lunes, julio 10, 2006

Medias para señoritas importadas I

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¿Y estás muy triste de amor,
Galán cobarde y sin seso?
Amor menguado, no es eso:
Amor cuerdo no es amor.

“Dolora Griega”,

José Martí.



La muchacha está de pie en la esquina. Una falda corta y ceñida a los muslos, una camiseta gris. No lleva sostenes. Los pezones sobresalen de la superficie redonda de los senos. Es casi una niña, piensa Oscar sentado en una de las mesas que hay dispuestas fuera del bar, frente a la plaza. Una mesa plástica de color verde y encima una botella de cerveza. En la etiqueta de la botella puede distinguirse el perfil de un indio. Oscar se lleva la botella a los labios. El calor. No muy lejos se oye el sonido de una ola que revienta contra el malecón.
Los músicos ya han dejado de tocar. Un par de acordes parecen flotar en el aire, sobre el murmullo. La plaza está repleta de gente. En la mesa de la izquierda un gordo de piel rosada y pelo muy corto y rubio le mete mano a una negra que ríe mostrando todos los dientes. En la mesa de la derecha tres mujeres esperan clientes. Son mayores que la muchacha. Oscar pide otra cerveza. El garzón se aleja con paso lento. Un negro enorme metido dentro de unos pantalones también negros y una camisa que le queda chica. Una corbata de moño al cuello. Con este calor, piensa Oscar. Mira hacia la esquina. Un grupo de gente le impide ver a la muchacha. Lo más seguro es que se ha ido, un cliente o quizás puro cansancio.
Cierra los ojos. Cierra los ojos y respira profundo. Oye los pasos que se acercan y el sonido de la botella contra la mesa. Un ruido sordo, casi inaudible. La sombra del garzón. Abre los ojos. El negro se ve más grande parado junto a la mesa.
- ¿No va a comer nada? -pregunta sin mirarlo.
- No lo creo -responde Oscar.
El negro suspira mirando hacia la oscuridad donde puede adivinarse la línea de la bahía.
- Lleva toda la noche bebiendo -dice el negro como si le hablase al aire.
Oscar asiente con un movimiento de cabeza.
- Todo el día -aclara.
El negro sonríe. Saca un destapador del bolsillo y abre la botella de cerveza. Se queda de pie, las manos apoyadas en el respaldo de una de las sillas.
- ¿Los músicos ya no vuelven? -pregunta Oscar por decir algo.
- No, ahora tocan en otro lugar.
El negro continúa quieto, la mirada perdida en dirección al mar.
- Qué calor -dice Oscar.
El negro lo mira y vuelve a sonreír.
- Debería estar aquí en agosto.
Se aleja con paso lento. Antes de entrar al bar se detiene en una mesa donde un hombre se ha dormido junto a un vaso de ron. Le toca el hombro, lo sacude. El hombre no despierta. El negro suspira, mira hacia la bahía, da media vuelta y entra en el bar.
El hombre gordo se ríe a carcajadas, salpica la mesa con saliva. La negra también se ríe pero más tranquila. Una risa estudiada. Las mujeres de la derecha no beben nada. Permanecen sentadas, esperando. De pronto llega un muchacho y les hace una seña. Dos de las mujeres se levantan y siguen al chico sin alcanzarlo nunca. Desaparecen tras la esquina del malecón. La otra mujer juega con un lápiz labial. Hace dibujos sobre la mesa sin quitarle la tapa.
La muchacha está de pie en la esquina. Oscar la mira mientras termina la cerveza. El gordo de la mesa de junto casi revienta de risa. La negra le tiene la mano sobre el muslo, muy cerca de la ingle. El gordo se pone cada vez más rosado, la camisa blanca empapada de sudor. Va a reventar, piensa Oscar. La muchacha continúa en la esquina. No hace gestos, no sonríe a los turistas que pasan junto a ella. Cualquiera de los muchachos que pasean en bicicleta por la plaza podría ser su novio. Oscar baja los ojos. La mesa de plástico verde, la botella vacía, la borrachera arrastrada durante días. Mira hacia la esquina nuevamente, pero la muchacha ya no está. Levanta la mano y espera que el garzón negro llegue junto a la mesa.
- Un vaso de ron -dice Oscar.
El negro mira hacia la bahía.
- Está borracho -dice.
Oscar asiente con un movimiento de cabeza.
- Entonces que sea una botella -corrige.
El negro lo mira y sonríe. Da media vuelta y camina hacia el interior del bar. Se detiene un momento junto al hombre que duerme pero esta vez se limita a mirarlo. El negro desaparece en la entrada del bar.
(La imagen que encabeza el relato es de autoría del fotógrafo Marco Paoluzzo)

6 comentarios:

gallardo dijo...

Que es lo que ofrece la muchacha, fantasía, salud, dolor, lastima? Tal vez todas las anteriores.
El hombre borracho solo ofrece su precariedad.

Anónimo dijo...

¿Cuànto desaparece tras la puerta del bar?

fgiucich dijo...

Parece una pintura desteñida de La Habana. Un relato interesante. Abrazos.

alikis dijo...

Mmmm ron...

Oscar va anestesiando los dolores del alma con alcohol.
Está tan inmerso en él que no es capaz de levnatarse e ir tras esa frescura y fantasía que se le presenta frente a sus ojos.
El sueño es una efectiva válvula de escape para evadir el mierdal.

Saludos, chico

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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