
¿Qué es un viaje sino una suerte de paréntesis, un sueño prolongado, una interrupción de la rutina?
Luego no quedan sino recuerdos esquivos, un par de fotografías, algunas frustraciones e infinidad de preguntas.
Por lo pronto, el paréntesis se cierra y la vida vuelve a sus cauces habituales, abandonando la ciudad de las cúpulas y los conductores rabiosos, de los grandes parques y los mosquitos antropófagos.
Más adelante, supongo, se entrará en detalles, en contar anécdotas, enumerar visitas y paseos, contar los adoquines de las calles de Palermo o las estaciones de tren que separan Retiro y Mitre, Maipú y el delta del Tigre, los mendigos que duermen en las estaciones del subte, la estatua de minerva con la mano cercenada en el parque Lezama (donde Martín vio por primera vez a Alejandra), la calle Jorge Luis Borges que termina en la plazoleta Julio Cortázar, la noche que se cerró sobre las callecitas para más tarde iluminarlas con rayos que partían de lado a lado el cielo y luego la lluvia que cayó sorpresiva y violenta, como telón traslúcido de un teatro que termina la función.
Tantas cosas para contar.
Y esto nunca fue una caverna para el disfrute del eco. Siempre hay alguien que lee, que observa y sonríe. Esto es apenas una pizarra, un silencio que se prolonga dibujado con palabras.
1 comentario:
Esperamos el relato completo. La introducciòn, buenìsima. Abrazos.
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