viernes, agosto 12, 2005

Mapa imaginario de Santiago: La Ciudad Blanca

Llegar en mitad de la noche, los ojos cerrados. El cuerpo zamarreado, borracho, cansado de tanto reír alrededor de las mesas, las piernas flojas. Siente la presión de las manos amigas que lo guían a tropezones, que no le avisan los desniveles, las aceras levantadas por las raíces de los árboles, las bajadas a la calle que adivina de adoquines. Camina sin conocer el rumbo por la doble noche de la ciudad y la ceguera voluntaria, esperando la sorpresa.
De pronto el silencio y la quietud, los pasos que se detienen y parece estar solo. Por un momento tiene miedo. No dice nada, aguza el oído intentando distinguir algún sonido. No muy lejos corren automóviles, pero su ruido llega hasta a él como atravesando una gruesa membrana de silencio. Se lleva las manos al rostro, a la corbata que hace las veces de venda y le cubre los ojos.
Agita la cabeza, como despertando de un sueño. Mira hacia los costados, hacia las casas blancas que le rodean, hacia el islote de paredes también blancas que divide la calle en dos. Las estrellas de la noche cálida, veladas por las luces del alumbrado público, no le sirven de referencia. No sabe dónde está ni como ha llegado.
Está solo en una ciudad blanca, rodeado de casas de dos pisos estilo neoclásico francés, todas idénticas entre sí y a la vez diferentes por mínimos detalles: la curva de la balaustrada, un bajorrelieve en el friso del pórtico, columnas levemente asimétricas. Respira profundo esperando que alguien aparezca, que otra vez las manos, que otra vez la venda. Y mientras espera, las paredes blancas refulgen en la noche como si nada más pudiese existir detrás de los muros que atraviesan el tiempo de décadas, como si el espejismo y el laberinto se conjugaran en una única y terrible pesadilla. Imagina al arquitecto desquiciado que lanzó al mundo sus simetrías engañosas, trazos perfeccionados de los espejos de Magritte.
De pie y solo, rodeado por casas blancas de dos pisos que parecen compartir una única fachada proyectada al infinito, bañados los zócalos por la marea pausada de lo adoquines, gira sobre si mismo, ya sin miedo, seguro de haber encontrado algo que había perdido y que, hasta ahora, no había extrañado. Comienza a caminar por la calle, internándose en la curva blanca de la ciudad blanca, perdiéndose en el desconocido trazado que se le ofrece como una camelia abierta a la noche.
(Calle Virginia Opazo, entre Salvador Sanfuentes y Alameda altura del 2.500)

10 comentarios:

Carolina Moro dijo...

Las coordenadas aparecen frente a la figura que se cae y frente a las manos que no están para sostenerlo.

Y las murallas blancas y un número y un nombre. Otra ciudad o la misma. Otra noche o la repetición del cielo oscuro que desaparece y aparece, o sólo está enfrente para darse contra sus paredes.

maledeta dijo...

Me pareció visitar un cuadro viejo...que contenía una proyección de imagenes que desaparecen...son más perceptibles por el olor penetrante que emanan...que por lo que es evidente (la imagen)...aunque no todos miren...sería mejor pararse justo frente a él (edificio) y oler...es un ejercicio...

Gata Floja

Lino Solís de Ovando G. dijo...

¡¡Ya salió el segundo capítulo de Jirafales. No te la pierdas!!

http://tresjirafales.blogspot.com

(Seis manos para una novela en capítulos)

Indianguman dijo...

Tu escrito me apretó las tripas, como un dejá vu siniestro y arquetípico. Me desrealicé como una psicótica cualquiera. Sola y de pie en la ciudad blanca maggritiana. Y finalmente una salida, un salto cualitativo, una camelia.

Hay artificio y hay alquimia. Definitivamente te traes algo entre manos. Felicitaciones.

Hamletmaschine dijo...

Gran ritmo e imágenes... Magritte era esencial para completar el cuadro, con sus trazos de paisajes interconectados en la eternidad del sueño... vaya témpano con el cual atragantarse... saludos!

Pablofe dijo...

Algo asi me imagine que era...

Sra. Chayo dijo...

También se parecen a unas que ahora etsan plagados de locales un tanto chic... bueno, un tanto nomás. Esas de p. de valdivia con providencia. Me hubiera gustado que las piernas flojas lo hubieran estado más, y que las letras ni lo resucitaran. Me hubiera gustado una puerta roja, una valdosa verde y un perro con pulgas. Me hubieras encontrada sentada en las escaleras de la casa de la esquina. Besos.

Roberto_Carvallo dijo...

lo bueno de las borracheras es que no discrimina a las ciudades, a pesar que estan sean blancas, negras, grises , uyyyy rosadas, rojas, etc.

bebedores del mundo alcen la copa y salud, pues no hay ciudad que se nos resista.

Ligustrino Campana dijo...

Me gusta salir a caminar y perderme. De pronto no sé si es por gusto o por distraído. No miro los nombres de las calles, no me gustan. A veces quisiera que no tuvieran nombres. Otras veces me parece un poco estúpido. Depende del estado de ánimo. En fin, soy malo para los mapas y las orientaciones. Tiendo a perderme y me dejo llevar. Tarde o temprano siempre vuelvo al camino, a esa esquina conocido, a ese monumento familiar de no sé quién.

Anónimo dijo...

SE AGRADECE
LA BUSQUE BASTANTE TIEMPO
UNA BUENA NOTICIA
EN UN MOMENTO INESPERADO