentarios:

Enigma dijo...

Sin lugar a dudas, es de esas ocasiones en que uno se dice "mecachis"...

Saludos y Feliz navidad

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

numerica dijo...

Estoy segura que Ignacio nunca estuvo en un carrete sin vista, con vino barato y una resaca peligrosamente amnesica.

Pd1: Me gustaron los platos mexicanos.

Pd2:What about the London Animals?

Anónimo dijo...

Es lo malo de ser el anfitrión. Se pone uno tan tenso.... y ademáss invita uno a tanta gente y sólo le interesa UnO de los invitados.... así es esta vida.

Anónimo dijo...

Hola Sr.K,

Que bueno este relato. Ser anfitrión es todo un tema, yo generalmente no disfruto tanto como los invitados. Estoy más preocupado por los otros que por mi misma.
Le cuento que me estoy preparando para abrir mi blog, espero que me visite en cuanto esté listo. Le avisaré. Me interesaría mucho saber su opinión. Le mando un caluroso abrazo desde un lejano país del norte.

Su fiel admiradora Mushi

Francisca Westphal dijo...

Me pareció ver a Ignacio embobado buscando a celeste y su pena cuando ella partió... con una chica así, ni los platos, ni las ensaladas ni los vaos importantan, pero si importa que ella se fue... que pena... saluditos

Julio Suárez Anturi dijo...

A Ignacio también se le quebró el más celeste de todos los cristales.

Bárbara Avello Vega dijo...

siempre esta´el que importa más



feliz navida, cuidase, hasta luego!

gallardo dijo...

Nada importa mas que una buena mirada, nada vale tanto como una despedida con sabor a re-encuentro.
Saludos

Anónimo dijo...

Very cool design! Useful information. Go on!
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