martes, julio 26, 2005

Gente que alguna vez conocí

Él era colorín, barbudo hasta donde se lo permitía su genética condición de lampiño, de sonrisa fácil y voz suave, casi tímido pero no por eso menos asertivo. No era muy alto ni tampoco gordo o flaco, creo que antes había estudiado arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso y había vuelto a Santiago luego de una fuerte depresión. Ahora que lo escribo disipo las dudas, como si el verbo fuese certeza por sí mismo. Arquitectura en Valparaíso durante dos años, claro.
Ella era de carácter fuerte, capaz de cambiar la voz dulce a un rugido cuando algo la molestaba, cosa que de cualquier modo no ocurría muy a menudo. Era, y supongo que lo sigue siendo, menuda, de rostro apacible con una pequeña boca dibujando casi siempre una sonrisa. No sé si había estudiado algo antes o simplemente no había hecho nada.
Los conocí en una notaría en el centro de Santiago, cuando buscábamos la firma del insigne notario en una declaración jurada de no se qué para presentar en la facultad de Artes de la Universidad de Chile. Él y yo íbamos a estudiar Artes Plásticas. Ella Teoría del Arte. Así, todo con mayúsculas. Yo era un niño que no sabía casi nada cuando, sentados en los sillones de cuero de la notaría, mes sorprendieron dando el tono de una aspiradora que se paseaba por las oficinas. Los dos juntos, ella primero y luego él, se sumaron a un La algo sucio que imitaba a la máquina.
Nos juntábamos en la facultad, aunque no compartíamos más que algunas clases. También el casino funcionaba como punto de encuentro, y para nuestro exclusivo deleite organizábamos guerras de cáscaras de naranja, postre habitual los días que la comida era un plato de tallarines. Yo duré apenas un año en la facultad. Él terminó la carrera y ella se cambió a Antropología, también con mayúsculas.
Nunca supe mucho de ellos como pareja. No supe cómo se conocieron, y si alguna vez me lo contaron ahora no lo recuerdo. Tampoco supe por qué se separaron.
A él lo veía más seguido: tomaba mi bicicleta algunas tardes y me iba a su departamento para hablar durante horas. Me enteré que hacía clases de artes en un colegio, que participó en una exposición en una ahora inexistente galería del centro, que tenía otra chica y que ella estaba esperando un hijo. Cuando no lo encontraba en casa me quedaba conversando con su hermana, y fue ella la que me contó lo del hijo. Él nunca me dijo nada respecto a eso.
A ella la vi sólo una vez más. Resulto ser amiga de una cellista que yo conocía y a través de ella conseguí su teléfono. La invité a salir y fuimos a ver La casa de los espíritus, de Billie August, y luego a tomar cerveza al Jaque Mate. Estaba distinta, más agresiva que antes, la voz más áspera y la sonrisa más escasa. Nos emborrachamos y en el bus hacia su casa nos besamos.
Él murió en Brasil, ahogado. No sé exactamente cómo sucedió, o si ya había nacido su hijo ni nada. Estaba en Brasil, en la playa, y se ahogó. Alguien, algún conocido de la facultad, me contó que su cuerpo estuvo desaparecido durante dos días. Ahora, cuando lo recuerdo a propósito de nada, no puedo dejar de pensar en Alfonsina Storni, en la silueta que se adentra en el mar a paso firme, quizás llorando o quizás no.
De ella no supe casi nada. La cellista me contó que estaba a punto de casarse con un ingeniero y que de un día para otro dejó todo, carrera y compromiso, y se fue a vivir al norte chico, en una caleta de pescadores. Se supone que a un proyecto social, dijo la cellista esa vez. Y otra vez la Storni: “Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... / La vida mía debió ser horrible, / Debió ser una arteria incontenible / Y apenas es cicatriz que siempre duele.”
Mucho tiempo después, en una fiesta de cumpleaños me encontré con la hermana de él. Me vio y se puso a llorar y no paró de hacerlo en toda la noche. No hablamos de nada: nos quedamos sentados en las escaleras del entrepiso de una casona del barrio Concha y Toro y muy lejos sonaba la música de la fiesta.
Al amanecer me dijo que le había hecho bien verme, que él siempre hablaba con tanto cariño de mí. Me hizo prometer que nos veríamos de nuevo, que la llamaría o pasaría por su casa. Como antes, dijo y me miró con los ojos rojos y yo no pude más que decirle que sí, que lo haría.
Desde entonces no la he vuelto a ver.

