martes, mayo 17, 2005

Y que los eunucos bufen

A propósito de una entrevista a algunos poetas y escritores nacionales que declaraban no concebir “una vida sólo dedicada a la escritura”, o quizás por estar demasiado tiempo revisando mi biblioteca, buscando algo que releer –porque a esta altura ya no me queda mucho más-, me puse a pensar porqué la existencia de tantos autores de poca calidad por estos días.
Debo aclarar que, de cualquier modo, este fenómeno, a mi parecer, se da con mayor intensidad en países tercermundistas o en vías de desarrollo como el mío. Muy bien sé que en el primer mundo, junto con los best sellers seudohistóricos y seudoesotéricos, también hay autores de valor como Elfriede Jelinek, que con Los excluidos se ha ganado ya un lugar entre los grandes de las letras. Sin embargo en nuestros actuales literaturas nacionales es más difícil encontrar excepciones a la regla y proliferan las novelas de trama sosa, personajes clichés y estilos de fácil lectura.
Como defensa, si es que es posible hablar de tal, las compañías sacan a relucir que todo se debe a criterios editoriales y fomento de la lectura, que finalmente lo importante es que la gente lea. ¿Leer qué? Después de todo, el problema no es que la gente lea menos o más sino la calidad de lo que leen. Y las editoriales, grandes y pequeñas, no terminan de asumir su rol como productores de cultura y no de ingresos para sus propietarios y han terminado por convertirse en factorías de hojas de papel empastado.
No se me malentienda: si alguien quiere leer El código da Vinci o algún libro de Paulo Coelho con la convicción de que está accediendo a las profundidades de una trama intelectual (en el primer caso) o de su propio espíritu (en el segundo caso), es problema de cada cual. Si no son capaces de mirarse al espejo por las mañanas y a través de sus ojos reconocer su propia alma, allá ellos.
Mi problema es que, en conjunto con crear una industria literaria rentable para las grandes corporaciones del libro, en países pequeños no se da el espacio para el surgimiento de nuevas voces. O lo peor: que las nuevas voces que surgen no son más que estereotipos vacíos de estilos copiados y que por lo mismo han perdido fuerza y validez, farandulizando muchas veces el acto sagrado de la escritura. No se permite el surgimiento de disidentes, salvo los pocos que van quedando vivos y sobreviven a la fiebre de los ‘60. ¿Y cuando ellos mueran? El mercado celebrará con fuegos artificiales y matarán tiernos lechones para el banquete.
Nuestro trabajo es, entonces, recuperar los cojones a la hora de escribir y lanzarnos a golpear la mundo con todas nuestras fuerzas.
Mejor dejar la palabra a Roberto Arlt:
“Orgullosamente afirmo que escribir para mí constituye un lujo. No dispongo como otros escritores de tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo, máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a la que la preocupación de buscarse distracciones le produce surmenage… el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un cross en la mandíbula. Sí, un libro tras otro y que los eunucos bufen”.

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