domingo, julio 03, 2005

Martín en las ciudades V

(Para leer el capítulo anterior pincha aquí)

Parece domingo, pensó Martín, mientras recogía el papel arrugado que yacía quieto como un armadillo asustado junto al muro. Lo abrió y leyó las letras negras sobre la superficie amarilla:

Diógenes el Cínico
Taxidermista
Avenida Kulczewski N° 941

Se rascó la cabeza durante un rato, hasta que pudo distinguir el número 1245 junto a las puertas con vitrales del edificio, cuatro caracteres góticos de bronce que parecían recién bruñidos y brillaban reflejando la luz del cielo. Avanzó en la misma dirección en que antes el hombre delgado y triste había desaparecido y en el siguiente pórtico se encontró con el número 1239 tallado a bajorrelieve en el concreto gris del edificio. Al menos voy por buen camino, pensó mientras leía de nuevo el papel amarillo y arrugado que tenía en la mano derecha.
Antes de partir se volteó un momento para mirar hacia el otro lado de la calle, hacia la ventana grande del café donde pudo distinguir al gordo vestido de blanco todavía de pie junto a su mesa, consumida la mirada por los recuerdos. Esperó un momento sin saber muy bien por qué, presa de un ataque de melancolía. Esperó que el hombre saliese de su trance para despedirse con un movimiento de cabeza o agitando la mano, no estaba seguro aún, pero de cualquier modo el gordo no reaccionó en ningún momento, inmóvil, con la boca semiabierta y la taza que Martín había ocupado en la mano. Pasada la melancolía como una nube sobre el cielo límpido del desierto, Martín se encogió de hombros, volvió a mirar el papel y luego el número tallado en el concreto y comenzó a andar.
La mañana se abría como una flor en la medida que avanzaba, o retrocedía en estricto rigor numérico, por la calle. Poco a poco la luz del día iba ganando terreno desde las alturas sombreadas de los edificios y comenzaba a dibujar relieves en las cornisas de las azoteas, en las jardineras bajo las ventanas más altas, en los postigos de madera que parecían cerrados desde hace mucho tiempo. Una ciudad fantasma, pensó Martín mientras comenzaba a tararear Les Feuilles mortes y caminaba sin preocuparse demasiado de lo que pasaría más adelante.
Qué tanto puede suceder, se dijo sin dejar de tararear la vieja canción Yves Montand, que sin saber porqué se le ocurría haber escuchado en la voz dulce de una mujer. Las fachadas de los edificios se sucedían una tras otra, en parsimonioso orden. La calle permanecía desierta y de vez en cuando tenía la impresión de escuchar el sonido de un teléfono repicando en algún sitio. Minerva, pensó mientras la imaginaba con un vestido negro, sentada en un sofá largo, mirándolo desde una distancia que era más que espacio, cantando sin mover los labios, cantando una melodía con tintes de bossa nova, cantando en francés C'est une chanson qui nous ressemble. Toi, tu m'aimais et je t'aimais et nous vivions tous deux ensemble, toi qui m'aimais, moi qui t'aimais. Mais la vie sépare ceux qui s'aiment, tout doucement, sans faire de bruit et la mer efface sur le sable les pas des amants désunis.
Las palabras habían venido como en bandada y Martín se sintió, por primera vez en la mañana, realmente confundido. La melancolía que sintió unos minutos antes se instaló tras sus ojos con tanta pesadez que incluso se sintió mareado y tuvo que buscar apoyo en un poste verde que de pronto tuvo junto a él. Este farol no estaba antes aquí, pensó cerrando los ojos, a punto de desfallecer mientras los ecos de la canción se iban desvaneciendo en una nube gris que escapaba por algún lugar de su cabeza. Se dejo deslizar hacia abajo, apoyado siempre en el poste metálico, hasta que sintió que sus rodillas habían tocado el piso. No se atrevió a abrir los ojos de inmediato y comenzó a respirar profundamente.
¿Cuánto tiempo había pasado? Abrió los ojos asustado al tiempo que se incorporaba sintiendo la fría superficie del poste contra la palma de la mano. Miró hacia ambos lados de la calle, desorientado, buscando puntos de referencia que no encontró. Observó el poste en el que se había apoyado y luego se percató que la silueta espigada de metal se repetía por toda la calle, en ambas aceras y en ambas direcciones. Esto no estaba así antes, esto no era así, pensó mientras buscaba en los bolsillos el papel con la dirección del taxidermista, sin encontrarlo. Miró hacia arriba y comprobó que el sol todavía no terminaba de aparecer sobre los edificios. No ha sido nada, entonces, se dijo, fue sólo cerrar los ojos un momento. ¿Y el papel?
En eso estaba cuando sin querer su mirada tropezó con una tienda de fachada roja y grandes vitrinas en la parte baja de un edificio, apenas a unas decenas de metros de distancia. Caminó hacia la tienda e hizo pantalla con las manos para mirar hacia adentro a través de los vidrios sucios. No consiguió ver nada y retrocedió un par de pasos para mirar hacia arriba. Se tomó la corbata, nervioso, antes de distinguir una pequeña puerta entre las vitrinas. Empujó con delicadeza y la puerta cedió, haciendo sonar unas campanillas que se encargaron de anunciarlo.
Entró lentamente en la oscuridad de la tienda, en el olor a libros viejos y polvo acumulado. La puerta se cerró tras él con el canto de las campanillas, que se le ocurrieron pequeñas y plateadas. Entrecerró los ojos mientras avanzaba, con la esperanza de distinguir algo en la penumbra, cuando de pronto una luz se encendió. No era una luz fuerte pero de cualquier modo Martín cerró los ojos de golpe, quedándose sólo con la imagen de una acuarela colgada en un muro, con la imagen de una mujer delgada y de pelo negro que se quitaba la blusa y cantaba sin mover los labios.

5 comentarios:

Carolina Moro dijo...

Pero la vida separó lo que se amaba; dulcemente, sin hacer ruido, como el mar suele borrar en la arena los pasos de los amantes que ya no son.

Dulcemente y en forma lenta, como escenas lentas que fijan detalles. Como caminar sobre el pantano y notar que en un segundo nada es lo que parecía ser. Entonces la fuerte imagen de la mujer en el cuadro. Una imagen que no es sólo lo que muestra.

quiero que siga, como usted ya lo intuye...

Cpunto dijo...

exquisito,
casi cadencioso, diría yo, como tal vez los labios de la mujer que, al quitarse la blusa va pensando en quien la observa,

C.

Hamletmaschine dijo...

Excelente, caótico pero no desorientador... lleno de referencias dentro de sí mismo y para sí. Parece que por más que huye el personaje, su mundo se cierra su alrededor, un colapso obsesivo...

Saludos, esperamos con mucho interés lo que vendrá...

Miss Mag dijo...

Gracias, hermoso. Sigo leyendo.

Anónimo dijo...

Hey! Sabes , la verdad es que podrias dedicarte a ver un poco la tele. Lo cierto es que no sabía , dijo él. Mucho Kafka has leido.