viernes, mayo 20, 2005

I hate the slow songs

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Supongo que a cualquiera le puede pasar. A mí, al menos, me sucede todos los días. Ocurre en mi casa, antes de salir, en la calle, en el bus, en el supermercado. Las canciones se me pegan como ventosas y no puedo sacarlas de mi oído. Desafortunadamente, para mí y para el resto, no tardan en salir por mi boca.
No sería tan terrible si fuese una canción de Radiohead o White Stripes, que a veces lo son, aunque casi nunca. Hoy por ejemplo, he ido alternado entre There there y Apple blossom, lo que es bastante bueno. Pero no siempre es así: si todos los días fuesen como hoy no estaría escribiendo acerca de esto.
La mayoría de las veces las canciones que se aferran a mi tímpano suelen ser, justamente, las canciones que detesto. Mil veces me ha sucedido con No hay nada más difícil que vivir sin ti, canción que califiqué irónicamente de "el hit del verano" hace ya un año y medio atrás y desde entonces se ha vengado obligándome a tararearla cada vez que puede. Alguna vez me pasó también con una canción absurdamente adolescente de Genitálica, o me sigue pasando con Diego Torres y sus autoplagios para Color esperanza. Ni hablar de La oreja de Van Gogh, que me persigue con sus clones acaramelados e indistinguibles unos de otros.
No hay remedio para esto. Las jodidas canciones me asaltan sin que me de cuenta y en lo mejor de una lectura –Auster, por ejemplo, La habitación cerrada- me sorprendo murmurando una melodía de Avril Lavigne o Britney Spears, no sé qué es peor. Y como no puedo escuchar música cuando leo porque me desconcentro, no hay caso. Para el resto del tiempo (los viajes, las caminatas, las esperas) opto por el discman, por algo de Raúl Seixas o quizás de Mahler. Sin embargo me resulta incómodo en ocasiones, pues también sé que la ciudad y cada lugar tienen su propia banda sonora, su propia música. Pero en mitad de esta especie de silencio, de rumor de gente y árboles y automóviles y palomas y perros, llegan arteras las cancioncitas que detesto y se instalan en mi garganta mientras atravieso la mitad de una plaza.
Así son las cosas, y mientras yo me ocupo de esto los habitantes de Bolotnikovo despiertan como todas las mañanas y al asomarse por sus ventanas descubren, con asombro, que el lago que rodea la aldea, el lago completo, ha desaparecido.

2 comentarios:

crisis dijo...

oye, vamos juntos a ver white stripes?

Bárbara Avello Vega dijo...

a mi me sucede bastantes veces eso de que me sorprendo cantando la cancion que detesto, odio eso de que en alguna parte ponen no c reggeaton y sin querer me las se.pero tngo tantas canciones metidas en la cabeza , que las puedo reemplazar facilmente por una mejor.
ah y escuchar musica leyendo, es lo mejor, uno se graba cada momento del libro con la cancion que escucha.
saludos!