martes, febrero 28, 2006

El otro (fragmentos aleatorios)



¿Quién de todos en mi es el que tanto
teme a la muerte?

Enrique Lihn,

Diario de muerte.

1.
Pelos saliendo por la boca. Muchos pelos, algunos largos, otros cortos como pendejos. Sacar los pelos con las manos, escupirlos, lanzarlos lejos entre arcadas. Y, claro, poco a poco van ganando terreno. Desde dentro, quiero decir: ya no es sólo la garganta, el paladar y la lengua. Ahora también los labios, las mejillas, el mentón, una flora pegajosa que avanza en dirección a los ojos.
La sensación aún no se hace presente, sin embargo. Hay algo de ella que se rehusa a interceder, a manifestar. La boca y la cara y el cuello cubiertos de pelos, pelos de otro, un desconocido, alguien que se intuye pero no se ve, una sombra que espera tras la puerta apenas entornada del cuarto, una línea vertical que se adivina en la oscuridad de la habitación. De pronto llevarse las manos a la cabeza –quizás un gesto de desesperación, quizás no- y sentir en lugar de piel una viscosidad de pantano y plantas muertas. Sobre la cabeza una ciénaga espesa, la vegetación trasnochada, la hierba delgada y rugosa.
Entonces la sensación, el asco, saber que ahora el que nos imagina es el otro, tranquilo, esperando su momento tras la puerta, cubierto por la noche que se eleva desde el parquet polvoriento.
Abrir los ojos, la habitación oscura y las sábanas tibias. Esto es: el despertar.
3.
¿Cómo evitar que la duda termine por imponerse? Mirando fijamente la lámpara al otro lado de la habitación dejo que el humo del cigarro se me meta en los ojos. El dolor. No hay ni un solo dejo de masoquismo: el dolor es la evidencia del cuerpo. De pronto tengo la impresión de que la ampolleta de la lámpara se apagará. Parpadeo y me levanto del asiento.
El sonido de la lámpara al apagarse subraya el silencio. Aparto la cortina y siento la proximidad fría del vidrio. Las ventanas de los departamentos de enfrente están a oscuras. Los ojos ciegos, desprovistos de pupilas. O más bien: todo pupilas. Un escalofrío me recorre la espalda. El vidrio, la ventana, la noche. La ausencia de la lámpara y el crujido del parquet bajo las pisadas. Todo parece querer denunciar algo, un estado, una carencia. No quiero sonreír.
Quizás alguna vez cuando niño me detuve frente a otra ventana y sentí algo parecido. Abandono y desolación. ¿Los niños sienten ese tipo de cosas? Pero claro, los niños más que nadie. En algún lugar tengo un viejo soldado de plástico verde. No puedo recordar si el gesto inmóvil del hombrecito es lanzar una granada o si apunta hacia el vacío con un fusil. Las cosas van poco a poco perdiendo importancia, la noche se instala en la habitación y los pequeños ruidos se imponen sin trabas.
Me alejo de la ventana sin cerrar la cortina. La caja con las cartas está sobre la cama, un ataúd transparente. La tapa ofrece algo de resistencia pero acaba por ceder. No estoy seguro si el olor es real o se trata de una sensación impuesta por la convención. Papel y tinta, letras. Algunas cartas están escritas en minúsculos papeles con bordes rojos, otras distribuyen las frases entre líneas horizontales o cuadros de siete por siete. Saco las cartas una por una y las coloco, según orden de llegada, sobre el piso. Dibujo un camino ligeramente curvo. Hubiese querido dibujar un puente, pero sé de antemano que no es posible. Así que termino por dibujar una imperfecta recta, una guía hacia ninguna parte. Miro la línea de papeles sin animarme a encender la luz.

8 comentarios:

Unmasked (sin caretas) dijo...

Me dio frío al leer esto, y es así, así me he sentido a veces. Con la sensación que si apenas abro mi puerta, volverán a atacar, porque los demonios de uno no desaparecen al menos que uno mismo se decida a desaparecer por completo. Y porque uno debería obedecer? El ser humano nace para ser libre, no para obedecer. Así que como le explico que abrimos la puerta del todo y se destapa una enorme olla a presión…
Besos más reales. Sin mascaras.

Marga dijo...

Hubo un tiempo que todos dentro de mí temieron a la muerte... ahora hago torres con naipes (aunque tiendan a voltearse), alejo los pelos de mi garganta y escapo de la gelidez de los cristales.

No creo que sirva de mucho, no obstante...

Dra. Kleine dijo...

Muerte... bueno, uno como mexicano puede reírse hasta de ella. Es gracioso.

Me desfragmentaste con los demás.
Y me dejaste más de mucho tiempo mirando la imagen. Oh si.

Enigma dijo...

Silente amiga que siempre esta proxima a uno...

Saludos

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

fgiucich dijo...

Un relato con escalofríos, que nos habla de la muerte, esa extraña visitante a quien todos tememos. Abrazos.

Ponto García dijo...

Bravo!!!

... fuego, camina conmigo ...

Anónimo dijo...

Hola ,

Felicitaciones por su espacio , lo invito a conocer el mio que quizà tenga cosas que lo entretengan . Saludos desde Mèxico al paraiso terrenal . De paso le cuento la curiosa forma en que lo encontrè , escriba , sea tan amable .

Anónimo dijo...

alguien dijo un dia..si matas mis demonios..tambien moriran mis angeles.