viernes, enero 13, 2006

Ignacio y el calefón (bonus track)

Ignacio piensa que la angustia es una especie de babosa color magenta que se esconde bajo la cama. Generalmente tiene este tipo de pensamientos por la mañana, cuando despierta con un prolongado bostezo y contempla absorto las rayas azules o verdes, dependiendo del día, de su pijama.
Ignacio bosteza todas las mañanas antes de emerger de su cama y calzarse las pantuflas de hipopótamos y salir de su habitación de piso quinto con vista al parque. A Ignacio no le seduce particularmente el asunto de la vista al parque, a pesar de que a la mayoría de sus conocidos les parece grandioso. Preferiría tener vista al mar, aunque sabe que dadas las condiciones geográficas de la ciudad es imposible y su desagrado innato por todo aquello como olor a pescado y arena en los ojos y la ropa no le permite el traslado definitivo a un departamento con vista al mar. Ignacio piensa que así es la vida, que nada es perfecto.
Es habitual que esta clase de reflexiones lo aborden camino a la cocina, que es pequeñita, como todas las cocinas de piso quinto con vista al parque. Apenas cabe en ella la cocinilla de dos platos y el balón de gas de once kilos, una repisa con especias varias adosada a la pared sobre el lavaplatos y un mueble con cajones para la vajilla -tres platos y cinco vasos- que Ignacio posee. La cocina tiene una pequeña ventana que mira hacia un patio interior donde los residentes del edificio cuelgan su ropa recién lavada. Al lado de la ventana está el calefón, un paralelepípedo blanco con las esquinas un poco oxidadas.
Ignacio busca los fósforos, que siempre se extravían y es necesario salir en bata a comprar otra caja al almacén que está cruzando la calle y que Giovanni atiende muy amablemente pero a horarios no muy precisos. Esta vez encuentra los fósforos justo antes de que salten por la ventana hacia el patio. La caja está casi vacía, apenas queda un fósforo en su interior. Con una destreza manual que conserva desde su infancia, cuando quería convertirse en un maestro internacional del origami, frota el fósforo contra el raspador, protege la llama de las corrientes de aire, gira la válvula del gas y enciende el piloto del calefón. Ignacio suspira satisfecho, pues la operación le ha demandado un no pequeño esfuerzo.
La llama del piloto explota un par de veces, para sobresalto de Ignacio que recuerda con claridad la explosión del calefón del departamento 709 hace un par de semanas. La llama del piloto explota nuevamente e Ignacio, presa del pánico, cierra la válvula del gas. Un silbido escapa del piloto. Ignacio mira el fósforo quemado, que aún conserva entre los dedos, y siente una tristeza azul que le cubre los ojos.
Ignacio piensa entonces que la angustia es una especie de babosa color magenta que se esconde bajo la cama.

12 comentarios:

Claudia Castora dijo...

Un lujo de letras, un gusto venir por estos lados, amigo mío.
Tintes de ironía fina, de realismo mágico, de sutil sarcasmo, todo un aprendizaje.
Aunque debo agregar que esas pantuflas de hipopótamo me cambiaron en algún grado mi perspectiva de este Ignacio que observo con sigilo.
Seguiré atenta, me sigo sorprendiendo.

Francisca Westphal dijo...

Me impresiona tu capacidad para hacer de la vida cotidiana un evento solemne... un abrazo Senhor K.

Ponto García dijo...

Lo malo es cuando la angustia está detro y te mira a los ojos en el espejo. Y te dice que estás viviendo una vida extra (bonus track). Que la tuya se acabó hace mucho y que ésta es tu última mano.

Julio Suárez Anturi dijo...

Una mirada audaz donde los demás no ven.

Anónimo dijo...

Sr K,

Un placer leerlo, hasta cuando habla del calefón.
Una frase que me salta a la memoria que me dijo alguien muy inteligente hace poco y se la digo a Ignacio:
Siga subiéndose a ascensores o prendiendo el calefón tranquilo, amigo, en esta vida, no se puede vivir con miedo. ALELUYA.

pomelo dijo...

cada vez mejor, K.
esta de lujo esta serie ignaciana.
estamos al aguaite.
abrazo. saludos a c.

Anónimo dijo...

En este caso, el problema son las pantuflas de pésimo gusto. Ahora que vaya por cerillos, que las queme.

fgiucich dijo...

Muy buen relato. Vivir en un piso quinto sin vista al mar, con un solo fósforo y la hornalla defectuosa, es un problema existencial. Abrazos.

Isa dijo...

yo creo que la angustia es un golpe seco en el pecho, eso no más, sin color, aunque a veces se ve un poco roja

un abracito torpe

JC dijo...

Me gusta.
Saludos,
jc

Anónimo dijo...

Enjoyed a lot! »

Anónimo dijo...

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