martes, julio 05, 2005

Cuadros en una exposición

Un muchacho está parado en mitad de la calle, en el centro de un cruce de calles desierto, rodeado por árboles frondosos que, a pesar de ser media tarde, cierran sobre él una noche artificial. El muchacho, quieto como uno de los árboles que le rodean, tiene los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia arriba, hacia el tejado de hojas verdes pintadas de blanco por los focos del alumbrado público, tiene el rostro vuelto hacia arriba, hacia el cielo vespertino que intuye o adivina más allá. El muchacho está de pie en mitad de un cruce de calles solitario, y entre sus brazos acuna una paloma.
En la ventana del quinto piso una mujer hace funcionar una máquina de coser, y sobre la mesa de trabajo, desbordándola, una tela roja amenaza con caer al piso y convertirse en un charco de falsa sangre. Tras la mujer se adivina el resplandor amarillo de una lámpara de mesa que la ilumina por detrás, mientras algo de la luz de la calle se cuela por el vidrio de la ventana y hace apenas distinguible su rostro. Alguien dice algo, al parecer, y la mujer voltéa, gira la cabeza hasta dejar su perfil recortado en el límite de ambas luces, debatiéndose entre la oscuridad y la flama incandescente de la ampolleta, encendiendo su cabellera desordenada y roja como la tela.
En un cuarto de baño cerrado, la luz mortecina que emana de un botiquín y que se multiplica desde el espejo sucio recorta la silueta de un hombre que afeita la entrepierna de una chica. Es apenas un pedazo de plástico amarillo armado con una delgada navaja lo que el hombre pasea entre la espuma que cubre el espeso vello púbico. La chica, con un vestido verde arremangado hasta la cintura, ofrece el sexo al ritual clandestino mientras el sujeto, inclinado delante de ella, compartiendo ambos el escaso espacio del baño con cortinas color celeste y una pequeña ventana, mientras el sujeto habla de hipopótamos africanos y una gota de sangre se desliza por el muslo de la chica y va formando un charco de sangre real sobre las baldosas blancas.
La noche abandonada a su propio ritmo, a su marea incomprensible. La soledad va poco a poco llenando los rincones de la ciudad y arrojando a sus naúfragos a los pocos reductos que son capaces de acogerlos. Un tipo en un bar, un tipo que mira por la ventana y que no se decide a partir, a encontrar eso que en alguna parte le espera. Y mientras recuerda el camino de vuelta a la habitación y el deseo, el hombrecito tras la barra le sonríe con una mueca automática, le sonríe como se les sonríe a los muertos.
Una habitación vacía, una mujer desnuda que espera acostada sobre una manta roja, que espera como todas las noches la llegada del que inevitablemente se retrasa, que espera con la tristeza llenándole los ojos, los pechos turgentes, la blanca piel adormecida por el frío y la ausencia. Pero no se oyen pasos en el pasillo del edificio, el sonido de la puerta abriéndose no llega, el perfume que precede al cuerpo del otro no le hace cosquillas en la nariz. Está sólo ella, como tantas noches, como todas las noches.
Otro sonido invade los espacios, el de un paseo, el de un hombre que recorre los pasillos de un museo y se detiene frente a un cuadro, frente al siguiente, y sin darse cuenta va tarareando una melodía que después escribirá al piano y que otro, mucho tiempo después, convertirá en una célebre pieza para orquesta. Es otro sonido el que se oye al terminar la noche, como un ejército de hombres levantando la Puerta de Kiev piedra por piedra, todos sepultados bajo el sudor y el polvo en la noche oscura de otro tiempo.

5 comentarios:

Sra. Chayo dijo...

Me senti identificada con la mujer acostada... ¿porque? no sé señor K, digamelo Ud. Que a mi la fundación de la Universidad Alemana aún me ocupa las dos neuronas turgentes. Je.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Tienes obsesión por el asunto de los aconteceres simultáneos.

Verdad?

Y los escribes muy bien.

Un abrazo.

Enigma dijo...

Bien bien bien... interesante forma de reunir varios temas a la vez.

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra

crisis dijo...

gracias por los saludos, señor misterioso.

Anónimo dijo...

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