miércoles, enero 25, 2006

Paralipómeno singular del elefante africano en agosto


Mantuvo los ojos cerrados. Una brisa fresca le acariciaba el rostro. Se arropó con las sábanas y trató de imaginar la habitación: la ventana abierta, las cortinas sin correr apenas agitadas por la brisa, la cama desordenada, una de las puertas del armario -la que tenía el espejo de medio cuerpo- abierta, un poco de ropa esparcida por el piso, en el velador el libro de Jarry y un elefantito azul que había comprado la noche anterior. Sintió también un olor pero no logró precisar de qué se trataba.
Abrió los ojos. La habitación estaba a oscuras pero tal cual la había imaginado. Estiró el brazo hacia el velador, buscando el libro. Tropezó con el elefantito. Se sentó en la cama y observó el animal más de cerca. Era realmente pequeño, con grandes orejas y un orificio en el lomo. Puso la figura sobre el velador. Tomó el libro y lo abrió, pero no pudo leer nada. Dejó el libro sobre la cama y salió de la habitación.
Por la cantidad de luz que llenaba la casa seguramente era cerca de mediodía. Entrecerró los ojos y caminó por el pasillo hasta el baño. Se mojó la cara y se miró en el espejo. Hace tres días que no se afeitaba. Salió del baño, recorrió el pasillo de vuelta, paso frente al dormitorio y entró a la cocina. En el lavaplatos habían varios vasos sucios. Dudó unos segundos y tomó una taza. Abrió el refrigerador y sacó una caja de jugo de piña. Alcanzó para llenar la taza casi hasta el borde. Dejó la caja en el lavaplatos, sobre los vasos, y salió de la cocina.
- Hola -dijo al entrar al comedor.
El ventanal estaba abierto por completo y dejaba entrar una brisa suave. Sintió el mismo olor que en el dormitorio.
- Hola -dijo ella.
Llevaba puesta una bata blanca y permanecía sentada en una silla, mirando hacia afuera. Al saludar giró la cabeza y dejó ver sus ojos claros. Él busco otra silla y se sentó cerca de la mujer. Tomó un trago de jugo mientras la miraba.
- ¿Qué tomas? -preguntó ella de pronto.
- Jugo de piña -respondió él.
Ella miró la taza, extrañada.
- No habían vasos limpios -dijo él.
Ella sonrió. Ambos miraron hacia afuera. La brisa les revolvió el pelo.
- He sentido ese olor desde que desperté -dijo él sin dejar de mirar hacia afuera.
La mirada de la mujer se volvió hacia él.
- Son los aromos -dijo.
Él la miró como esperando alguna explicación. Ella no dijo nada más. Él tomó el último trago de jugo y dejó la taza sobre la mesa.
- Mira -dijo ella mientras se ponía de pie y caminaba hacia el ventanal.
Él la siguió. Salieron a la pequeña terraza y ella le indicó con el dedo colina abajo.
- Ah -dijo él.
El costado de la colina estaba teñido de amarillo. Incluso junto a la casa algunos árboles lucían pequeños racimos de flores amarillas que semejaban copos de nieve. Levantó la vista. Las nubes se movían muy rápido. Cerró los ojos y respiró profundamente. Tras el perfume de los aromos pudo distinguir el olor familiar de la tierra húmeda.
- No los había visto -dijo y abrió los ojos.
- Ocurrió anoche. Tal vez hoy en la mañana -dijo ella.
- ¿Así de rápido? -preguntó él.
Ella se encogió de hombros. Apoyó la espalda en el vidrio y cerró los ojos. Él la miró durante unos minutos y después observó los aromos al pie de la colina. Al interior de la casa sonó el teléfono. Ella abrió los ojos. Él continuaba mirando colina abajo. El teléfono volvió a sonar.
- ¿Siempre ocurre de este modo? -preguntó él.
- No estoy muy segura -respondió ella un tanto confundida.
El teléfono insistió.
- El teléfono está sonando -dijo ella.
Él cerró los ojos, respiró profundo y esbozó una sonrisa al oír el cuarto timbre del teléfono.
- Lo sé -dijo.
Ella lo miró, miró hacia el comedor e hizo el ademán de entrar. Finalmente se detuvo.
- ¿No lo vas a contestar? -preguntó.
Sonó el quinto timbre. Él abrió los ojos y se volvió hacia ella.
- No -dijo mientras pasaba junto a ella para entrar en el comedor.
Fue hasta la mesa, tomó la taza y se la llevó a la boca.
- No queda jugo -dijo.
No hubo un sexto timbre.
Ella estaba de pie junto al ventanal, en la terraza. Él estaba de pie también, con la mano izquierda sobre el respaldo de una silla y la taza vacía en la otra mano. Se miraron.
- ¿Sabes algo acerca de elefantes? -preguntó él.
Ella lo miró sorprendida.
- ¿Qué tipo de elefante tiene las orejas más grandes -insistió él-, el africano o el indio? ¿Lo sabes?
Ella guardo silencio un instante. Luego entró al comedor y miró hacia el piso.
- El africano, creo -dijo.
Él intentó sonreír. Dejó nuevamente la taza sobre la mesa y se acercó a ella, que ahora miraba hacia afuera a través del vidrio. Las nubes se movían cada vez más rápido y se amontonaban hacia el este.
- ¿No tienes frío? -preguntó él.
- Algo -asintió ella y trató de cerrar el ventanal.
- No lo hagas -dijo él.
Ella se volteó a mirarlo. Las nubes ya habían cubierto el sol y no pudo distinguir su rostro en la penumbra.
- Por los aromos -le oyó decir.
Le dio la impresión que el hombre estaba sonriendo y ella también lo hizo.

9 comentarios:

sole poirot dijo...

hoy pase cerca de un aromo (mi barrio tiene nombre de plantas, yo vivo en la calle sause llorón, "desmai" en catalán) y se movía delicadamente, era una nube amarilla que bailaba suavemente, pensé que era un aromo chileno, algún pájaro migratorio dejó caer una semilla en este barrio vegetal. seguí pedaleando y pasé por un laurel aromático, me pasó lo mismo, era un laurel temucano que había crecido robústamente...
"el olor familiar de la tierra húmeda"

Anónimo dijo...

de elefantes, aromos y palabras.

Dra. Kleine dijo...

Eeepale!

Esos aromos me dejaron arombrada!

pero con una gran interrogante!

Anónimo dijo...

Alguien dijo una vez que usted tenía habilidad para hacer magia con lo cotidiano. Estoy de acuerdo. Este dialogo es un buen ejemplo. Espero que se encuentre bien y no se me este derritiendo. Un beso en su tatuaje solar, si es que tiene uno.

Ponto García dijo...

Me lo imagino a Vd. leyendo un libro de Alfred Jarry, con las ilustraciones originales, esas en que Ubu tiene una nariz-trompa y extrañas orejas, cuando le interrumpe una chica al telefóno con una pregunta tonta sobre el curry, a la que Vd. le responde mientras mira a Papa Ubu, "indio".

fgiucich dijo...

Un relato encantador con grandes orejas de elefantes africanos y con una fuerte dósis de melancolía. Abrazos.

gallardo dijo...

Señor K. una mujer sentada frente a la ventana es una incertidumbre siempre. Ud lo sabe tan bien como cualquiera que lo sabe, los aromas(os) son harina de otro costal, porque son mas estacionales que las mujeres sentadas frente a cualquier ventana, y los elefantes de sobremesa no me interesan por ahora. Espero que los haga interesantes en el futuro.
Como siempre.
Saludos

Anónimo dijo...

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