viernes, julio 08, 2005

Dialéctica de la soledad

Él la mira sin mirarla, sin darse cuenta de que la está mirando. Simula, o quiere simular, que sus ojos se entretienen en el vidrio que los separa, en la forma en que el humo del café empaña la superficie de aire congelado. La mira mientras ella va de un lado a otro, recogiendo el polvo de las mesas, los conejos que anteriores comensales sacaron de sus bolsillo y dejaron masticando hojas de lechuga sobre las sillas. Cuando por fin ha recuperado el recuerdo de su rostro, cuando sus facciones delicadas se han nuevamente grabado en su memoria, toma la oreja de la taza y se la lleva a la boca, sorbe el café y vuelve al libro, a las palabras que por algunos instantes cambian su significado.
Ella levanta la cabeza mientras uno de los conejos que ha recogido se escabulle entre sus manos. Levanta la cabeza con la seguridad que él la está mirando, que por fin sus miradas se cruzaran en algún punto intermedio y podrá ofrecerle una de las sonrisas que le tiene reservada, la primera de muchas, el amanecer de un nuevo horizonte posible con mar y playas de arenas blancas. El conejo, que es pequeño y blanco con manchas negras, salta sobre la mesa y va a perderse entre un montón de botellas vacías que hay apiladas en un rincón. Ella se endereza del todo, sin dejar de mirarlo, esperando que el velo que hay entre ambos se descorra y la abolición de la distancia por fin se produzca. Y espera que sus ojos se levanten del libro por un minuto, por dos, por diez, tiempo suficiente para que todos los conejos escapen y vuelvan a sus hojas de lechuga o a afilar los dientes con las patas de las sillas. Entonces ya no hay tiempo que valga, debe volver a corretear las escurridizas bolas de pelo entre los pies de los pocos comensales que aún no se han ido.
Las palabras retornan a sus caminos naturales y él se siente desalentado y triste. Suspira antes de levantar la cabeza y buscarla, antes de ver su elástica figura persiguiendo conejos entre las mesas. Vuelve a supirar y enciende un cigarro, mirando en el vidrio el rastro seco de una mosca.
Y así cada noche, todas las noches.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Linda tu colección de ires y venires entre uno y otro, entre el ser y lo diferente, entre encantamientos.
El conejo como vehículo.

:)

Cpunto dijo...

claro que recordé a los conejos saliendole por la boca que llenaban todos los espacios,
claro que he visto los conejos saltándole por encima cuando se sienta frente al pc y todo parece lo siempre, él ni sabe que están tomando la casa,

beso
C.

Roberto_Carvallo dijo...

como diría el Gran Homero, no el Griego, pero si el Gringo, frente a la siguiente frase:

- conejos saltando entre las mesas.
Homero: mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm.
conejos.
Deliciosos conejos.

y el Griego diría, que es parte de nuestro inevitable vuestro destino...que lo conejos se crucen por sus caminos.

adios.

Carolina Moro dijo...

Lo hizo. Capturó la imagen. Con sus nebulosas, sus vidrios y su café. Con su perfección triste y con las miradas que no se cruzaron más que un instante. Lo hizo usted, y sólo usó dos metáforas en su lápiz.

Hamletmaschine dijo...

La última frase cierra un círculo y lo libera... dejando entrever que no se trata de dos personajes sino de cientos, miles, quizás muchos más... es decir, todos los días, en algún lugar, se repite este mismo drama, esta misma distancia irreparable...

Anónimo dijo...

Porquè trata al resto de conejos Sr. K? Mire que yo estaba allì. Y no me venga nada con que estaba leyendo palabras con significado, que el libro lo tenia dado vuelta. Y no me venga con motas de pèlo, que bien. Hojas de lechuga? Bueno y la zanahoria y el apio, el nectar y tanto pedigrè que la chica nos ha vendido?...
=)
(Cloe, ahora coneja, desde otro lugar Http://mimetriky.blogspot.com)