miércoles, julio 26, 2006

El origen del mundo II

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15 de enero
El calor no da tregua, aunque a nadie parece importarle aquí en la pensión y prefieren hablar del partido de fútbol que televisaron anoche.
Ayer me acosté temprano, luego de beberme una botella de pésimo vino que me vendió la patrona. Hoy por la mañana salí a recorrer el pueblo con demasiadas expectativas, pensando que quizás en algún recorrido anterior pasé algo por alto. Todo se reduce a diez manzanas de casas bajas, exceptuando la pensión y el edificio del correo, justo al otro lado de la calle, que tienen dos pisos. La pintura de las fachadas está desteñida y los colores, si es que alguna vez los hubo, ya no se reconocen. El espino parece ser el árbol característico de la zona, pues no sólo pueblan todas las aceras –las con pavimento y las de tierra- sino que se pueden distinguir por los costados de los caminos que salen del pueblo. Nada interesante para pintar.
Hay algo curioso que casi olvido anotar: no he visto ningún signo de actividad en los alrededores. Sólo campos yermos rodeados de cercas a punto de caer. También descubrí, por el camino que va al oeste, un sendero que se encumbra hacia los cerros que separan al pueblo de la costa. Durante el almuerzo uno de los pensionistas, un viajante que se dedica a la venta de peines plásticos, mencionó que siguiendo esa ruta se llega a un salto de agua espectacular. Ese es el adjetivo que el viajante usó. Supongo que podría darme una vuelta por esos lados y explorar.
El resto de la tarde lo pasé desnudo sobre la cama, intentando dormir. Leonor avisó por medio de una nota que no podía venir hoy. Hoy no puedo, nos vemos mañana. Besos, Leonor. Estaba escrito con lápiz grafito sobre una esquela rosada. La letra es torpe, parece demasiado infantil. ¿Demasiado infantil? No entiendo que quiero decir con eso. El mensaje me lo entregó la patrona después de almorzar y aprovechó para preguntar si quería otro vino para esta noche. Le dije que sí y sonrió.

16 de enero
En las sábanas ha quedado impregnado el vaho de sudor que rodea a la patrona. Cuando desperté ya se había ido, pero su presencia se hizo casi insoportable al poco tiempo de estar consciente. Tuve que saltar de la cama para abrir las ventanas y dejar que la brisa caliente limpiara el aire. Por alguna razón no quiero que el olor de la patrona persista hasta que llegue Leonor. Luego de beber un café bien cargado en el comedor vuelvo a mi cuarto para disponer del atril, los tubos de óleo y los pinceles. No vi a la patrona, pero una de las muchachas de la limpieza pasó junto a mi mesa y me sonrió, cómplice.
Leonor llegó más tarde de lo acordado, pasado el mediodía. Llegó como un vendaval contándome atropelladamente de un paseo a la playa que había dado ayer con sus hermanos, emocionada porque se habían quedado hasta el atardecer y el horizonte se había incendiado de un rojo tan intenso que incluso había sentido miedo. Mientras ordeno los materiales y corro la cortina para que entre más luz, Leonor no para de hablar y hojea, inquieta, algunos libros de pintura que tengo sobre la mesita de noche. Cuando ya está todo listo la miro, sin animarme a interrumpir su monólogo, entretenido con los guiños que, involuntariamente, hace con la nariz cuando algo le parece divertido.
De pronto se calla y me mira, ausente. Parece casi al borde del llanto cuando estalla en una carcajada. Las mejillas se colorean de rubor y baja la mirada como si la hubiese sorprendido en algo malo. Luego cierra el libro de golpe y me dice que cuándo empezamos, que tiene que volver a almorzar a su casa. Me acerco, la tomo de la mano hasta sentarla en una silla junto a la ventana, donde la luz del sol hace resplandecer los pequeños vellos de su cara. Te ves linda, le digo, y ella sonríe. Comienzo a dibujar el rostro de Leonor sobre la tela, con sólo un trazo defino su pequeña nariz respingada, esbozo con pequeños puntos las pecas de las mejillas, busco el brillo de sus ojos con la opacidad del grafito. Los ojos son verdes, aunque dependiendo de la luz a veces parecen grises.
La primera pincelada es, como siempre, la más difícil. Esta vez comienzo con el contorno del hombro y me detengo en la curva del cuello. Leonor me mira, las pupilas dilatadas y la respiración intranquila. Me mira de una forma nueva, y la segunda pincelada se vuelve más difícil que la primera, un trazo enrojecido que completa la línea del mentón hasta la sien izquierda. La imitación de Leonor va apareciendo en la tela poco a poco, como el comienzo de una oración, un grito desgarrado, una súplica: todo al mismo tiempo.
Una hora y media más tarde Leonor se despide con un beso en la mejilla y me deja solo en el cuarto, con el olor a solvente, con la tela que se termina de secar en un rincón, vacío de mi mismo, particularmente exhausto. Me tiendo en la cama sabiendo que con el calor será imposible dormir. Giro la cabeza hacia la mesita de noche y entonces noto que el libro que estaba hojeando Leonor era de Courbet.

