jueves, abril 06, 2006

Noche de domingo


No era precisamente buscar lo que hacía, pensó Juan deteniéndose en la esquina de Estados Unidos con Namur para mirar el sobrerrelieve con los elefantes y el caracol. No era buscar porque ese hecho hubiese supuesto una primera intención: encontrar. Juan iba por las calles casi vacías como quien recorre paisajes conocidos confirmando las precisiones de un mapa que ha caído en sus manos. Repasaba recuerdos, palabras que lo asaltaban a la vuelta de algunas esquinas. Como ahora, mirando la insólita escena de los elefantes, pensaba en Laura y un vestido horrible que alguna vez se puso para salir un domingo. Un vestido verde con lunares azules. Nunca caminaban hasta tan tarde, de cualquier modo, siempre había que volver a casa porque lunes temprano café y esas cosas, no era demasiado el tiempo de exposición a las miradas de otros.
A Laura le gustaban los elefantes y podía quedarse mucho tiempo frente a ellos, en silencio, a veces sentada en la cuneta de la esquina opuesta. A Juan los elefantes no le daban precisamente lo mismo, nada más parecía que los miraba desde otro sitio. Le parecía curioso ese sobrerrelieve, algún significado oculto debía tener y para eso bastaba fijarse en la curiosa intersección de calles en la que se encontraba ubicado. Y a pesar que esta vez no buscaba nada -y de eso estaba seguro- se quedó casi un cuarto de hora mirando a los elefantes y el caracol y ya no pensando en Laura sino en algún mensaje cifrado, un criptograma que podría hallar mirando con atención las figuras de los paquidermos y, en especial, la del caracol.
Tenía ganas de orinar. No quería hacerlo en la calle y decidió que lo mejor era ir hasta el baño del cine. Caminó por Namur hacia la Alameda con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta. No era de extrañar que los automóviles fuesen escasos, pues en noche de domingo y con ese frío eran muy pocos los que salían a la calle. Y porqué había salido él, entonces, se dijo al llegar a la Alameda y recibir de lleno en el rostro la estela de aire frío que dejaba un bus a su paso, porqué había salido si las tardes en casa de Gómez solían ser tan confortables, con pan tostado y conversaciones bastante entretenidas, era seguro que se había instalado en la sala con algún muchacho que lo había abordado en el café para enseñarle sus manuscritos o algo por el estilo, y presintió que justamente allí estaba la respuesta. La presintió apenas, pues no pudo aclarar del todo esas imágenes difusas que se le venían a la cabeza. Apuró el paso hacia el oriente sin dejar de mirarse de reojo en los vidrios ahumados que cubrían la planta baja del edificio. Una debilidad, pensó, eso de mirarse al espejo cada vez que pasaba frente a uno. Pero narcisismo accidental, aclaró, pues no buscaba los espejos sino que simplemente los encontraba. Frunció el ceño extrañado por la reiteración en ciertos conceptos, reiteración para nada casual, como bien podría suponerse, pero otra vez las respuestas se le daban a medias, o más bien a jirones. Por suerte el cine estaba aún abierto, seguramente a la espera de la salida de los asistentes a la función de la noche.
En el hall, frente a la boletería, colgaban varias fotografías gigantes. Alguien le había comentado algo acerca de las fotografías, tal vez Javier. Desde el café del segundo piso llegaban los acordes pegajosos de una salsa o un merengue, ritmos que para Juan resultaban indistinguibles. No dejaba de ser extraño, claro, pues a Laura le gustaban tanto esos ritmos tropicales y en todos los años de convivencia algo se le podía haber pegado, pero nada, incluso en las salidas a bailar con amigos los fines de semana: Juan siempre en la mesa, muy cómodo frente a un vaso de ron o una cerveza. Tampoco le disgustaban, eso lo tenía