viernes, enero 20, 2006

Martín en las ciudades XII

(Luego de un largo receso, Martín retoma sus extrañas aventuras. Para refrescar la memoria, el capítulo anterior lo pueden leer aquí)
- Deja ya de quejarte, vieja cascarrabias –dijo el señor con máquinas de afeitar-. Harías mejor en preparar más té helado para la chiquilla y su amigo. Hay que ver qué modales.
Y mientras hablaba se ponía de pie y a pasos cortos se acercaba y extendía la mano para saludar a Martín, que sonriendo la estrechó como si se tratase de un amigo de la infancia.
La señora con mundos se quedó de pie junto a su silla y esperó a que la niña se le acercara y la saludase con un tímido beso. La mujer no hizo gesto alguno que permitiese reconocer algún rastro de ternura pero a Martín le pareció reconocer un brillo distinto en sus ojos.
- Por favor –dijo un sujeto que yacía, lánguido, sobre la silla-, que tanta emotividad me da dolor de cabeza. Vamos a descansar otra vez, que ya la niña llegó y eso es suficiente.
- No le haga caso –dijo el señor con máquinas de afeitar a Martín, casi susurrando.
Lo tomó por el brazo y lo llevó aparte.
- El señorito con pulpo es muy quisquilloso –continuó susurrando el señor con máquinas de afeitar mientras caminaban- pero es buena persona y quiere a la pequeña una barbaridad. Es medio artista, usted sabe, y su sensibilidad está un poco más acentuada que la nuestra. Cuestiones estéticas le rondan como buitres y de vez en cuando se levanta sin decir nada y se marcha.
Habían llegado junto a la mesa redonda donde la radio cantaba rodeada de vasos vacíos, un jarro con té helado y un plato con rodajas de limón. La señora con mundos estaba junto a ellos mirando a Martín con desconfianza.
- Claro –dijo en voz alta, inmiscuyéndose en la conversación y sin importarle si el señorito con pulpo alcanzaba a oírla-, el chico se va y un par de días después vuelve con la ropa hecha jirones y el cuello adornado con huellas de dedos como un trofeo de guerra.
- Es cierto –dijo la señorita con limones sacándose los lentes de sol y enderezándose sobre la silla-, pero más que trofeos de guerra me parecen condecoraciones, que es casi lo mismo pero casi no más, y estoy segura que el señorito así los considera. Y eso de los días es un decir nada más, si usted se quedase un tiempo con nosotros podría darse cuenta que es imposible medir el tiempo en este lugar, más aún con esta bendita radio que no para de chillar.
Martín le sonrió mientras la señora con mundos le entregaba un vaso de té helado y se alejaba con otro para la niña, que conversaba unos metros más allá con la señora de las iguanas. La señorita con limones se sonrojó coquetamente y bostezó para disimularlo. El señor con máquinas de afeitar se acomodó los anteojos y fue tras la señora con mundos para no incomodar al huésped.
- ¿Y a dónde va? –preguntó Martín a la señorita con limones, que en ese momento se acercaba con el pretexto de buscar más té helado.
- ¿A dónde va quién? –dijo arqueando las cejas.
Martín pensó que era bonita, que quizás podría ser una buena idea pasarse allí una temporada, que la temperatura era agradable, que la hierba agitada por el viento y ese cielo luminoso tenían que ser buenos para la salud de alguna manera. Además, la señorita con limones había dicho algo acerca de lo inapropiado de usar términos temporales en aquel lugar, por lo que en estricto rigor no podía ni ganar tiempo ni perderlo quedándose allí. Pero en algún lugar, en otro lugar, estaba Minerva y la sombra de ese otro que le precedía, largo y triste como pintura de El Greco.
- ¿A dónde va quién? –insistió la señorita con limones algo molesta por haber perdido la atención de Martín.
- Pues el señorito con pulpo, de él hablábamos –respondió antes de beber un sorbo de té-. Esto está exquisito.
- Si necesita más limones… -dijo la señorita ofreciendo uno de los que tenía en la cabeza, a lo que Martín se negó con una gentil sonrisa-. Y, qué se yo. Se va a la ciudad, supongo, pues por acá no hay muchos lugares para entretenerse, como usted ya habrá notado. La chica de los periódicos viene de vez en cuando y él aprovecha para marcharse con ella, que conoce muy bien cómo salir de aquí.
- ¿Y usted no va con ellos?
- ¿Para qué? Se está muy bien acá, o aquí, o donde quiera que estemos.
El hombre con pierna agitó el periódico que estaba leyendo visiblemente molesto por la conversación y les lanzó una mirada de ira. La señorita con limones emitió una risita culpable y Martín se encogió de hombros a modo de disculpa. Entonces notó que, desde una silla apartada, un sujeto en el que no había reparado le miraba fijamente.
El joven con tortugas parecía esperar este momento porque de inmediato se levantó y en tres zancadas llegó junto a Martín. La señorita con limones comenzaba a contarle algo que ella creía era un recuerdo pero que no podía asegurar que en realidad hubiese pasado y se quedó callada de golpe ante la irrupción brusca del joven con tortugas, que llevaba un cigarro a medio fumar colgando descuidadamente del labio.
- Puedo darle algo a cambio – dijo el joven con tortugas.
Martín se sintió traspasado por la mirada melancólica del sujeto, incómodo y al mismo tiempo tranquilo.
- ¿A cambio de qué? –preguntó de vuelta buscando la mirada de la señorita con limones, que había bajado la cabeza y parecía observar algo entre la hierba.
El joven con tortugas acercó la mano rápidamente al pecho de Martín y presionó el sitio donde guardaba la Chelonia.
- Esto –dijo-, usted sabe muy bien que ya no lo necesitará y puedo darle algo muy valioso. Además, está claro que el taxidermista sabe lo que hace, tengo plena confianza en él. Hace mucho que tenemos tratos y nunca, o muy pocas veces para ser franco, se ha equivocado.
- ¿Usted le conoce?
- Solía andar por aquí. Le gustaba meterse dentro de un barril de madera para dormir y el resto del tiempo se lo pasaba caminando con una linterna. Imagínese, una linterna bajo el sol. Decía que buscaba la verdad. Finalmente se aburrió: no le gustaba ni el té helado ni la música.
La señorita con limones se había apartado sigilosamente y ahora contemplaba la escena desde lejos, reunida con la señora de las iguanas, la señora con mundos, el señor con máquinas de afeitar y la niña. El señorito con pulpo yacía inmóvil en su silla, completamente desentendido de lo que ocurría alrededor. Vaya sensibilidad, pensó Martín.
- ¿Hacemos el cambio? –insistió el joven con tortugas.
Martín asintió con un movimiento de cabeza. El joven con tortugas le guiñó un ojo, acomodó el cigarro entre los labios y chasqueó los dedos de la mano derecha. El hombre con pierna levantó la cabeza en dirección a ellos y prestamente apareció en su mano un bulto envuelto en hojas de periódico. El joven con tortugas lo alcanzó retrocediendo apenas un paso, operación que maravilló a Martín, que hubiera jurado que el hombre con pierna estaba mucho más lejos.
- Entonces esto es suyo –dijo el joven con tortugas luego de haber repetido el movimiento en sentido inverso y poniendo en manos de Martín el paquete que poco antes había aparecido en la mano del hombre con pierna.
Martín comenzó a desenvolver las capas arrugadas de periódico hasta que vio aparecer entre los pliegues la luz suave que emanaba de un corazón que latía tímido pero decidido, como una mariposa luchando contra un huracán.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

