martes, julio 12, 2005

Pasajero en tránsito

Bajar del avión enfundado en una chaqueta larga y verde luego de ver por el ojo de vidrio que el día está nublado. Bajar del avión después de cuánto, de cinco horas, de doce, de un día completo. No hay noción del tiempo que valga. Partir de noche para llegar de día, partir del frío para llegar a un calor desconocido que me golpea en el rostro como un martillo y sentir cómo la espalda, los brazos y las piernas se cubren de un sudor pegajoso, cómo el aire caliente apenas se puede respirar. Hay otros que bajan conmigo hacia la losa del aeropuerto, una especie de terminal de buses que se avista a un centenar de metros, unos pocos que pisan este nuevo asfalto sobre esta nueva tierra, tres muchachos que se vienen riendo desde que partimos, una mujer de pelo corto y rubio que camina cabizbaja, una chica colorina que carga con una mochila azul y mira hacia todas partes con una expresión entre perpleja y asustada.
Otro clima, otros olores. Desde arriba, sólo unos minutos antes, he visto las calles claramente trazando cuadrículas sobre la tierra, los edificios pequeños inmersos como por milagro en la selva que les rodea, en la selva que salpica el mapa de la ciudad recuperando el terreno robado. No hay conquista permanente, apenas concesiones, pienso mientras avanzo siguiendo a los otros cinco pasajeros que también esperan el trasbordo en esta escala. En este peldaño, pienso o digo, no sé si en voz alta porque la chica colorina, que va delante de mi, se da vuelta y me sonríe. Así las cosas, recuerdo haber visto también, mientras el avión giraba preparando el aterrizaje, unas canchas de tenis a medio cubrir por el agua. Antes de atravesar la puerta transparente del terminal una amable chica nos entrega un cartel rojo con letras blancas donde se leen apenas dos palabras. En tránsito.
El aire acondicionado del aeropuerto es gélido, polar. Otro golpe en la piel, la escarcha instantánea del sudor, un frío que nace desde lo más íntimo. La sala de embarque es pequeña, tres o cuatro hileras de asientos plásticos rodeados de tiendas de souvenirs, de tejidos artesanales y camisetas de vistosos colores. Los tres muchachos risueños se abalanzan sobre las tiendas, comprando de todo. La mujer rubia se sienta de inmediato. Parece cansada, abatida. Me siento cerca de ella, dejando una silla vacía entre ambos. La muchacha colorina se queda de pie y le pregunta a un vigilante si se puede fumar. El tipo la mira sonriendo y mueve negativamente la cabeza. La chica se mueve de un lado para otro, inquieta, bajo la mirada atenta de la mujer rubia.
Está todo inundado, dice la mujer en voz alta. La miro para saber si me está hablando, pero ella no despega los ojos de la muchacha. Todo, repite, una tormenta terrible. Se inundaron las cosechas, las casas, las calles, ha muerto gente, hay niños que corren por las calles sin poder encontrar a sus padres. Parece una ciudad en estado de guerra, dice y sigue hablando, sola, acerca de desastres y soledades, del calor y la humedad, del trópico que no perdona y reclama lo suyo.
Luego de un rato ya no pongo atención, apenas me llega el murmullo uniforme de su voz. Los muchachos que bajaron con nosotros han desaparecido y la chica colorina ha terminado por sentarse en un rincón, sobre el suelo. Tomo el cartel rojo entre mis manos, lo leo una y otra vez, como si sus palabras encerraran un significado oculto, una sentencia. Repentinamente cansado, me dejo resbalar sobre el asiento y cierro los ojos antes de ponerme a tararear una canción que, con seguridad, no volveré a escuchar.
Y así el olvido, ese pájaro escarlata, comienza a tejer su nido en mi cabeza, entre los recuerdos que de pronto comienzan a parecer tan lejanos, como si fueran sueños de otro.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

A MÍ NO ME GUSTÓ NADA ESO DEL OLVIDO CUAL PÁJARO ESCARLATA. ES CURSI. Y TONTO. Y FALSO, ADEMÁS.

Cpunto dijo...

yo a los recuerdos los tengo macerando , así los dejo que suelten todo, cada partícula habré de beberla en pequeñas alicuotas cuando me de por olvidar, cuando me de por ir a caminar al centro enfundada en sueños de otros,

no alcanzo a postear en todas las pizarras, pero leo, eso si,
C.

pomelo dijo...

me gustan los aeropuertos: gente con maletas, de vacaciones, por negocios, con problemas, unos llegan otros se van. En la sala de embarque uno queda como desnudo en un terreno neutral, atipico, lo unico comun es que estamos de paso en ella. me flipan los aviones y sobre ellos cruzar tiempo y espacio suspendidos en el aire.
la sensacion de desapegarse, de suspenderse es algo insuperable.
besos talentoso k.
me gusta tanto leerte, oh.

Sra. Chayo dijo...

"EL AMOR ES COMO VIVIR EN AEREOPUERTO" Charly García.

Ý esta cláro, dos chicas, un chico, el tercero dialéctico que mueve el dos. Es casi un triptico de turismo emocional. besos.

Menta dijo...

Llegue de colada a tu blog y me quede colgada de tus letras.Buenisima reflexion de una experiencia en aeropuertos.
Tu narrativa me parece fluida,con matices poeticos y un lenguaje ameno.

Cristina dijo...

Me gusta estar en tránsito de vuelta del viaje, con los recuerdo en los bolsillos, en la mochila (porque aun no me cambio a meleta), en las libretas...en la cabeza...

Saludos

C.