bastante claro, sólo no le provocaban nada. Cuando exponía, sin ninguna pretensión, esta postura Laura lo miraba con cara de disgusto que quería parecer broma pero no lo era. Replicaba algo que él nunca escuchaba porque ya a esa altura estaba pensando en otra cosa, en el ciego que se ponía a vender cuchillos a la salida del banco o algo por el estilo. Y se lo decía a Laura, que definitivamente hecha una furia se encerraba con seguro en el baño por mucho rato, y Juan se imaginaba que estaba depilándose o tal vez cortándose las uñas, esas cosas para las que se encerraba con seguro en el baño.
Caminó escuchando la cancioncita pegajosa que venía del café, una letra que hablaba de amores no correspondidos, y mirando con cierta atención las fotografías que colgaban en el hall. Algo le pareció raro cuando vio la primera -un sujeto con el pelo demasiado corto y vestido con traje oscuro-, como que algo se escondía o tal vez trataba de manifestarse en una segunda lectura, la intención no era precisamente la imagen sino algo detrás de ella. Pero las ganas de orinar se hicieron más intensas y al resto de las fotografías les dio una mirada ligera mientras se encaminaba rápidamente hacia el baño.
Se entretuvo contemplando el chorro de orina mientras intentaba mover una pastilla azul que había en el fondo del urinario. La orina le caía encima e instantáneamente se teñía de azul y flotaba un instante entre burbujas antes de desaparecer por el desagüe. El baño estaba también vacío -como todo, pensó Juan- y el olor a desinfectante era bastante molesto. Oyó un ruido tras él pero no le dio importancia. Miraba su reflejo distorsionado por los azulejos blancos del muro. Era como mirar a alguien a través de una ventana y de una fuerte nevada. Una imagen distorsionada, como todas, pensó Juan, filtros sobre filtros, recuerdos mediatizadores, silencios y hasta el ruido del vuelo de un mosquito podía transformar las cosas en algo tan distinto de lo que eran. Ni hablar de las palabras, cuchillos de doble filo, de triple filo, caracoles -la reiteración, otra vez- sigilosos pero terribles. El ruido que había sentido antes se repitió. Era como si algo se arrastrase con mucho esfuerzo.
Terminó de orinar, se acomodó bien el calzoncillo y se subió el cierre. Lanzó una mirada panorámica a las puertas de los cubículos y caminó silenciosamente hacia los lavamanos. Dejó correr el agua durante algún tiempo y luego metió las manos. Se mojó la cara. Cerró la llave y el ruido se repitió casi en el mismo momento. Esto no puede ser una coincidencia, pensó. Retrocedió hasta quedar en línea con las puertas de los cubículos. El primero tenía la puerta abierta y allí definitivamente no había nadie. Pero había tres más con la puerta cerrada.
- ¿Hay alguien? -preguntó en voz tan baja que se sintió ridículo.
Se inclinó y miró por debajo de las puertas. En la última, la del rincón, vio un par de zapatos oscuros en una posición bastante incómoda. No se movió de inmediato. Esperó durante algún tiempo, hasta que uno de los zapatos se arrastró varios centímetros, repitiendo el mismo sonido que había escuchado antes. Juan se puso de pie y caminó hacia la última puerta tratando de no hacer ruido. Qué estupidez, se dijo. Llegó junto a la puerta y golpeó con los nudillos.
- Oiga -dijo.
Del otro lado no contestaron. Golpeó otra vez, con más energía.
- Oiga -repitió.
El zapato se arrastró hasta que (supuso Juan) la pierna se estiró por completo, entreabriendo, de paso, la puerta. Juan miró con precaución por la abertura. Distinguió un pantalón oscuro, un trozo de camisa blanca (le pareció ver la tapa de un bolígrafo en el bolsillo), un trozo de corbata y la cabeza de un hombre inclinada hacia adelante.
- Oiga -insistió sin atreverse a abrir del todo la puerta.