17 de enero
He soñado con la patrona. Está junto a mi cama, enfundada en el horrible delantal de diario, con los labios pintados de un rojo encendido. Siento una mezcla de fascinación y miedo ante esa imagen que de pronto me recuerda a una acuarela de Schiele, y en el estómago tengo un frío que quema. Camina hacia mí, despojándose lentamente de su vestidura, mostrando sus senos redondos y firmes, sus pezones demasiado pequeños, casi como lunares en mitad de los pechos. Me mira con condescendencia, casi con lástima. Por la puerta del cuarto entran las muchachas de la limpieza, con los cabellos sueltos ondeando al viento, desnudas, exhibiendo sin pudor sus cuerpos raquíticos, sus senos caídos, sus piernas casi sin carne, sólo hueso y pellejo, más demonios del austriaco enloquecido. Las muchachas se acercan a la patrona y la ayudan a quitarse la túnica –porque de pronto tiene una túnica de seda amarrada a la cintura-, arrodillándose junto a ella, acariciando sus muslos abundantes y sus caderas, tocando la piel lisa del trasero con las puntas de los dedos. Sólo entonces la veo completamente, la descubro, mudo. Un estambre de negro cabello que nace un poco más abajo del ombligo y se va haciendo cada vez más abundante hasta perderse en la entrepierna. Trato de moverme, de huir, pero no puedo. Ya la patrona está montada sobre mi, sonriendo, el rostro rígido como una estatua. Y sobre mi falo erecto se cierne un bosque de pelos que parecen separados de la mujer, como un parásito que la utiliza de huésped. Un momento antes que me devore despierto bañado en sudor. Aún era de noche.
Caminé hacia la ventana, excitado. Contemplé la oscuridad de las calles y la claridad con la que las estrellas dibujaban secretos mapas en el cielo, sin poder calmarme del todo. Cerré los ojos, invocando la imagen del sueño, y me metí la mano bajo el calzoncillo. Luego salí del cuarto y me escabullí por el pasillo hasta el cuarto de la patrona. La puerta estaba sin llave y entré. La oscuridad era casi completa, sólo un delgado haz de luz se colaba entre las cortinas. Adiviné la posición de la cama por la respiración. Mientras me acercaba podía sentir como esa respiración se agitaba cada vez más, podía casi imaginar el movimiento de fuelle de su pecho. La mujer estaba desnuda y puso resistencia al sentir mis manos en su cintura: me arañó los brazos y el pecho. Cuando la penetré dejó escapar un débil gemido y luego sentí sus piernas rodeando mi cintura.
Leonor vino a mediodía y le dije que no tendríamos sesión porque no me sentía bien. Como ella se puso triste le prometí que, si quería, mañana podríamos dar un paseo al salto de agua. Ella se puso a reír y se fue cantando por la calle. Después de almuerzo, adolorido por la noche en vela, me fui a dormir la siesta. Con los ojos cerrados oí el ruido de la puerta que se abría. Olí el sudor de la patrona, el sonido que hacía al desvestirse, el movimiento de la cama mientras se tendía junto a mí, mientras su mano buscaba en mi vientre y comenzaba con el rito, mientras me exploraba con la boca entreabierta. Con los ojos cerrados me dejé llevar, una y otra vez, entre sus piernas.
Desperté a casi a la hora de la cena, solo en la cama.

6 comentarios:

Miss Mag dijo...

Lo sigo todavía, buen comienzo del mundo.Beso.

Gir dijo...

.....no hay lectura que mas disfrute, que la narrada en 1ra. persona.....asi me convierto en persona anti-genero y me induce a percibir todo su mundo, soy conciencia manipulada por un destino escrito, solo es dejarse llevar por las sensaciones.
....Genial...

Belú dijo...

Te gusta Roberto Arlt? =D

(Escuchando Yo también sé jugarme la boca)

Vivi dijo...

Me gusta como escribes...

fgiucich dijo...

Bravo, bravìsimo!!! Abrazos.

Dra. Kleine dijo...

Oh... me hizo volar! volaaaaaar!