14 comentarios:

Fab Llanos dijo...

lo primero que me viene a la cabeza es que a nuestra edad, pocos amigos quedan, algunos se han muerto, otros han optado por la reproducción, otros desaparecen sin dejar rastro hasta que conoces a alguien en el trabajo o en un congreso y van y te dan noticias suyas. Te das cuenta de lo amargo que es que el tiempo pase y que te quede la casi siempre erronea sensación de que tiempos pasados fueron mejores. El cole, el barrio, la u, los primeros trabajos o practicas, tus primeros vecinos, las familias de tus ex, etc. Hasta tú en una foto. Ese regustillo amargo viene a veces, pero no hay que preocuparse, pues se pasa rapidito sabiendo, recordando que estás más vivo que nunca.

Fab Llanos dijo...

que lindo!: mientras yo escribia para ti, tu lo hacias para mi!. ojala se repita!. gracias.

Anónimo dijo...

Sabes? yo también tengo la historia de un sacerdote al que le dí clases de psicología siendo yo muy jóven, y él un treintón. A la salida de clases, un viernes, se paró junto a mi auto cuando yo me iba y me dijo: "estoy enamorado de tí y quiero invitarte a bailar". Yo, que tenía prisa, le dije: "luego hablamos". El lunes me enteré que lo encontraron en el baño de su casa de jesuítas muerto de un infarto. El tenía 32. Tuve que ir a verlo a su caja de muerto, lívido, con los ojos no cerrados completamente, y su bello cabello negro, para tratar de enteder algo. Aun no entiendo.

crisis dijo...

concuerdo con chandler. me vinieron unos escalofríos.

Roberto_Carvallo dijo...

CONMOVEDOR, lograste aumentar mi grado de depresión.... y justo en este momento recibo una noticia.... que dibujó una infinita sonrisa en mis rostro.

y es verdad, cuantos amigos dejamos en el camino... pero la verdad nunca me he arrepentido demasiado de eso...

Adios.

Gigi dijo...

Siempre te leo y la verdad es que se me retorció un poco el corazón. No sé porque venimos programados los occidentales a tener tanto miedo a la muerte, yo reconozco que mi rollo es por el dolor físico.
No puede ser tan malo, por algo todo nace y muere. Me gustaría cual budista pasar ese umbral consciente.....
Bella historia Sr K, como muchas de sus otras
Saludos,

Anónimo dijo...

La vida nos muestra tantos caminos a lo largo de los años, unos tienden a juntarse, mientras que otros se separan para no volver a unirse más.

Sólo nos queda caminar concientes de quien nos acompaña en determinado momento, para disfrutar de su compañía mientras tengamos en el frente el mismo horizonte.

Cariños,

Sandra Carrasco dijo...

Hermoso!!!, muchos recuerdos vinieron a mi y como a los demás me dio pena...lo mejor que me ha pasado ha sido reencontrarme con personas después de muchos años y darme cuenta que la amistad a pesar de los años, de lo que han cambiado nuestra vidas, sigue tal cual.

PD:Tomaste nota de la fecha de tu post de la red fantasmal??, avisame en el blog si vas a participar, ya?
Cariños

Hamletmaschine dijo...

De vez en cuando, cuando revisito ciertos lugares, atacan los recuerdos, las voces de esos espectros que actuan las mismas escenas una y otra vez, aun en la soledad de los aeropuertos... y de pronto un recuerdo repentino, de un instante que no se recordaba desde hacia meses, quizás años... y sobreviene la inevitable pregunta, "cómo pude haber olvidado esto?"

Y viene la consecuencia inevitable... qué recuerdos se llevan los otros? Cuánto habremos logrado olvidar de nosotros mismos? El olvido nos conoce mejor que nadie...


Saludos

LMP dijo...

hasta las perras se emocionan

Jean Georges dijo...

Y eran tan felices que las flores azules de los jacarandaes no podían más que cometer suicidios tempestuosos a su paso. Y ellos de la mano, pisando el manto violáceo, ajenos a la furia que carcomía las venas debajo del asfalto, consumiendo horas para provocar la erupción.

Anónimo dijo...

la referencia a Alfonsina me ha cautivado... ¿has visto su monumento en Mar del Plata?

Y lo de llorar o no, es como para llorar sin dudarlo.

*

Cristina dijo...

Justamente en eso me encuentro hoy yo. Me encuentro en ese espacio del recuerdo un poco amargo, fumado, solitario, reconstruyendo esas historias que se han quedado, que he abandonado, que he dejado sin tener claro por qué ni cuando.

Ligustrino Campana dijo...

Últimamente me está pasando lo mismo con amigos, tíos, primos, padres, madres... De repente uno vuelve la vista atrás y se da cuenta que cada vez está más solo, más perdido, repitiendo que todo tiempo pasado fue mejor. A veces sopla el viento, me levanta un poco y me doy cuenta que soy apenas una hoja chiquita flotando a la deriva de un río inmenso sin orillas a los costados... Y lo único que puedo hacer es esperar a que el viento amaine, volver a caer y seguir viviendo. Quizá llamar a mis amigos, quizá ir a visitar a mis primos, no sé. Después te cuento.