El hombre no contestó. Juan miró el zapato que asomaba hacia afuera y retrocedió hacia los lavamanos. Dejó correr el agua pero a último momento decidió no mojarse la cara. Volvió a pararse frente a la puerta del último cubículo. Tomó el borde con la mano derecha y abrió. El hombre siguió inmóvil. Juan hizo un ademán de acercarse y tocarle el hombro pero desistió.
- ¿Está usted bien? -preguntó.
Miró al hombre durante algunos minutos. Era un sujeto joven, tal vez la misma edad que la suya, el pelo corto, la corbata apretada al cuello de la camisa. Un oficinista, pensó, o un ejecutivo. De vez en cuando se volvía hacia la entrada del baño, esperando a alguien, cualquier persona que apareciese en ese momento. Una esperanza vana, como siempre, pensó, pues según sus cálculos faltaba al menos media hora para el término de la función de la noche. Luego notó que no podía ver las manos del sujeto, pues estaban ocultas bajo una chaqueta que tenía doblada sobre las piernas. Al costado izquierdo del retrete distinguió el bulto de un maletín. Era un maletín viejo, raído en las esquinas. Estará borracho, se dijo mientras volvía a mirar hacia la entrada del baño. Pero nadie vino, como bien sabía que iba a suceder, y se armó de valor para avanzar hacia el sujeto y darle una leve sacudida en el hombro.
- Oiga -dijo. El hombre se movió apenas y luego de un instante su cabeza y todo el cuerpo se fueron hacia la derecha, hasta chocar contra el muro del cubículo. Juan dio un salto hacia atrás, confundido. Al mirar con atención vio una mancha oscura en la camisa del sujeto, a la altura del abdomen. La chaqueta se deslizó sobre el maletín y una de las manos quedó colgando al lado del cuerpo. Un líquido viscoso apareció en la base del retrete. Juan miraba con los ojos muy abiertos. Se quedó así mucho rato, con la espalda apoyada en el hueco que había entre un urinario y la pared, mirando al hombre, mirando el maletín, mirando la sangre que se había detenido justo en el barrote que delimitaba el cubículo. Coincidencias, se dijo, y al parecer repitió la palabra durante un largo tiempo -un tiempo sin nombre, el espejo roto que aparece donde menos se le espera- pues lo siguiente que escuchó fue el sonido de las puertas del cine que se abrían, el rumor de los pasos desahogando la sala, los comentarios, un muchacho que entraba en el baño y lo miraba con cara de sorpresa, otros hombres, muchos hombres, todos orinando y mirándolo, hasta que uno se acercó a dónde Juan estaba y miró -apenas un segundo, nada que pudiese importar- hacia el cubículo abierto y el cadáver y la sangre y gritó y Juan supo que eso era lo que faltaba para completar el cuadro.

7 comentarios:

crisis dijo...

hace tiempo que no venía por aquí. siempre intrigan los baños de cine. el del normandie sobre todo.

alikis dijo...

Qué manera de terminar el fomingo...
Seguro que Juan no lo podía creer y necesitaba la presencia de alguien para confirmar que no estaba alucinando.
Justo ahora que por estos días encontrarse pedazos de cadáver , no es un evento raro.

Saludos

Anónimo dijo...

te gustara roberto arlt intuyo...conozco pocos a quienes les guste....y tengo una alegria adentro q pocos sabran entender y queria transmitir...conseguí un ejemplar de "el juguete rabioso" de la segunda edicion.....pocos o nadie entienden lo que se siente...gracias por prestar lectura a mi voz...

fgiucich dijo...

Una noche de domingo que empieza en soledad y termina, posiblemente, acusado de un crímen. Una historia atrapante. Abrazos.

Unmasked (sin caretas) dijo...

Solo paso a desarle felices pascuas. No lo he olvidado.
espero que se encuentre bien y de buen animo.

Saludos desde el norte,


PETRA

Anónimo dijo...

Cuánto esfuerzo para atrapar el concepto muerte.

Anónimo dijo...

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