oye hueon te copiaste el nombre de la revista boliviana.

El señor K. dijo...

Anónimo: Te aclaro que el nombre no es de la revista boliviana, sino del libro de Robeto Arlt.

Ponto García dijo...

Genial, sr.k, pero recién despertado estoy como el señor de las legañas y perdí varias veces el hilo. Ya lo imprimo y lo leo todo.
Un saludo.

JC dijo...

Me gusta.
Saludos,
jc

Anónimo dijo...

Admiro la capacidad de crear algo de la nada, que no tiene nada que ver con usted, personajes insólitos, viajes imaginarios y a Martín….usted me entiende, no?
Su literatura me permite soñar, y por eso se agradece..Gracias por sus comments también, trabajaré en sus sugerencias.
Cuídese K. Besos.

Indianguman dijo...

Valió la pena esperar. Retomé la historia sin necesidad de refrescar la memoria y me sumergí en ese mundo onírico, recargado, poético, satírico, espeluznante y dulcemente humano y real. Creo que definitivamente las imágenes delirantes transforman el texto en algo más que un cuento con monitos.
Con las esperanzas cifradas en ese corazón, me despido y a la espera quedo.

Un abrazo

gallardo dijo...

Es un genero nuevo, este de los links y la narración, algo mas dinámico que los pie de pagina y las notas de referencia.
Excelente y felicitaciones.

Miss Mag dijo...

Que bueno saber de Martín, ya me temía lo peor, lo sigo.

Anónimo dijo...

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